Capítulo 5 (1): Huir de lo que siento.

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Esa noche no pude dormir, es más, ni siquiera llegué a intentarlo; no volví a la residencia de estudiantes.

A media noche tomé mi auto y fui al único lugar que me atreví.

Era particularmente raro que Bestemming estuviera muerto, y que mis padres no estuvieran allí durante la noche.

La empresa trabajaba las veinticuatro horas al día, todos los días del año.

No se andaban con rodeos.

Así que solo me quedé sola allí, luego de meterme a hurtadillas de manera ridículamente fácil.

Simplemente no podía con mis nervios.

No podía con lo que llegué a ver.

No podía con mis sentimientos.

Me sentía demasiado viva, resultaba ser perturbador.

Era un sentimiento tan fuerte...

Sin sentido.

Fuera de control.

Y lo quería fuera de mí, ahora.

Las muy borrachas parranderas de la despedida de soltera no solo se salieron con la suya; no me dejaron escapar de ello y me hicieron partícipe de su locura. Yo probablemente sería la única de ellas que recordara lo sucedido.

Ahora mismo ellas debían de estar despertando en su gloriosa inconsciencia de un casi coma etílico.

Yo debí de haber tomado hasta causarme un irreversible borrón de memoria.

No era que no me gustara lo que vi, sino que me había encantado. Me sentí colocada por primera vez en mi vida. Algo explotó en mí de una manera descontrolada.

Tenía calor, todo parecía arder como un incendio.

Mi corazón corría una maratón con Flash y el correcaminos, también con Speedy Gonzáles.

Mis piernas temblaban, yo era gelatina.

Sentía que me vendría el periodo; mi vientre se exprimía, toda mi parte baja no paraba de sentirse como fuego.

Había mucho fuego.

Mis pensamientos y delirios fueron interrumpidos por la, al fin, presencia de alguien en la oficina.

Yo estaba cabeza bajo de nuevo, en la silla de escritorio lujosa de mamá, así que podía ver sus pies, en esos tacones ridículamente altos que yo jamás llegaría a usar.

Pedicura con demasiados brillos.

Podía imaginar a la perfección sus gestos en ese preciso instante:

Un suspiro, una sonrisa, una negación ligera de cabeza dándome como un caso perdido y una risa, una risa divertida y alegre de tenerme allí, porque aunque habían insistido con que yo fuera a la universidad, seguían deseando tenerme cada instante a su lado.

―Mami ―chillé.

―Akane ―correspondió ella para posteriormente posarse de panza en el escritorio, dejar su cabeza en el borde y así mirarme a los ojos―. De nuevo aquí. ¿Qué sucede mi niña?

―Si hay un chico... ―solté, sin más, como un lamento.

―Eso ya lo sabía.―Sonrió mamá, satisfecha de su perfecta intuición materna―. ¿Cómo es él? ―preguntó, yo cubrí mi rostro, llena de vergüenza, esto no podía estar pasándome.

―Él no es... Él ni siquiera es... Él no ―intenté, en vano.

―Primero lo primero... ¿Él no es? ―preguntó.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora