Capítulo 28

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Desde que compartí mi plan con Daniel, mi mente se convirtió en un frenesí de ideas. Era como si hubiera perdido el control de mis pensamientos, como si algo dentro de mí hubiera despertado: un gigante dormido que había estado en letargo durante años y que ahora ansiaba resolverlo todo. Fue abrumador, pero a pesar de lo inverosímil que parecía, la sensación era indescriptible. Por primera vez, sentí que estaba en el camino correcto. Mi mente, mi estómago revuelto, mis manos temblorosas, mi sonrisa... todo lo confirmaba. Mi deseo se materializaba en la idea de crear una librería; un anhelo profundo que me impulsaba hacia adelante...

—Montalván —el profesor me trajo de vuelta al aula con una voz ronca y una mirada penetrante, sin pestañear—, menciona algunas consideraciones para elegir un buen menú.

Este señor me aterraba, y sabía que no debería distraerme justo cuando él hablaba, pero el tema de hoy me hizo soñar despierta. Me transporté al aroma del café recién hecho flotando en el aire de mi futura librería, mezclándose con el suave olor a libros nuevos. La imaginaba como un lugar rústico, con plantas, estantes de libros tan altos que necesitáramos escaleras, mesas al aire libre y áreas de lectura en el interior. Un espacio para disfrutar de café y postres en una atmósfera tranquila y relajante.

—¿Y bien, Montalván, al menos escuchaste cuál es la importancia de adaptar el menú al concepto de un establecimiento? —Replicó, observándome fijamente ante mi silencio—. ¿Tienes alguna idea?

—Creo que la comida debe enriquecer la experiencia. Por ejemplo, en una librería —tuve que hablar de aquello que no podía sacar de mi mente—, platos muy ruidosos o complicados de comer podrían resultar una distracción.

—Exacto —asintió con una leve sorpresa en sus ojos—. Costillas a la barbacoa o hamburguesas gigantes podrían ser una molestia para los clientes de una librería. —Hizo una pausa y se aproximó, mirándome desde su altura con una sonrisa casi maquiavélica—. ¿Qué sugerirías para incluir en esa librería?

Odié la forma en que pronunció esas últimas tres palabras. Levanté la barbilla y le respondí sin vacilar.

—Las librerías suelen ser refugios donde la gente busca leer y sumergirse en un ambiente lleno de calma. Por eso, optaría por postres reconfortantes y acogedores, que evocaran una sensación de hogar. Pienso en pasteles, tartas y galletas, acompañados de café o té.

El profesor continuó hablando como si no hubiera escuchado lo que dije.

—En un entorno así, podríamos considerar una selección de bocadillos ligeros, como sándwiches, ensaladas y sopas. Son opciones que se pueden disfrutar sin complicaciones mientras se lee.

Pensé que eso no iba con lo que visualizaba para mi librería, eso no. Dejé de escucharlo y seguí soñando hasta que dio la hora de salir de la clase. Lo supe cuando mi celular empezó a vibrar y me imaginé quién llamaba.

—Ya voy de camino —contesté con una sonrisa sin apenas haber salido del aula.

—Te espero.

Encontrar el Jeep de Daniel no resultó difícil, aunque me llevó más tiempo del esperado llegar al estacionamiento al otro lado del campus. Caminaba con tanta prisa que ya sentía mi respiración agitada y tuve que detenerme a recuperar el aliento. En poco tiempo lo vi.

Estaba apoyado contra la puerta, con una pierna cruzada sobre la otra y las manos en los bolsillos, mirándome a través de unas gafas oscuras que le conferían un aire irresistiblemente atractivo. Me aproximé a él, pero permaneció inmóvil, regalándome una sonrisa de medio lado.

—¿Te puedo besar? —susurró, con una nota de anticipación en su voz.

—¿Aquí? —Hice un gesto como si estuviera pensándolo con demasiada determinación y luego le sonreí con picardía—. ¿A qué esperas?

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora