Capítulo 1

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La imagen que me devolvía el espejo era la de alguien que tenía la mirada perdida. No me reconocí. Mi cabello, desordenado y sin vida, caía desaliñado sobre mis hombros. Era lo que en realidad reflejaba mi estado de ánimo.

—Tienes suerte de estar todavía ahí. —Me dije en voz alta, tocando las puntas de mis rizos.

Por alguna razón, cada vez que buscaba sentirme bien, terminaba recurriendo a lo mismo: cortarme el pelo, ir de compras o hacer algo increíblemente atrevido que me llenara de adrenalina. Ayer opté por la última opción.

En un intento por escapar de mi vida, busqué lo primero que se me ocurrió: volar. Podría haber tomado un avión que me llevara lejos de aquí, pero a pesar de mi estado de ánimo, tenía que ser prudente con mi bolsillo.

El sol se filtraba tímido a través de las cortinas entreabiertas de mi habitación. Sin embargo, su brillo apenas lograba disipar la neblina que envolvía mi mente. Sentada en el borde de la cama, observaba el mundo exterior con una sensación de desconcierto que me acompañaba cada día. El trino de los pájaros parecía tan lejano, como si estuvieran atrapados en un eco. En mi interior, un vacío se expandía, un vacío que no sabía cómo llenar. A pesar de la quietud aparente del día, mi mente era un torbellino de pensamientos confusos.

Cada célula de mi cuerpo protestaba contra la idea de levantarme de la cama. Arrastré los pies por la casa, que, a pesar de ser demasiado grande para dos personas, las paredes se sentían estrechas, atrapándome en mi propia tristeza. Preparé una taza de café que prometía ser mi mejor aliada contra la somnolencia matutina, mientras, revisé mi teléfono para confirmar la hora de mi reserva para el Parque de Globos Aerostáticos al atardecer. Nunca lo había probado, así que podía tacharlo de mi to do list, aunque, en realidad, no tenía ninguna lista.

El tiempo parecía pasar con una lentitud exasperante mientras me preparaba. Me tomé mi tiempo en la ducha, dejando que el agua caliente relajara mis músculos tensos; con la esperanza de que revitalizara mi espíritu. Sin embargo, me sentí igual, hasta que llegué al parque.

El escenario contrastaba con la tranquilidad que había experimentado en el camino. A pesar de que había llegado con una hora de anticipación, la gente ya comenzaba a llenar los senderos. Opté por mantenerme apartada de la multitud, buscando un rincón donde pudiera estar a solas; sin miradas, ni tener que obligarme a ser cortés con nadie.

Por un momento, me invadió una extraña sensación, como si estuviera totalmente fuera de lugar. Me di cuenta de que algunas miradas me seguían, como si fuera algo raro salir y pasar un buen rato a solas. Sus caras mostraban una especie de lástima hacia mí. Hice un gesto de fastidio con los ojos, aunque sabía que lo notarían.

Decidí ignorar a la gente por completo, hasta que el piloto apareció para darnos algunas indicaciones, atrayendo especialmente mi atención cuando se dirigió hacia mí.

—Joven, permítame ver su reserva —dijo, extendiendo una mano para tomar mi celular y revisar la información de cerca.

Al ver que leía y releía el contenido de mi reservación, y que además se acomodaba la gorra dando un suspiro, me preocupé. Levantó la mirada hacia mí y, con el mismo tono que había usado con los demás pasajeros para saludar, me dijo:

—Hubo un error de cálculos y todas las canastas ya están llenas. ¿Prefieres el reembolso o cambiar la fecha?

Sentí cómo la sangre llegaba a mi rostro y comencé a transpirar en cuestión de segundos.

—¿Perdón? —Lo miré con los ojos entrecerrados mientras extendía la mano para que me devolviera el celular.

—Cada globo tiene un peso máximo; estamos a capacidad y...

—Ese no es mi problema —espeté sin dejarlo terminar—. Por algo hice una reserva, ¿no es así? ¿Entonces, para qué me hicieron venir hasta aquí?

—Señorita, yo no le cobré su reserva; el sistema sobrevendió boletos —explicó el hombre con un gesto de disculpa, pero su tono estaba teñido de sarcasmo y desdén.

Un nudo se formó en mi garganta y sentí un impulso abrumador de echarme a llorar. ¿Por qué mi cuerpo siempre tenía que traicionarme en los momentos más incómodos? No solo era lo que el señor decía, sino la forma en que lo decía, con impertinencia. Sentí como si mis orejas estuvieran ardiendo. De hecho, estaba segura de que estaban enrojecidas por la vergüenza.

—Yo me encargo, Raúl —intervino una voz grave, interrumpiendo mi justificado berrinche.

—Pero es que necesito que te ocupes de otras cosas aquí —respondió Raúl, el piloto barbudo y malhumorado.

—Tranquilo, lo termino a la vuelta —dijo el desconocido, poniendo fin a la conversación con un gesto de despedida mientras daba la espalda a Raúl.

Cuando aquel extraño se acercó a mí, me sentí incapaz de mirarlo con hostilidad. Sus ojos transmitían calma y empatía, y su presencia era reconfortante.

—Esto es lo que te puedo ofrecer: te llevaré en un globo más pequeño, en el mismo viaje que pagaste, pero no será un recorrido grupal. ¿Te parece bien? —Me ofreció con una sonrisa amable.

—¡Perfecto! —exclamé antes de que pudiera cambiar de opinión.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora