Capítulo 18 (4): Celos y amor

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― ¿Por qué existe este día? ―pregunté mirando hacia abajo desde el campanario de la iglesia del centro de Dusseldorf; aun me asombraba la manera en la que habíamos llegado hasta allí.

―Por la misma razón que existen todos los demás―respondió Jinx.

Yo lo miré arqueando una ceja y él río, luego me atrajo a su cuerpo y besó la coronilla de mi cabeza.

―Sabes a lo que me refiero.―Sí, por supuesto que lo sabía, lo sentía aun debajo de toda esa capa de emociones que yo le provocaba.

Miré de nuevo hacia abajo, estaba amaneciendo típico de cualquier día al inicio del invierno, más tarde de lo que debía. La claridad era muy poca, pero era suficiente para ver a todas esas personas disfrazadas que regresaban de las celebraciones del día brujas. Todas ellas disfrazadas, algunas apenas logrando caminar debido a el nivel de alcohol en su sangre.

―Se supone que es algo malo ―proseguí―; las brujas, los demonios, el diablo, los fantasmas, la gente le tiene miedo a estas cosas. Antes quemaban a las brujas, aun mantienen lejos a los que tienen ese tipo de extrañas costumbres y marginan a cualquiera que parezca tener aquella inclinación. Entonces, ¿por qué les gusta celebrarlo?

―Sea quien sea que lo haya hecho.―Pausó, mirando al cielo en lugar de a la gente―. Debió tener sus razones.

Lo miré, relajado, con su cabeza hacia atrás mirando el cielo tenebroso de aquel primero de noviembre con sus pies colgando fuera del campanario, junto a mí.

Él era como yo, él era como este día. Pertenecíamos a ese momento, justo a ese día.

―Jinx, ¿tú qué eres? ―pregunté expectativa, la duda me carcomía, no estaba acostumbrada a que la gente me ocultara cosas, siempre podía percibir sus secretos; pero no podía hallarlo, no lograba deducirlo o sentirlo.

Él debía ocultarlo muy bien.

Sabía que no tenía alas pues yo misma tuve que cargarlo para poder estar juntos en el campanario. Así que definitivamente no era un ángel.

―Soy un humano; es todo lo que puedo decirte debido a tu resolución, la cual acepté, de que yo no interviniera con la información sobre quién eres ―respondió.

― ¿Un humano? ―pregunté ceñuda―. ¿Eso es todo?

―No, por supuesto que no, pero ya lo averiguarás por ti misma ―aseguró.

Yo asentí, resignándome a ello; después de todo, era lo que yo había pedido. Exhalé, ahora yo también mirando el cielo.

Este me decía que era hora de marcharme.

―Debo ir a casa ―dije y miré a Jinx, este asintió y sonrió de soslayo con cierta tristeza.

Se reincorporó de nuevo, erguido y suspiró antes de volver a mirarme.

― ¿Volverás a ignorarme? ―preguntó.

Bajé mi rostro, avergonzada, ¿enserio esto era lo que había estado haciendo todo el mes?

Jinx acomodó unos cuantos mechones de mi cabello corto detrás de mi oreja, hacía horas que me había despojado de la peligrosa peluca de mechas alborotadas y abundantes, color azabache.

―No,―respondí y lo miré―. ¿Podríamos volver a comenzar desde la noche del baile?

―Claro ―respondió, su rostro se tornó alegre, y su energía fue radiante.

Si, eso significaba que volvía a ser su novia de manera oficial. Sonreí, tomé su rostro y lo besé; Jinx me acurrucó en sus brazos, sin dejar mis labios.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora