Capítulo 20

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¿Qué si me he pasado los últimos días sonriendo como una tonta? Absolutamente. ¿Qué si me importa? Ni un poco. Mi anhelo por el fin de semana ha alcanzado niveles sin precedentes, ansiosa por compartir más tiempo con Daniel. Ni siquiera tener que tomar la clase de Arte Culinario con Miguel logró arrebatar esta felicidad.

—¡Hoy es 'juernes', bebesitas! —Nati celebró, sirviendo un poco más de vino rosado en mi vasito de plástico de Hello Kitty.

—Todavía no estoy de fiesta, mañana me levanto temprano —comenté, elevando mi vaso—. Pero brindo con ustedes.

—¿Por? Natalia nos dijo que te ibas a dar de baja de la clase del viernes —señaló una de las gemelas.

Di un sorbo y una frescura deliciosa, con matices de frambuesa ligeramente dulce, me envolvió, provocando que me relajara.

—Sí, cancelé la clase, pero mañana empiezo a trabajar en la casa de una señora.

Me dejé caer en el sillón de la sala de Nati, suspirando, porque no importaba lo que fuera a ocurrir en la casa de Celeste, luego tendría todo el tiempo para estar con Daniel.

—Nena, tú sí que llegaste radiante hoy —Natalia rio entre dientes—. Necesito detalles.

— Necesitamos —dijeron al unísono las gemelas.

—No tengo que decirles nada —me quejé con una sonrisa enorme que no podía controlar.

—Claro que sí —interrumpió Nati.

Se sentó a mi lado y me arrebató el vaso de vino, porque ya se le había acabado el suyo.

—Después de tu último papelón, no puedes dejarnos así; necesitamos actualizaciones —insinuó una de las gemelas—. Apuesto a que hay novedades con Daniel.

Mi sonrisa se ensanchó aún más al escuchar su nombre.

—Ves, todas teníamos razón —añadió—. Esto es más emocionante que una novela turca.

—Pero, ¿ustedes no entienden que no quiero decir nada? —Reí.

—Esta está a punto de soltar la sopa —replicó la otra gemela.

—¡Ay, no puede ser! —Nati se llevó una mano al pecho con dramatismo—. Ya se acostaron, por eso no quieres hablar.

—¡No! —grité, sintiendo mi rostro arder mientras me tapaba con un cojín.

—¡¿Todavía?! —exclamó Clarixa, creo, antes de mirar a sus hermanas—. Esta nena necesita tratamiento, o una descarga eléctrica.

—Tratamiento necesitas tú —contraataqué—, que crees que todo es irse a la cama...

—No te hagas, nena. Pagaría lo que fuera a que estás contando los días para que suceda —intervino Marixa, o quizás era la otra, por ahora se quedarán así.

—Claro que no —mentí, quitándole el vasito a Nati, para dar un sorbo sonoro—. Además, quiero que vayamos despacio. Después de mi última experiencia, prefiero...

Natalia puso una mano en mi boca interrumpiéndome y poniendo un dedo en sus labios para enfatizar aún más que me callara.

—De la lagartija no vamos a hablar. Esa cosa ni siquiera le llega a los talones a Daniel, bueno, no lo conozco aún, pero cualquiera es mejor que el moribundo aquel.

—Pero si no he dicho eso.

—Con lo que has hablado del profe —continuó, me arrebató el vaso de las manos y bebió las últimas gotas de vino—, de seguro es el indicado.

—Relájate y coopera —dijo Marixa—. Llevas demasiado tiempo sin cariñito. Y es mega natural desearse y disfrutarse, no tiene nada de malo. Para eso se creó la humanidad, ¿verdad?

—Tiene razón —interrumpió Natalia.

La miré mal y admitiendo solo dentro de mí que la tenía. Pero no quería parecer la única entre nosotras que no tenía una vida sexual activa.

—¿Y quién les dijo que hace tiempo no me acuesto con nadie? —Me quejé.

Las tres se quedaron en silencio, sonriéndome con ironía y solo faltaba que se cruzaran de brazos. Clarixa incluso se atrevió a mirarme de arriba abajo. Las odiaba.

—Mira, Lara, tienes que empezar por abrirte al mundo —explicó Marixa—. Ya sabes, abrirte bien.

Le lancé un cojín y ella estalló en carcajadas, la muy tarada, sin dejar de hablar.

—De todas formas, si no te trata como te mereces, Natalia le dará su merecido, así como a...

Mi amiga le dio una patada a su hermana, y permaneció observándola fijamente.

—Ah, ¿que no lo sabe? —preguntó Marixa con los ojos como platos.

—¿Qué es lo que no sé? —La miré con curiosidad, pero no dijo nada.

Después me centré en la otra gemela, y cambió la vista. Ahora nadie quería hablar y mi paciencia se estaba agotando. Desde que las conozco, siempre han sido extremadamente insoportables, pero cuando quieren ocultar algo, no hay quien las haga hablar.

—O me dicen de una vez lo que se están escondiendo o...

Me quedé pensando un momento con qué las podría amenazar, pero no tenía nada bueno.

—Entonces, me voy. —Me levanté y caminé hacia la puerta, consciente de que les importaría un reverendo comino.

—No te vayas, Lali —murmuró Natalia.

—No sabía que teníamos secretos. Y, para colmo, estas dos lo sabían antes que yo. —Las señalé, queriendo no sonar tan dolida, pero no me salió.

—No te ofendas, es que somos sus hermanas, la sangre pesa más... —dijo Clarixa como si tal cosa.

—No seas idiota. Sabes bien que, si no hubieran estado, no sabrían nada —añadió mi supuesta amiga.

—¿Y qué es lo que no sé? —Me crucé de brazos.

—Te lo voy a contar, ¿vale? Relájate.

La miré con mala cara. Sabía que odiaba que me dijeran que me relajara, y ya lo estaban tomando de costumbre.

—Un día, poco después de que te dejaras de la lagartija, el muy imbécil se apareció por mi tienda para hablarme de ti —dijo Natalia mirándome muy seria—. El tipo buscaba ponerme de malas contigo. No sé, quizá pensó que podía hacer lo mismo que con aquella...

—Pero, mamita, entre amigas hay códigos —interrumpió una de las gemelas, ya no tenía idea de quien hablaba.

Nati chasqueó la lengua, y cuando la miró, su hermana se calló.

—Mira, lo que ocurrió fue que él estaba frente a mí en el mostrador, habla que te habla. Cuando terminó le lancé mi bebida a la cara. No le bastó el montón de basura que ya había dicho y me llamó «perra», el muy infeliz. Así que le pegué un puño en su horrible nariz con todas mis fuerzas. Y se fue. Ya está. Nada más.

Miré a las gemelas algo aturdida, buscando confirmación, ni sé por qué; Natalia era capaz de eso y más. Ellas sonrieron a la vez, como si esperaran que reaccionara de una forma específica. Últimamente, me siento muy estúpida. Quería abrazar a mi amiga, pero no me pude mover, porque al mismo tiempo me daba vergüenza haber sido tan insistente. Pero estaba feliz, así que solo sonreí, y esta vez no hice más preguntas, porque si no me lo dijo antes, tendría sus razones. 

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora