Capítulo 32

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Daniel

Desde que me senté en mi escritorio, no hice más que desviar la mirada de la pantalla de la computadora hacia la del celular. Los párrafos vacíos permanecieron en el documento abierto frente a mí, aguardando la llegada de palabras coherentes, de significado... Pero me era imposible concentrarme en una sola idea.

Intentaba enfocarme, cerraba los ojos y respiraba profundamente en busca de calma, pero cada vez que quería retomar mi trabajo, mi atención se desviaba una vez más hacia las notificaciones en mi teléfono.

—¿Qué quieres, Will? —murmuré al celular que evitaba contestar.

Conocía muy bien lo que quería mi hermano, pero me encontraba entre la espada y la pared. Me coloqué los auriculares, entrelacé las manos detrás de la cabeza y cerré los ojos mientras escuchaba Desert Rose, de Sting.

Solía ser capaz de fluir con las palabras, pero hoy parecía que esa habilidad se había esfumado por completo. Las ideas parecían esquivas, como si estuvieran jugando al escondite en los recovecos de mi mente. Fijé la mirada en la pantalla en blanco, buscando alguna chispa de creatividad capaz de encender mi imaginación. Pero todo lo que encontraba era el parpadeo interminable de un cursor solitario, burlándose en silencio de mi incapacidad para avanzar.

Escuché sonar una vez más mi celular, pero esta vez no era Will, sino Lara. Respondí al segundo tono y por supuesto, ella notó en la conversación mi estado de ánimo.

—¿Necesitas algo?

Pensé en decir que no, pero habría sido una mentira. En aquel momento necesitaba muchas cosas: inspiración, calma, la necesitaba a ella...

—¿Salimos? —Volvió a preguntar con duda en su voz—. No, bueno, quizás no sea una buena idea, sé que no te queda mucho tiempo para terminar el manuscrito...

—Vamos. —La interrumpí.

¿Un descanso? Sí, eso era lo que necesitaba. ¿Quién iba a decir que el simple acto de cerrar la laptop pudiera sentirse tan liberador? Y ahí estaba yo, dejando de lado las palabras por un momento, permitiéndome respirar, permitiendo que mi mente se relajara y se llenara de algo más que historias y personajes.

El parque siempre había sido mi refugio, mi santuario lejos del caos del mundo. Solía venir aquí para correr, para liberar tensiones y encontrar paz en el ritmo constante de mis zancadas. Pero ahora, este lugar tenía un nuevo significado. Era nuestro lugar. Donde nos encontrábamos, donde compartíamos momentos.

Caminamos por la vereda. Ella hablaba y yo escuchaba, solo asintiendo, absorbido por su voz, por su presencia. Me contaba sobre las tareas que pudo adelantar debido a la huelga en la universidad, sobre su día en el trabajo... Estábamos tan alejados del tipo de conversaciones pretenciosas, de las que no son auténticas y solo buscan impresionar. Nunca hemos sido eso.

Pronto me di cuenta de lo mucho que necesitaba su voz para recordar que la vida estaba hecha de más que palabras en una página. Y por un momento, dejé de preocuparme por las historias que tenía que escribir y me permití simplemente ser.

—¿Sabes qué es lo más divertido de lavar los platos? —preguntó ella de la forma más casual del mundo.

—¿Qué, aparte de no hacerlo?

Lara rio, empujándome con el hombro.

—Es que Celeste tiene una vajilla especial, con relieves y formas de diferentes tamaños. Me gusta pasar mis dedos e imaginar qué figura estoy tocando. —Hizo una pausa y sonrió—. Aunque ella me regaña si me ve sin guantes.

Nos sumimos en un silencio, de esos en los que uno sonríe mirando al suelo, y caminamos hacia nuestro banco habitual.

—¿Estás bien? —preguntó Lara cuando nos sentamos.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora