Capítulo 36

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Mis pies se deslizan sobre el suelo, casi como si estuviera acariciando la superficie con cada pisada. Incluso puedo notar cada pequeña irregularidad del terreno. La brisa fresca de la tarde acaricia mi rostro, pero no logra despejar lo que hay en mí. Juega con mi cabello, enredándolo con suavidad, e intento evitar pensar. Mis brazos cuelgan relajados a los lados, moviéndose apenas en sincronía con mis piernas.

Todavía no logro memorizar los turnos de trabajo de Daniel en el Parque de Globos, y tengo la esperanza de encontrarlo antes de que comience su vuelo. Necesito de él, una vez más le necesito. Nunca pensé lo agotador que es soñar, desear algo con todas tus fuerzas y verlo tan distante. Esto me está desgastando.

Me distraigo mirando el paisaje, deseando ser parte de él, fundirme en las sombras alargadas de los árboles o en los matices de color en las hojas. ¡Qué fácil la vida de una planta! Suspiro, miro al cielo, contengo mis lágrimas y respiro profundamente.

Me acerco a la recepción, esperando ver a Daniel entre el personal, pero no está allí y un nudo se forma en mi estómago. Deseo con todas mis fuerzas contenerme. Esto no es nada... puedo con esto, me repito una y otra vez.

Me siento en un banco justo cuando aparece Raúl, el tío de Daniel.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta, con su habitual tono brusco, pero esta vez hay una pizca de curiosidad en sus ojos.

Levanto la mirada, tratando de mantener la compostura; hoy no tengo energía para enfrentamientos.

—Estoy buscando a Daniel —digo con voz ligera y casi inaudible—. ¿Está disponible?

Él me observa por un momento, como estudiándome, mientras le sostengo la mirada.

—Está en un vuelo —responde, señalando hacia los globos que ascienden con lentitud—. Volverá en unas horas.

Asiento, notando cómo la tensión en mis hombros aumenta. La espera será larga y mis pensamientos no me darán tregua.

Raúl cambia ligeramente su postura.

—¿Quieres sentarte en la oficina? —ofrece, señalando al pequeño edificio—. Pareces un poco... agotada.

Asiento de nuevo, como por inercia, sin ni siquiera prestar atención a lo que dice o hace. Me dirijo hacia la puerta, localizo una silla y me dejo caer en ella, sintiendo que cada fibra de mi ser está al borde del colapso y no logro disimularlo.

No me había dado cuenta de que Raúl estaba a mi lado y me sobresalto cuando me habla.

—¿Puedo ayudarte con algo? —pregunta con un tono menos severo.

Lo miro con sorpresa. No estoy segura de qué responder. Tiene el ceño fruncido, como si le preocupara algo.

—Solo... no sé —comienzo, las palabras saliendo con calma—. Tengo muchas cosas en la cabeza. No quiero ser un problema.

Raúl se sienta en un extremo de la oficina desierta, manteniendo su distancia, pero mostrando una apertura que no esperaba.

—A veces, hablar con alguien que no está involucrado puede ayudar —dice y me parece como si fuera Daniel el que hubiera hablado—. No soy muy bueno en esto, pero puedo escuchar.

Sonrío de una manera que estoy segura debe parecer más una mueca que simpatía. No me esperaba esto. Lo miro a los ojos unos segundos y tengo que apartar la mirada antes de que note que se llenan de lágrimas. Odio sentirme así, tan débil, tan tonta.

—Tenía grandes planes para abrir una librería —comento, mirando al suelo—. Pero todo se está complicando. Todo parece estar en mi contra.

Raúl asiente, como si entendiera de qué le hablo.

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⏰ Última actualización: Jun 09 ⏰

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