Capítulo 4

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El viaje de regreso a casa transcurrió en completa tranquilidad, sumida en un trance. Todavía me encontraba en ese lugar que Daniel había descrito para mí. Ni siquiera el tráfico logró perturbar la sensación de paz, felicidad y armonía que llevaba conmigo.

¿Es posible que un completo desconocido haya logrado convertir este día en el mejor de mi vida? ¿Es posible extrañar a alguien del cual no sé nada? Y ahora, enfrento la realidad de que nunca tendré la oportunidad de conocer más de este chico tan peculiar.

Aún no estaba segura de si debía lamentar no haberle pedido su número, Instagram o cualquier medio de contacto. Tenía miedo de que pensara mal de mí, o de conocerlo y descubrir que no era como lo imaginaba. Quizás era un hombre coqueto que sonreía a cualquier chica, quién sabe. De todas formas, él tampoco me pidió nada.

Sentía que cualquiera de mis excusas estaba por debajo de mi orgullo. No quería ser la primera en mostrar ese tipo de interés. ¡Ya me estaba arrepintiendo!

—Siempre preocupada por tonterías —Me digo en un susurro—. ¿Qué tiene de malo ser amiga de un hombre si así lo quiero?

Repetía una y otra vez la canción "Thank you" de Dido, sin poder sacármelo de la cabeza. ¿A quién quería engañar? Ni aunque lo volviera a ver, podía limitarme a ser solo su amiga; no con él. Me había gustado demasiado.

Al llegar a casa, me dirigí en seguida a mi cuarto. No quería tener que toparme con mi papá y que me diera otro sermón como el de ayer. Todavía no se me ha ido de la cabeza el montón de cosas que me sacó en cara: «Mira la casa en la que vives, ¿crees que podrías mantener un estándar de vida así con cualquier otra profesión que no sea medicina?». Él parecía no comprender que yo no tenía aspiraciones específicas hacia ninguna profesión en particular.

Mi papá desconocía la cantidad de empleos temporales que había probado, donde en algunos solo había durado un día, porque ninguno de ellos me satisfacía. Entre montones de dibujos, manualidades y proyectos inconclusos, se acumulaban las evidencias de mi lucha constante por encontrar algo que me apasionara y me motivara a terminar lo que empezaba.

La vibración de mi celular interrumpió la maraña de pensamientos que me quitaba la felicidad. Contesté a mi amiga, que al parecer no conocía los mensajes de texto.

—¿Dónde te metiste todo el día que me ignoraste rotundamente? —Al otro lado de la línea me gritó una voz dramática llena de indignación.

—Necesitaba desconectarme un rato.

—Ajá, ¿y no pudiste venir a mi casa?

—Di un paseo. —Mis palabras salieron tímidas, haciendo una pausa antes de confesar—. Nati, conocí a alguien.

—¡¿Qué?! ¡¿Y cuándo pensabas contármelo?!

—Acabo de llegar. Pero es que —suspiré—, no sé casi nada de él. Fue el piloto en el Parque de Globos Aerostáticos, y hablamos durante un rato... se comportó como un sueño. Hasta me pagó el Uber cuando me marché.

Imaginé a Natalia mirándome con una ceja levantada.

—¿Y cómo se llama el distinguido?

—Daniel —dije con una sonrisa que sentí hasta el alma.

Natalia empezó a gritar a mi oído.

—¿Cuándo lo vuelves a ver?

—No sé. No tengo su contacto.

—¿Cómo que no? ¿Qué ridiculez me estás diciendo? Conoces por fin a alguien lindo, después de la lagartija moribunda aquella, y no le pediste... Ay no. Es que no puede ser. A que no te atreviste.

—Ay Nati...

—Esto yo lo resuelvo rapidito. Ya mismo entro a la página del sitio ese al que fuiste y lo encuentro. Por ahí tiene que haber un Daniel, de seguro. Que, by the way, no perdono que te hayas ido de paseo sin mí. Pero eso lo hablamos después —decía con determinación sin darme espacio a responder.

—Ya busqué, no aparece en las redes —dije con desilusión.

—Ay, yo no confío en ti, eres la peor stalker del mundo —bromeó.

Entre nosotras se formó un silencio incómodo que pareció durar una eternidad. Hablar con Natalia siempre me saca una sonrisa, pero ni siquiera su humor lograba levantar mi ánimo hoy, y seguro que ella lo notó.

—¿Qué te pasa? ¿Estás así por lo de tu papá?

—Por todo. Por él, por la indecisión, por Daniel, por todo en mí. No tengo idea de qué hacer. ¿Y si mi papá tiene razón y debo estudiar?

Ella suspiró. Habíamos tenido esta conversación miles de veces; mucho antes de salir del colegio.

—No sé, ¿por qué alguien se metería en esa trampa? ¿Sabes cuántos graduados están desempleados? Es ridículo. ¿Y qué me dices del estrés y la presión para obtener buenas notas, como si eso garantizara algo?

—Tienes razón —admití.

Aunque no se lo dije, mi negativa a asistir a la universidad tenía sus propias razones. Prefería aprender en el mundo real, forjar mi camino y evitar todo ese circo académico. Sin embargo, no me estaba funcionando.

—¿Sabes? —empecé a decir— Daniel me dijo algo que no me puedo sacar de la cabeza: «la calidad de vida no se mide solo en éxitos profesionales, sino en las experiencias». Y yo quiero eso, Nati.

—Ay papa dios, dime que no estabas con un viejo, ¡dímelo!

—¡No! Debe tener mi edad, quizá unos cuantos años más, no sé. —Hice un chasquido fingiendo estar molesta—. El punto es que él tiene razón.

—Creo que los viejos siempre tienen razón.

—¡Que no es viejo! Es un muchacho agradable, apuesto, inteligente y diferente.

—Mamita, todos los hombres que conoces por primera vez son así.

—Créeme, Nati, nunca he conocido a alguien como Daniel. Y a lo que iba era que se me ocurrió una idea. ¿Qué tal si hago un semestre en cursos diferentes, cosas tan opuestas que me lleven a descubrir qué me gusta?

Ella se mantuvo en silencio y supe que le estaba dando la vuelta a mis palabras; supe que, buscaba la lógica a todo a aquello.

—Nena, si no lo intentas, nunca sabrás, así que yo lo apruebo. Sabes lo que siempre digo: antes de comprar el zapato en la tienda, hay que probárselo...

—Sé en qué circunstancias has dicho eso, y no pega con esto...

—¡Claro que sí! Porque tienes que probar clases diferentes para al final escoger un bachillerato completo. Anyway, hazlo, total, no pierdes nada con intentarlo.

—Dinero —suspiré.

—Ah, pero tu papá lo cubre, relax. O como mi otra frase favorita: la última cuenta la paga el diablo... que, si lo pensamos bien, termina siendo tu papá.

—No seas así, tampoco es que sea tan malo.

El chisme duró al menos media hora más hasta que tuve que obligar a Natalia a terminar la llamada, mañana me tocaba convencer a mi papá de este nuevo plan.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora