Capítulo 4 (1): Estudiante Promedio.

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Por la noche, luego de llegar a mi habitación en la residencia, tiré todo. Literalmente lo lancé todo al piso y me desentendí de cualquier cosa.

De las tareas, de los proyectos, de los apuntes que no había tomado.

Ya lo había decidido.

Sería una de esas estudiantes que jamás hacía nada, ni tomaba enserio sus estudios. Sin embargo, siempre tendría A en todas mis pruebas. Lamentablemente, ya lo sabía todo.

Ser floja con mis tareas me daría la oportunidad de no llegar lejos. Una nota promedio estaría bien para mí; no es que fuera ha hacer algo de mi vida con todo esto.

La única verdad de mi vida universitaria era obligarme a socializar.

Esa era la intención de mis padres.

Fuera o no a la universidad, lo que me deparaba en el futuro no era una desgraciada pobreza. Y aunque no acostumbraba a actuar como una niña rica, llevarla suave sería mi nuevo proyecto de vida. Al menos por un tiempo.

Miré mi reflejo en el espejo que mi madre me había obligado a traer, un espejo de cuerpo entero era otra fase de su culto religioso a la moda y el cuidado personal.

Creo que moriría si sabía que su hija fue a su primer día de clases en pijama; ella había elegido para mí un precioso vestido para estrenar en mi primer día de clases. Por supuesto, de marca, que debía costar una fortuna. Para mi solo era un pedazo de tela con forma bonita. Ni siquiera me gustaban los vestidos, aunque ella siempre se esforzaba por darme algo de usar que estuviera acorde con mi estilo.

El cual técnicamente no era ni un estilo.

Yo solo usaba lo primero que me encontraba, colores grises, negros, cafés y blanco. Nada demasiado colorido o escandaloso.

Di palmadas a mis muslos mientras miraba mi espalda en el espejo.

Aun tenía la pijama puesta, con la que fui a clase. No era que fuera explícitamente una pijama.

Solo era una vieja camiseta negra estirada, cortada a la mitad, que mostraba mi vientre.

Unos pantaloncillos de paño color gris al estilo árabe, con elástico en la parte de los tobillos que hacía que se abombaran ligeramente en las piernas. Zapatos de princesa color negro, sin adiciones, tan solo cuero. Sin maquillaje, sin perfume, sin desodorante. Sin bañarme.

Aun no entendía como tenía la suerte de no apestar.

―Eres preciosa, no dudes de eso.―Di un salto al escuchar su voz, exhalé con molestia y alivio.

Edrei estaba de pie en el umbral de la puerta, semi-inclinado sosteniendo una caja en sus brazos.

―Podrías llamar ―dije, removiéndome de mi lugar.

―No morderé ―expresó en un tono poco confiable.

― ¿Dejan a los chicos ingresar tan fácil a los dormitorios de las chicas? ―refunfuñé.

―N, esto es una universidad, somos, técnicamente, adultos. Ya no se hacen responsables de lo que hagamos en nuestras horas libres en nuestras habitaciones. Además, los chicos siempre vienen y van, se hacen muchos proyectos y experimentos. Es necesario tener acceso libre en ciertas clases del semestre, ahora, si me disculpas, debo pasar, esto pesa y no es mío, es de Ángeles ―expresó, con un quejido de dolor.

―Adelante.―Hice ademán de dejarle el paso servido y él fue hasta la cama de su hermana, dejando la caja caer allí.

― ¿Qué es eso? ―pregunté.

―Un horno microondas ―respondió―. No puedes simplemente comer comida chatarra todo el tiempo porque eres un universitario. No tendrás tiempo de salir todo el tiempo y a veces se necesita, cuando enfermas por algún motivo.

―De acuerdo.―Encogí los hombros, mostrando desinterés.

― ¿De que hablabas con aquel chico en el bar? ―preguntó de pronto, cruzando los brazos.

― ¿Por qué supones debo decírtelo? ―gruñí.

―No voy a mentirte, no dejé de vigilar un solo momento mientras hablabas con él. Pero vi decepción en tu rostro cuando preguntaste algo y él no supo responderte lo que querías. Pensé que quizá podría ayudar ―confesó.

― ¿Por qué me vigilabas? ―pregunté directa.

―Eres una chica hermosa, me molestó que él pudiera atraparte mucho mas que yo; ni siquiera es lo suficientemente guapo para ti ―respondió ceñudo.

―Ni que fuera una chica súper guapa y si él es guapo para mí, no tiene que serlo para alguien más. Y no lamento no ver atractivo en ti, tengo gustos extraños en todo, eso incluye a los hombres. Para mí no eres mas que un chico normal, el cual no me interesa de plano.

―Vaya, si que sabes despedazar el autoestima de un hombre ―expresó con un suspiro.

―Tampoco lamento si soy demasiado directa, yo amo como soy. Perdóname si es demasiado para ti.

―Esta bien ―encogió sus hombros―. Me acostumbraré.

―Ves, podemos ser buenos amigos en cambio.

―Si es la única opción ―rodó sus ojos y yo le lancé uno de mis almohadones.

―En realidad, puede que si necesite preguntarte lo que le pregunté a él ―bufé―. Estoy buscando alguien experto en joyas para que examine una roca vieja que me encontré. Es importante.

―Me lo hubieras dicho desde el principio ―dijo animado―. ¡N! ¡Esta es una universidad! Hay cualquier loco corriendo por ahí y ya que yo he estado aquí varios años, tengo la respuesta perfecta a tu pregunta.

― ¿Enserio? ―pregunté ilusionada.

―Gemología, hace unos años compartí un club con loco por los diamantes. No dejaba de hablar de que quería fundar un club alternativo especializado en ello. Estuvo repartiendo panfletos por toda la universidad para reclutar los treinta miembros que piden para aprobar un club. Tienen un laboratorio, creo que él mismo paga por el departamento de Gemología, es una clase de locura de familia; sus padres donaron para que lo aprobaran. Seamos honestos, nadie creía que funcionaría ―explicó.

― ¡Es genial! ―salté de la cama entusiasmada―. ¿Dónde puedo encontrarlo?

―Toma un abrigo, te llevaré hacia allá ―señaló y yo obedecí inmediatamente―. Ahora no lamentarás que dejen la entrada libre de los chicos y chicas a sus respectivos edificios.

―Demostraste tu punto ―señalé―. Espera, debo tomar mi roca.

Me incliné debajo de la cama, prácticamente fundiendo mi cuerpo allí abajo.

Saqué el pañuelo con el rubí del nuevo escondite y me arrastré fuera de la cama, volviendo a respirar.

―Enserio debe de ser importante si lo escondes de esa manera ―bromeó Edrei.

―No tienes ni idea, ahora vamos, no puedo esperar.―Salté emocionada.

Necesitaba esto.

El rubí era el principio de toda una cadena de misterios por resolver.

Quería saber que era en realidad, quien era yo para empezar. 

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora