Capítulo 30

31 4 19
                                    

Ansiaba que llegara el sábado. Sentía que la semana había sido pesada al extremo. Sin embargo, Daniel y Nati ayudaron a que todo fluyera mucho mejor. Bueno, Celeste también. Los días de trabajo dejaban de serlo cuando ella estaba en casa y me invitaba a una tacita de té.

Me senté en un banco, sintiendo la madera roñosa bajo mis muslos, y cerré los ojos cuando una brisa tibia acarició mi rostro; hasta que me sentí observada. A lo lejos, unos ojos enormes me miraban desde un tobogán rojo. Le hice una mueca a la niña; ella sonrió y salió corriendo al encuentro de su madre.

Miré los papeles que llevaba en la mano y me descubrí nerviosa. Había mirado tanto aquella lista que casi me sabía su contenido de memoria. Cada curso parecía ofrecer algo único, algo que podía ser útil para mí. Suspiré, deslicé mis dedos por la pantalla de mi celular y le envié la ubicación del parque a Daniel.

El 80% de las veces tomaba decisiones que ni siquiera entendía. Esta, por supuesto, era una de esas. ¿Por qué estaba en un lugar como este? ¿Por qué este parque? Cuestionaba a esa otra Lara que invadía mi interior, esa que no conocía, que parecía decidir por mí sin explicarme.

Unos minutos más tarde, Daniel se aproximó hacia mí. Vestía de una manera que no era habitual en él, pero que me encantaba: pantalones cortos y una camisilla negra que dejaba sus brazos al descubierto.

Por supuesto, venía con una sonrisa que, era solo para mí. Se sentó a mi lado y me dio un beso suave en los labios; no estaba cargado de pasión, deseo, ni de esa calentura que a menudo nos embargaba y nos veíamos obligados a sofocar. Esta vez fue solo un saludo.

Ahí estaba, la primera respuesta a mis interrogantes: no podía estar a solas con él. Cada día, algo crecía dentro de mí, algo que no quería liberar, al menos no aún. Por eso escogí un lugar al aire libre, lleno de niños.

—¿Dónde dejaste el casco de la bicicleta? —pregunté mientras observaba sus manos.

—No me lo puse. —Se encogió de hombros.

—¡Daniel! —exclamé, sonando como regaño.

—El camino desde mi casa hasta aquí no es tan largo —me rodeó con un brazo por los hombros—, relájate —susurró, mientras depositaba un beso suave en mi cabello.

No fui capaz de disimular cómo todo mi cuerpo se estremeció ante ese gesto tan tierno.

—No quiero que te pase nada —añadí en voz baja, notando cómo el rubor subía a mis mejillas, mientras me sentía desarmada ante él.

—Estoy bien.

Lo miré con los ojos entrecerrados.

—Úsalo la próxima vez.

Él, como única respuesta, sonrió sin mirarme. Mis ojos se desviaron hacia los niños que corrían y gritaban por todas partes.

—¿Vienes aquí seguido? —preguntó, como queriendo cambiar el tema.

—No.

Ahí estaba la otra respuesta: había escogido este lugar porque sentí una necesidad abrumadora de mirar atrás, de revivir lo que me gustaba de este parque.

—No vengo desde los 10 años, creo —añadí.

Me miró con curiosidad en sus ojos.

—¿Te gustan los niños?

—No lo sé. —Me reí—. En realidad, no me relaciono con ninguno. —Hice una pausa—. Me gustaba venir, en especial a esta hora. A medida que se pone el sol, los pájaros cantan, hacen mucho ruido; al menos así solía ser. Eso me relajaba.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora