Capítulo 18

58 5 21
                                    

La luz del amanecer se filtró por las cortinas, llenando mi habitación de tonos cálidos. La atmósfera me envolvía, y me fijé en detalles que a menudo ignoro: el rosado de las paredes se veía más vivo, los libros ordenados en la mesita de noche, las fotografías en la pared frente a mi cama, las plantas en la repisa de la ventana, y el suave murmullo de la música que flotaba en el aire.

Al extender los brazos, sentía la textura reconfortante de las mantas, la almohada acogía mi cabeza en un abrazo que me recordaba el descanso reparador que acababa de disfrutar. De inmediato busqué en mi mente qué estaba olvidando, ¿qué era eso que me devolvería a la realidad? Pocas veces tengo la dicha de tener días tranquilos, y mis pensamientos corren en busca de lo que está fuera de tiempo. Miré mi celular y vi el último mensaje de Nati. Ya lo recordé: Daniel.

Esperaba verlo en unas horas, aunque, ¿qué le iba a decir? Pensé en lo que me dijo Natalia ayer, y todavía no tenía idea de qué hacer. Quizás ella tenga razón, es posible que Daniel no haya tomado lo que dije muy en serio. Puede que entienda que estaba confundida, o molesta, o que estaba siendo una verdadera idiota. Pero, de todas formas, no me escribió en todo el fin de semana... ay no sé, no sé. Yo tampoco le escribí, puede que me estuviera dando espacio, o que... no tendré respuestas hasta que llegue a la universidad. Me volveré loca si sigo así. ¿Por qué tengo que ser tan impulsiva? ¿Por qué tengo que pensar tanto? ¿Por qué a todo?

Mi celular vibró en mi mano, y me sobresalté. Al ver el nombre de mi amiga en la pantalla contesté sin chispa de cordialidad.

—¿No puedes ni esperar a que despierte bien? —dije con un bostezo.

—Bueno, querida, teniendo en cuenta de que me dejaste hablando sola ayer y te dormiste horas antes que yo, ya deberías estar de camino a tus clases. —La efusividad de Natalia, no, eso es un gran eufemismo, la gritería se hizo sentir en mis tímpanos.

—¿Qué te pasa? —pregunté mientras me levantaba de la cama, en una voz tan monótona que contrastaba con la suya.

—Que te tengo buenas noticias, bebesita. —Hizo una pausa y bajó la intensidad— Bueno, eso creo.

—Cuenta. —Me detuve de golpe esperando el chisme.

—Tú sabes que aquí las doñitas llegan bien temprano a emperifollarse. Pues, al parecer, mientras yo hablaba con la dueña para saber si tendría alguna plaza disponible para ti, una señora tenía la oreja atenta y me interrumpió para decirme que estaba buscando a alguien que la ayudara.

Eso último borró la sonrisa que se me había formado en el rostro; por supuesto que no iba a limpiar y bañar viejitas, claro que no. Pero para no desanimar a mi amiga, dejé que siguiera hablando.

—La señora vive sola y ya va necesitando una manita en la limpieza de su casa, y mencionó algo de archivar y cosas así. —Hizo una pausa y al notar que yo no hablaba, quiso persuadirme—. No parece nada del otro mundo, Lali.

—No quiero hacer eso, Nati —dije con pereza.

—Pero, Lara, ve a ver la casa, habla con la señora, se ve buena persona.

—¿Lo puedo pensar? —suspiré.

—Nena, te voy a enviar el número de teléfono y, cuando salgas de la universidad, visítala. Estoy segura de que, así como viste, así debe pagar.

—Te llamo en la tarde. Te quiero. —Me despedí y escuché la voz de Nati desde lejos antes de terminar la llamada.

—¡Piénsalo!

En realidad, sí que lo pensé en la ducha. Después de todo, no tenía nada que perder. Mientras esperaba que mi café se enfriara, hice una lista de cosas pendientes para hacer hoy, porque necesitaba comenzar a ser productiva por una vez en mi vida.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora