Capitulo 1 (1): La gitana y una pluma.

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Cada luna llena significaba un mundo de posibilidades para mí. Con cada eclipse, las cosas se hacían mucho más interesantes.

Y luego al final de la línea, cuando creía haberlo visto todo se presentó ella...

La luna de color sangre.

Fue entonces cuando las cosas se pusieron interesantes.

Encontré mis propios ojos en el reflejo de un tintero. Con unas enormes pestañas, mucho mas grandes de las que jamás había tenido. Me tomó un par de segundos notar que no solo había diferencia en mis pestañas, lo había en casi todo.

Cuando me erguí, mi pecho inhaló con sorpresa.

Mi oído recibía sonidos peculiares, mi nariz percibía olores especiales.

Clavo de olor, aceite perfumado, esperma de candela. Mecha quemada, no mecha como la marihuana, la mecha dentro de la candela.

Yo tenía una mata de cabello color negro, abundante, con ondas por todas partes; pero no era obra de un rizador.

Al moverme, yo sonaba.

Las joyas, abundantes, la manta en mi cintura llena de cuencas.

Mis enaguas eran largas, hasta mis pies. Mi abdomen estaba descubierto, mis hombros también, y las mangas eran abombadas.

Abundante maquillaje y pintura de corporal que hacía lucir mi torso como tatuado.

Era una gitana, en todo su esplendor.

Y luego estaba él.

La puerta se abrió, y un hombre particularmente sorprendido congeló su paso de entrada al mirarme.

Sus ojos eran verdes, como el mar lo era a veces.

O como el jade.

Él tenía un rostro perfilado y una nariz sutilmente puntiaguda.

No resultaba ser demasiado alto, ni musculoso, pero si elegante, y por el violín que llevaba en su mano, talentoso.

― ¿Quién es usted y que hace aquí? ―pregunté.

―Esa debería ser mi pregunta, esta es mi hogar ―respondió él.

―E sido bastante descuidada, sabía que algo no andaba bien ―dije y sonreí, naturalmente, no era verdad. Y en cuanto a la causa de haber terminado allí, la desconocía.

― ¿Debo sospechar de sus intenciones? Después de todo, ha invadido usted mi propiedad.―Era español.

¡Estábamos hablando en español!

―En lo absoluto, no pensaba quedarme.―Caminé en retroceso en dirección a la ventana―. Ya me iba.

― ¿Tiene un nombre señorita? ―preguntó, justo cuando me hallaba de pie en el borde de la ventana.

―Llámame Tod ―sonreí, dándole un guiño y una sonrisa antes de dejarme caer.

Quizá él pensó que no lo haría; y eso no me detuvo.

Al verme saltar, él corrió hacia la ventana y miró hacia abajo, esperando verme caer en los adoquines, sobre el paso de los carruajes que jalaban los caballos; en el camino de los hombres de sombrero de copa y las mujeres vestidas con sus pomposos vestidos de época.

Lo sorprendió ver que yo no me había estrellado en el suelo de dos pisos abajo.

Que a sus ojos había desaparecido en la nada.

Pero yo estaba justamente sobre él y jamás me vería.

Aunque quizá podría imaginarlo cuando descubriera la pluma debajo de sus dedos.

Él deduciría que yo no había caído, sino que había volado. 

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora