Capítulo 14

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La canción que comenzó a sonar cuando encendí mi carro, me llevó de nuevo al salón con Daniel

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La canción que comenzó a sonar cuando encendí mi carro, me llevó de nuevo al salón con Daniel. Sentí unas cosquillas que me quemaban en mi entrepierna, una sensación que comenzaba a subir hasta acelerar mi respiración. Quise llegar a mi casa, pero no podía dejar de pensar en él. Segura de que nadie podría verme a través del tinte de los cristales, recliné mi asiento, puse el seguro de las puertas y subí el volumen de Drunk in love. Con una mano dentro del pantalón me estimulé pensando en sus labios, en su lengua, en su olor. Dejaron de haber fronteras, y sin límites me introduje en un placer que deseaba que me diera él. Separé aún más mis piernas, y mis caderas respondieron al movimiento rítmico que estaba creando. Hice que mis dedos fueran los suyos, y me sentí amada. Me mordí el labio inferior con fuerza, cada vez más excitada, cada vez más rápida, cada vez más húmeda. Lo imaginé levantándome y sosteniéndome contra la pared mientras yo lo rodeaba con mis piernas; haciéndome suya, jadeándome en el oído y... 

La música se detuvo abruptamente, interrumpida por mi celular que resonó en los altavoces del carro. En un intento frenético por rechazar la llamada, terminé aceptándola.

—¡¿Hola?!

—Dime Nati —hablé con un dejo de desconcierto en mi voz.

—¿Pero y qué tú haces? —preguntó ella, posiblemente notando mi voz entrecortada.

Deseé con todas mis fuerzas colgar la llamada mientras me acomodaba en el asiento. Suspiré con mayor ruido de lo que pretendía porque ya estaba fría, y dije lo primero que se me ocurrió.

—Estaba corriendo —expliqué, rodando los ojos con fastidio.

—¿Y tú haces ejercicio? —Mi amiga, inoportuna e incrédula, soltó una risita, segura de que no le revelaría la verdad—. ¿Te llamo luego?

—No, cuéntame. Ya voy para mi casa, podemos hablar durante el camino.

—Voy para una disco en la noche, con Ethiam. ¿Te animas? —dijo con entusiasmo.

—Pensé que ya no ibas a hablar con el bastardo.

—Ay, Lara, es que besa muy bien, no puedo ignorar eso —admitió ella, lo que me hizo hacer una mueca sabiendo que no podía verme.

—De todas formas, no voy, quiero hablar con Daniel —sonreí.

—Que venga también.

—No puedo invitarlo a lugares públicos, Nati. Podrían vernos —dije con frustración.

—Qué maldito martirio el de ustedes.

—No sabes cuánto —susurré para mí.

Quise contarle todo en ese momento, revelarle lo que pasó en el salón, sobre el beso. Pero, al mismo tiempo, ansiaba guardar ese instante, mantenerlo solo entre Daniel y yo; un secreto de todo lo que éramos. Como si al guardarlo celosamente, pudiéramos retener la esencia misma de nuestra conexión.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora