Capítulo 4 (3): "Sé mi heroína".

40 3 0
                                    

Salí de la habitación de Baldwin pretendiendo que irme sola del edificio de residencia de los chicos no sería una de las más estúpidas cosas que hiciera en mi vida.

Quise levantar el cuello de mi chaqueta de pana como si esta fuera kilométrica y me sirviera de escudo protector ante las miradas lascivas de los chicos casi adultos que se hallaban repartidos por toda las instalaciones.

Cuando al fin salí del edificio, exhalé con gran alivio.

No estaba acostumbrada a tener tantas miradas sobre mi, mucho menos cuando se trataba de chicos deseosos de una aventura íntima.

Bufé, odiaba estar en la universidad, odiaba ser vista por la gente. Por supuesto que odiaba ser deseada de aquella manera indecente.

Troté hasta mi piso varios edificios allá.

Cuando entré a la habitación me encontré con Ángeles y su rostro fundido en una montaña de libros.

Apenas era el primer día de clases y ya tenía trabajo hasta el cuello. Por supuesto, yo no lo haría.

No porque no pudiera, sino porque era tan aburrido como jugar solitario.

―Hey, ¿dónde estabas tú? ―preguntó Ángeles mientras mordía a medias la tapa de un bolígrafo.

―En el edificio de los chicos con Edrei ―respondí mientras me deshacía del abrigo.

Ángeles volteó a mirarme con una expresión exorcista, ojos desorbitados y quijada desencajada, dejó caer el bolígrafo de su boca mientras me miraba de esa manera, fija y penetrante.

― ¿Qué? ―pregunté horrorizada por su expresión, incluso podía pensar que estaba poseída.

―¿Qué, hacías, allí, con, mi, hermano? ―preguntó, puntualizando cada palabra.

―Me llevó a ver al chico de gemología, ¿por qué es tan grave? ―pregunté, aun sin que el horror dejara mis huesos.

Y bueno, a mi nada me asustaba realmente. La única forma de darme un real y verdadero susto de muerte es decirme que mis padres murieron, o simplemente que algo malo les hubiera pasado.

Lejos de ello, no suelo reaccionar al miedo como una persona normal. Es como si el miedo y yo fuéramos cercanos. E incluso él me tuviera mas miedo a mí que yo a él.

―Escucha lo que te voy a decir N, la única razón por la que una chica se atreve a entrar a ese chiquero de testosterona es por una razón: buscar testosterona, ¿sabes lo que significa? ―Mordí mi labio y negué con verdadera lentitud―. Sexo, ninguna chica decente va sola a ese lugar, lo único que puedes realmente ir a hacer allí es a buscar un pene.

― ¡Ahg! ―Hice un gesto de asco, con razón todas esas miradas pasadas de tono― Iba acompañada, por tu hermano, a la habitación de otro chico, que es más que un laboratorio. Era importante ―bufé.

―N, no vuelvas a ir allí sin caballería; eso no incluye a mi hermano. Ya sabes que él está como que "enamorado" de ti. Pero solo le pica el pito.―Contorsioné mi rostro al escucharla, solo me conocía de un día.

No podía ser que ya se hubiera obsesionado conmigo. Ni mucho menos que me quisiera...

Para eso. O bueno, todos los hombres querían a las chicas para ello. Todos eran iguales, unos completos idiotas.

Menos papá, él era completamente diferente.

―N, tu teléfono no para de sonar, me va a volver loca ―señaló Ángeles.

Lo olvidé por completo debajo de mi almohada.

Salté a la cama, cayendo de panza y haciendo que todos mis almohadones rebotaran conmigo.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora