Daniel
En algún momento, debía comprender que leer en la universidad no era la mejor opción. En cada esquina, se desplegaban tertulias y risas, mientras personas con aparente demasiado tiempo libre llenaban los espacios. Extrañaba el confortable sillón de mi casa. Admito que, si este libro no fuera parte de la lección de un curso, lo habría devorado hace mucho.
La necesidad de aprovechar mi tiempo se enfrentaba a la distracción de hojear las páginas sin leer en realidad. Estaba perdido en cada cosa que hice esta mañana, en especial en el momento que vi los ojos de Lara mientras me dirigía a mi oficina. No podía dejar de mirarla, a pesar de que sabía que debía apartar la mirada porque todo en mí era una señal de alerta para cualquier persona que prestara la mínima atención.
Ella estaba esperando en mi puerta, absorta en su celular, con una sonrisa de medio lado. Se veía alegre, tan distinta a la primera vez que la vi, cuando sentí un instinto desesperado de protegerla. Ahora no necesitaba esa protección; su postura erguida, su cabello amarrado, su labial, y sus uñas brillantes hablaban por sí mismas. No tenía idea de qué tono de rosa llevaba en las manos, pero resplandecía.
A pesar de saber que cualquier cercanía entre nosotros era inapropiada, el hecho de que estuviera esperándome generaba en mí un deseo de querer más.
—Montalván, buenos días —saludé sin mirarla mientras abría la puerta de la oficina.
Estábamos sentados tan cerca, que nuestras rodillas se rozaban. Me alejé cotejando nada en lo absoluto en mi computadora.
—¿Todo bien con la tarea? —dije sin mirarla.
—Me preguntaba si me puede corregir mi texto —dijo ella acercando unos documentos hacia mí.
—Sí. En la próxima clase se lo entrego con las correcciones. ¿Algo más, Montalván?
Ella me miró fijamente. No sé por cuanto tiempo, pero se levantó y se despidió con un matiz de frialdad, rendida, como si acabara de perder la última partida de un juego.
—Nada más. Que tenga buen día.
En el momento en que ella salió de mi oficina, decidí marcharme, incapaz de permanecer encerrado mientras mi entorno se movía, se transformaba, dejándome atrapado en cuestiones que no lograba entender.
Me pregunté por qué estaba molesta mientras intentaba enfocarme en las páginas del libro, pero todo parecía desdibujarse. Recordé que el documento que Lara me había entregado aún no lo había leído.
Cuando supe que ya había perdido tiempo suficiente, me dirigí a la salida a tirar el café que no me tomé, y la escuché; tenía que ser ella. La busqué en el murmullo de la cafetería. En cada encuentro descubría algo nuevo y seguía pareciéndome aún tan enigmática.
—Nunca olvidaré esa ensalada. —La escuché decir mientras reía.
—Jamás —respondió a sus carcajadas un muchacho que estaba frente a ella—. Aunque creo que seguiré con platos más convencionales la próxima vez.
—Quien sabe y luego nos den a cocinar papas, chocolate y espinacas. —Ella hablaba divertida, y el don Juan volvió a reír.
Tiré la tapa del bote de basura con mayor fuerza de la que pretendía. Su mirada se cruzó con la mía y nada cambió en su rostro. Se acomodó en su silla y continuó su charla.
Un veneno me inyectó la realidad, me hizo cuestionar la rigidez de mis principios y me sumió en un torbellino de pensamientos que me obligaron a salir de allí con la mandíbula apretada. ¿A qué se debía esa indiferencia? Algo más para sumar en lo que no entendía de Lara y algo más para querer conocerla.
Desde aquella vez que la cubrí con mis brazos, tan enredada en sus sentimientos, tan menuda, tan frágil en mi pecho, me propuse, inconscientemente ofrecerle algo que desear. Mientras sentía su respiración entrecortada, y su rostro húmedo contra mí, quise que fuera feliz, que tuviera aventuras, que lo explorara todo.
Ayer al verla en mi salón, en un mundo de probabilidades, pensé que Lara sería parte de mi destino.
De camino a casa, pedaleando más despacio de lo habitual, mi mente buscaba respuestas en este juego de paradojas, esperando encontrar alguna verdad. Sin embargo, conforme me alejaba del lugar donde sabía que se encontraba, descubrí que había algo que odiaba aún más que la mentira y la falta de integridad en una persona: tener a Lara lejos.
Puede que aceptar los riesgos de lo prohibido, desafiar las convenciones que nos atan, y encontrarnos esté más allá de las reglas impuestas. Conocía las consecuencias de cualquiera que fuera mi elección. Me debatía entre la razón y la emoción, entre la prudencia y... ¿el deseo?
En cada rincón de mi mente resonaban las palabras de Sócrates: «La vida sin examen no merece ser vivida».
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Encuentro en las alturas
RomantizmLara se siente perdida en un mundo que parece moverse demasiado rápido para ella. Incapaz de encontrar su lugar en la vida, se sumerge en un estado de desánimo hasta que un encuentro fortuito en las alturas cambia su perspectiva. En uno de sus días...