Capítulo 22

27 4 24
                                    

Daniel

En el pasado, derroché tiempo siendo un completo idiota, permitiendo que mis inseguridades destrozaran mis relaciones y sumiéndome en un egoísmo desmedido. Me di cuenta de lo que hacía cuando los reproches de ellas se volvieron un denominador común. Una repetición constante que finalmente me llevó a reconocer quién era en realidad. Lo más difícil fue enfrentarme a mí mismo; siempre pensé que llevaba la razón y, en el proceso, tuve que herir mi propio orgullo. Si quería construir relaciones duraderas, sabía que el cambio tenía que empezar por mí. Es por eso que, al conocer a Lara, no pude evitar agradecer una y mil veces que nuestro encuentro no hubiera ocurrido antes. Ella no merecía al hombre que fui.

Mientras Lara compartía los detalles del encuentro con el nieto de su jefa, su expresión denotaba preocupación: ceño fruncido, labios apretados y evitando el contacto visual. Al principio, temí que el tipo le hubiera hecho daño, pero pronto entendí que no había sucedido nada. Bastó con un cruce de miradas y una simple pregunta de él para que Lara abandonara la escena. Se vistió y dejó la casa sin pronunciar palabra alguna frente al tal Jeremías.

—Espera un momento, Lara —murmuré en un tono suave, tomando sus manos sobre la mesa del restaurante—. Si hay algo que me atrajo a ti cuando te conocí, fue lo directa que eres. Disfruto de nuestras conversaciones porque eres transparente. Pero ahora, te ves diferente.

Ella me miró durante unos segundos y luego bajó la vista, sin emitir palabra. La llegada del mesero nos interrumpió cuando trajo a la mesa los cubiertos, y llenó las copas de agua.

—Hola, mi nombre es Chris. ¿Cómo están hoy? ¿Les gustaría empezar con algo para beber, algún aperitivo o entrada? —dijo sin detenerse, observándonos con libreta en mano.

—Danos unos minutos más, por favor —respondí, sin apartar la mirada de Lara.

El mesero se retiró y aproveché para entrelazar mis pies con los de ella, logrando captar su atención. Le sonreí y le guiñé un ojo.

Detestaba que se disculpara por lo sucedido en su nuevo trabajo. La situación no era nada; llamó a su jefa, quien explicó que su nieto llevaba la compra del supermercado cada semana y que ella no sabía que iría hoy. Yo no encontraba el problema, salvo que Jeremías la vio en toalla. Aunque, eso tampoco debería preocuparla, después de todo, en la playa vemos más de lo que Jeremías tuvo la oportunidad de presenciar.

—Es que me dio mucha vergüenza hablarte de eso —respondió.

Me quedé un tiempo en silencio. Quería escucharla, entenderla, pero no me atreví a preguntarle nada. Solo asentí, y quizás eso la motivó a continuar. 

—Estoy siendo una tonta, perdón... Es que no me acostumbro a esto. —Miró nuestras manos entrelazadas—. Recuerdo tantas cosas del pasado, y aún me cuesta comprender por qué llegué a considerarlas normales. Hubo un novio al que no podía confiarle cosas como estas. Nati lo detestaba, pero yo me encontraba atrapada, sin saber cómo poner fin a esa relación, hasta que surgió una razón contundente. Un día, mientras esperábamos para entrar en la fila de un concierto, me fijé en un muchacho que estaba frente a mí. Supongo que sonreí por mera cortesía, aunque no lo tengo claro. Fue entonces cuando mi pareja de ese momento se enfadó y le dijo al muchacho que yo lo estaba mirando de forma excesiva, insinuando que deseaba algo con él. Lo más doloroso no fue lo que dijo, sino la forma en que lo hizo y cómo se refirió a mí. Salí de allí con la cabeza en alto, sorprendida de no haber derramado lágrimas; al fin tenía lo que necesitaba. Ese día experimenté una sensación de extraña felicidad, como si me hubiera quitado un peso de encima. Aunque, antes de llegar a ese punto, atravesé muchos momentos así.

Me recosté en el asiento, tratando de controlar la rabia que se apoderaba de mí, y Lara se tuvo que haber dado cuenta de mi cambio de actitud.

—Te juro que lo menos que quiero es compararte, jamás... —Se apresuró a decir.

—No, Lara, no. —La interrumpí porque seguro me malinterpretaba—. No se trata de eso. Entiendo que actúes de cierta forma debido a lo que ocurrió; lo que me molesta es que alguien te haya tratado así. Me resulta insoportable. Sé que no hay nada que pueda hacer, pero, es solo que me irrita que alguien te... bueno, nada.

Suspiré, tratando de encontrar las palabras para cambiar el tono de la conversación o para hacerla sentir más cómoda, pero mi mente estaba en blanco.

—Solo lamento que hayas tenido esa experiencia — expresé ocultando mi malestar—. Me encantaría poder decir cosas como: «Confía en mí, siempre estaré aquí para ti. Jamás te haría eso». Pero, detesto esas promesas vacías, esas palabras que carecen de significado hasta que enfrentamos algo tan significativo como para que tengan sentido.

Hubo un silencio que nuevamente fue interrumpido por el mesero, pero esta vez, sí ordenamos. Aunque pedí cualquier plato del menú sin mirar demasiado, para seguir la conversación.  

—Quiero que seas feliz —dije tan pronto estuvimos solos.

Contemplarla, aunque fuese por tan solo un segundo, ese en el que yo existía en ella, bastó para revelarme que lo nuestro crecía. Lo supe en su mirada, en su sonrisa, en su voz. Pero no se lo dije. No quise hacerlo, solo quise sentirlo.

Era evidente que entre nosotros existía algo, tal vez mucho más de lo que estábamos dispuestos a admitir. Aunque ella no era mi pareja, no de forma oficial, todo tomaba una dimensión distinta. Una fuerza magnética parecía atraernos y acercarnos cada vez más, a pesar de nuestros intentos de... no sé, estar quietos. Quizás, motivados por el pudor o el temor a apresurarnos y perder la oportunidad de conocernos a fondo. Lo cierto era que la magnitud de lo que compartíamos era innegable, y aquella atracción también.

El atardecer se desvanecía rápidamente, y la noche nos abrazaba. La sensación de tener que despedirme de Lara se volvía cada vez más difícil. No quería dejar de hablar con ella, estar junto a ella, abrazarla y sentir sus labios contra los míos. Las despedidas se sucedían, pero ninguno mostraba intenciones de marcharse.

A pesar de que nos esperaba un día entero juntos mañana, Lara propuso que la llevara al parque donde voy a correr en bicicleta y acepté sin dudarlo.

—Pensé que era un lugar muy solitario —bromeé.

—Por eso —respondió con una seriedad pícara.

Mi cara tuvo que haber sido un completo chiste, porque ella estalló en carcajadas mientras yo sentía que ardía por dentro.

—Tranquilo, no te haré nada —aseguró entre risas—. Solo quiero ver las estrellas sin iluminación a mi alrededor.

Nos acomodamos en la caja de mi Jeep Gladiator y permanecimos en silencio mientras las estrellas se convertían en parte de nosotros.

—Amo esto —susurró Lara, extendiendo su brazo como si quisiera tocar las estrellas.

—Están brillando para ti —respondió, aún con la mirada fija en el cielo.

—Eso suena a una línea de una canción. —Se quejó con un tono risueño.

—Lo es, pero no deja de ser cierto.

Ella se giró hacia mí, y yo la observé acercarse. Los latidos compartidos, el silencio cómplice y el suave roce de sus labios en los míos crearon la melodía que hacía falta para completar la noche. A medida que nos entregábamos al momento, el futuro parecía distante, y solo existíamos nosotros.

La intensidad del beso provocó que Lara terminara sentada en mi regazo, rodeándome con sus piernas. La sujeté de las caderas y la atraje aún más hacia mí, hasta que apenas quedó espacio entre nosotros, y...

—Mañana será un día largo —mencionó Lara con una sonrisa juguetona.

Aún respiraba de forma agitada cuando pude responderle, sin despegar mi vista de sus labios húmedos.

—Eso no se hace —dije con una sonrisa—. Vamos, te llevo a casa.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora