Capítulo 21

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Nunca me he aferrado a una rutina al prepararme para salir, ¡o eso pensaba! Tal vez todo esté influenciado por mi estado de ánimo, especialmente cuando me voy a vestir. La verdad es que la ropa no es algo que me quite el sueño, pero esta vez me aseguré de que fuera cómoda. ¿Cómo organizan su armario los demás, por estilo o por color? Siempre me inclino hacia la clasificación por colores. Esta mañana, elegí una camisa blanca holgada, leggings y zapatillas deportivas. Recogí mi cabello en una coleta alta y me dejé los aretes puestos para no sentirme desnuda.

Con la misión de llegar puntual a mi nuevo trabajo, decidí desayunar en el carro. Mientras desenroscaba la tapa de mi termo de café con calma, cada sorbo interminable era un intento de contener los nervios. Escribí a Daniel, sin esperar su respuesta, mientras la prisa por entrar a la casa crecía. La distracción con él podría significar llegar tarde.

—Buenos días, Celeste —saludé cuando me abrió la puerta de madera.

Al entrar me invadió un aroma envolvente y familiar de manzana y canela, como si la esencia misma de su hogar tuviera un matiz nostálgico. La sala estaba adornada con estanterías repletas de esculturas de cristal que revestían las paredes, transformándola en un auténtico museo.

Las figuritas de animales de todos los tamaños poblaban las repisas, revelando la peculiar afición de Celeste. Por fortuna, no eran payasos.

—Te daré una rápida explicación de la tarea de hoy —anunció Celeste, y su voz mostraba urgencia—. Tengo una cita rutinaria en una hora.

De seguro notó mi preocupación porque sus manos se posaron con ternura en las mías, como si quisiera disipar mis inquietudes. En realidad, no quería quedarme sola en una casa que no conocía. ¿Y si hacía algo mal?

—No te preocupes, cariño, trabaja con calma —su tono suave y una sonrisa amable acompañaron esas palabras—. Hoy, tu enfoque será esta sala.

Señaló la figurita de un tigre, pero no la tomó.

—Esta me la regaló mi hermoso nieto.

Fue entonces cuando noté el temblor en sus manos, y entendí que esa era la principal razón detrás de la tarea que ella ya no podía realizar. Las marcas del tiempo y una leve deformidad se revelaban en sus dedos.

—Para limpiar las esculturas —dijo con dulzura—, primero, quita el polvo superficial con un pincel suave o paño limpio. Todo lo vas a encontrar en el armario del pasillo. Luego, sumerge un paño en una mezcla de agua tibia y jabón neutro. Limpia cada pieza, evitando presionar demasiado. Después, sécalas con otro paño limpio. Puedes usar hisopos si es necesario.

La preocupación por cometer errores, romper algo o no terminar a tiempo se instaló en mí ante la magnitud de la tarea. Eran muchas piezas, muchas tablillas y muchas instrucciones. Pero, apenas Celeste se retiró, me puse los auriculares, seleccioné una playlist y me concentré.

 Pero, apenas Celeste se retiró, me puse los auriculares, seleccioné una playlist y me concentré

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Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora