Capítulo 29

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—Buenos días a todos. Hoy vamos a explorar la interacción en realidad virtual y su papel fundamental en la creación de experiencias convincentes. ¿Alguien ha tenido la oportunidad de experimentar alguna forma de interacción en realidad virtual?

El profesor se detuvo en medio del aula, aun sosteniendo su maletín. Desvié la mirada hacia mi cuaderno, con la esperanza de que no me preguntara, porque en ese momento mi mente estaba en blanco.

—He participado en juegos donde se pueden manipular objetos, agarrándolos y lanzándolos con los controladores —comentó un estudiante en voz alta.

—¡Exactamente! —respondió el profesor con entusiasmo—. Los juegos son un ejemplo perfecto. La capacidad de manipular objetos constituye una forma significativa de interacción en la realidad virtual. ¿Y qué tal otros tipos de interacción?

—Podemos pintar, por ejemplo —agregó otro estudiante.

—Excelente observación. Vamos a explorar diversos métodos...

Me resultaba interesante, sí, pero el curso no era imprescindible para lo que quería lograr. Sin embargo, me inspiró para hacer algo distinto, algo que haría la librería aún más atractiva.

Lo escribí en la lista de mi cuaderno: una sala especial con libros interactivos. Observé con satisfacción la cantidad de notas y tachones que había en esa página. Era evidencia de que algo estaba en marcha y de que no había tiempo que perder. Por eso, al finalizar la clase, me dirigí directamente a la oficina de registro para que me orientaran sobre mi próxima matrícula.

—Todavía no estamos realizando nuevas matrículas. —Me interrumpió la empleada.

—No. Eso lo entiendo —traté de ser cortés—, lo que quisiera saber es cuáles son los cursos disponibles para el próximo semestre.

—¿Te gustaría una lista?

—Sí, por favor —asentí—, una lista, un catálogo o algo que me permita planificar lo que voy a matricular cuando llegue el momento de llenar los documentos.

—Bien, los cursos que debes tomar están detallados en el programa de tu bachillerato. En ese documento...

—No, mire —suspiré, intentando mantener la calma mientras buscaba las palabras adecuadas—, mi situación es un poco diferente. No tengo un bachillerato específico; estoy inscrita en cursos variados. Quisiera saber qué cursos estarán disponibles el próximo semestre para poder prepararme.

¿Era mucho pedir? ¿Era tan difícil de entender? Ella entrecerró los ojos, tecleó un rato en su computadora y luego imprimió unos documentos que me entregó sin chispa de ánimo.

—Aquí tienes algunos cursos aprobados —indicó, señalando con una uña larga y roja la tabla en el documento—, y otros que están en la lista tentativa porque eso depende de la cantidad de estudiantes que se matriculen. Si no hay suficientes inscritos, el curso se cancela.

—¡Gracias! —exclamé, sintiendo un gran alivio. Por fin tenía algo en qué trabajar.

Salí con prisa de la oficina y choqué con alguien, lo que provocó que se me cayera lo que llevaba en las manos. Ambos nos agachamos para recoger los papeles que la muy, muy amable empleada no pudo grapar, y sonreí ante lo tonta que me sentía por aquello. ¿Cuándo las cosas eran demasiado perfectas sin ocurrir ni un solo percance, cuándo?

Levanté la mirada y allí estaba el pecoso. ¡Por favor! ¿Este tipo estaba en todas partes? Me mantuve en silencio; él evitó mi mirada.

—Gracias —murmuré, con una voz sin expresión.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora