Capítulo 15 (1): Lo que los libros pueden ser.

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Regresé al campus y pasé por mi dormitorio, recogí mi tableta electrónica y el bolso de Héller. Me armé con ello y compré un chocolate caliente de paso a la biblioteca. Al llegar, me mantuve de pie unos minutos frente a las estanterías, mirándolas, haciendo una estrategia mental de lo que debía hacer.

De paso, busqué su presencia, la del chico misterioso de cabello azabache a rulos, linda sonrisa y piel soleada. Presencia la cual no logré encontrar, pero si él era lo que yo creía, quizá necesitara un poco de ayuda para aparecer. Yo necesitaba encontrar una manera de hacerlo.

Tomé un sorbo de mi chocolate y pensé un poco más, puede que ya supiera como proceder.

Subí en ascensor al segundo piso, pronto me encontré en la sección de literatura fantástica, decenas de libros que trataban de ángeles y demonios, de unicornios y duendes, de hadas y brujas. Nada de lo que un cristiano debiera sentirse orgulloso.

Analicé mi entorno, una parte del tercer piso se hallaba superpuesta hacia el segundo, dando la impresión de un pequeño balcón interior.

Aquellas horas de la noche ambos pisos se consumían en soledad; por lo que era perfecto para una charla confidencial entre guardianes, o entre guardián y lo que sea que yo fuera ahora.

Empecé simulando estar interesada en los libros de la primera estantería. Caminé hasta el fondo del pasillo y regresé; la verdad era que no me importaba ninguno de los libros, no me servían, al menos no para mi investigación.

Cuando volví al principio tomé uno de los libros y lo dejé caer al suelo, revisé por medio de la escalera si había logrado llamar la atención de la bibliotecaria, pero ella se mostró desinteresada a pesar de haberme escuchado y tanto sus pensamientos como sus emociones me dejaban en claro que media biblioteca podría caerse en pedazos frente a ella y aun así no estaría dispuesta a dejar su lugar detrás del escritorio de la recepción. De modo que continué, tomé otro libro y lo tiré, tomé el siguiente y lo tiré, así consecutivamente, lanzando uno tras otro al suelo, hasta que:

― ¿Que crees que estás haciendo? ―preguntó él mirándome desde el balcón del tercer piso.

Sonreí, eso es justo lo que quería.

―No tienes ni idea de lo mucho que cuesta mantener este lugar decente. ¿Acaso piensas que tu amiga la bibliotecaria es la que limpia sus desastres? ¡Ella no hace más que robar el Internet inalámbrico cada noche! ―prosiguió.

―Sabía que funcionaría.―Sonreí satisfecha.

― ¿Acaso esperaba verme Señorita? ―mencionó él sin remordimiento alguno.

"Los guardianes están por todas partes",―cité.

―Alguien parece haber recibido mi mensaje ―bromeó.

―Apuesto mis alas a que tú te aseguraste de eso; no creo que el libro cayera exactamente en la punta de mis pies por casualidad ―reté.

―Yo que tú no apostaría algo tan importante de nuevo, Tod.

¿Él lo sabía?

De pronto, una ráfaga de imágenes invadieron mi mente, una tormenta sin cesar de información que no se detenía. Recordé a la gitana de mis sueños, la misma del libro de Jinx. Lo vi a él, en una sala, sosteniendo un violín con su mano izquierda mientras que en su mano derecha alzaba a su vista una pluma blanca.

Todo se detuvo en segundos.

―No puede ser,―solté, quizá yo no fuera Kuolema de Sagasta, pero tenía recuerdos de la gitana Tod, y de Jinx.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora