Capítulo 16 (1): Mentalmente enferma.

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Recuerdo que durante las pocas horas de mi noche de sueño, desperté un par de veces y el gato seguía allí, acurrucado a mi. Era una deseosa fuente de calor, el invierno estaba cayendo poco a poco, ya las temperaturas helaban, el gato era complaciente, era como tu propio generador de calor. Cuando desperté, como todos los días, a las cinco de la mañana, el frío me entró de repente; entonces abrí los ojos y me di cuenta de que él se había marchado.

De inmediato me hizo falta.

Cerré la ventana abierta, intentando disminuir con ello el frío que hacía. Desperté a Ángeles, era día de escuela, aunque, sinceramente, ya ni recordaba que día estábamos. No pegué un ojo desde la noche del sábado posterior al baile desde que desperté con mis alas hasta la madrugada de hoy.

Fuera lo que fuera yo, aun necesitaba dormir, de lo contrario, era obvio que empezaría a perderme.

Fui hasta la cajonera y tomé mi ropa para el día de hoy; cuando el invierno hacía presencia, las duchas se marchaban para no volver hasta que el invierno se hubiera marchado. Nadie quería bañarse con agua digna de ser parte de la tragedia del Titanic; y cuando las tuberías se congelaban, no había pero que valiera.

Adiós agua, hola miles de cientos de kilos de hielo.

Vivir en Alemania en invierno era caro; tenías que comprar gasolina para los generadores, pagar cuentas exageradas de gas y de corriente eléctrica. A familias enteras les era mas fácil y barato tomar un avión al trópico y perderse allí durante los meses de invierno que quedarse en casa. Al parecer, los estudiantes universitarios no les quedaba mas que volverse paletas heladas; nuestra calefacción ni siquiera funcionaba.

No había un pronóstico favorecedor para los calentadores de cientos de habitaciones en el campus.

―Por Dios, N, saca tu chequera, debemos comprar un aparato de esos,―esas fueron las primeras palabras de Ángeles tras el supuesto amanecer. En invierno, a veces ni siquiera amanecía realmente.

Ángeles golpeó el calentador con uno de sus zapatos, pero eso no lo repararía.

Tomé el celular y aun con mis dedos congelándose fui capaz de escribirle un mensaje a papá.

"Necesitamos un calentador, urgentemente", fue todo lo que pude escribir, además de un emoticón que imploraba compasión que recalcaba el sentido de urgencia.

Me coloqué un par de guantes afelpados y me eché una frazada encima; aun era octubre, pero este día estaba particularmente frío.

Tomé mi portátil y salté al lado de Ángeles, tal vez compartir calor corporal sería de ayuda, así que me acurruqué hacia ella.

Para mi querida compañera era mucho mas difícil, en su país el calor era dominante, habían días infernales de hasta cuarenta grados. Revisaría la página web de la universidad por si había algún anuncio, si se cancelaban los periodos, algunas clases o eventos, siempre lo anunciaban allí.

No obstante, cuando abrí mi computador, me topé con algo que no me esperaba; lo había olvidado por completo.

― ¿Ves porno? ―preguntó Ángeles, boquiabierta.

―No, ayer atrapé a Chiara viéndolo, solo cerré la tapa y dejé la portátil allí.

―Si, no es tu estilo.―Ángeles arrugó su nariz, ¿por qué en esta década ser virgen era como ser negro en los días coloniales?

―No lo necesito,―justifiqué, quizá no era tan débil como el resto del mundo, obsesionados por su actividad sexual.

Presioné CTRL y estaba a punto de presionar F4 cuando Ángeles detuvo mi mano repentinamente; aun con mi mano aprisionada, miró fijamente la pantalla, entrecerró los ojos y luego los abrió por completo.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora