Capítulo 23

45 4 29
                                    

Si me cruzara con mi yo del verano y le confesara que me hallaría en una carretera desconocida, sin destino fijo, y con Daniel a mi lado, seguramente se reiría de mí. Daniel no era como ningún otro hombre con el que hubiera salido, eso estaba claro, a pesar de que lo deseaba con cada parte de mi cuerpo, al mismo tiempo quería más de él.

Algo había cambiado en mí desde que lo conocí. En otro tiempo odiaba el sistema educativo, aunque en parte puedo echarle la culpa a las monjas del colegio católico en el que estuve toda mi vida; en otro tiempo me pude haber lanzado a la cama de quien me gustara sin pensarlo, pero así de rápido terminaba lo que sea que tuviera con esa persona. Y, en otro tiempo, no tenía idea de lo que quería en mi vida; pero, ya me iba haciendo una idea... y me estaba gustando.

De repente, me sentía extraña, como cuando tenía 16 años, llena de vida, de ilusión y con mariposas revoloteando en mi estómago. Dudé de esto, genuinamente lo hice, porque desconocía mis sentimientos. Hacía tanto que no experimentaba algo, así que me asusté. Temí ilusionarme demasiado y terminar, como siempre, con el corazón roto.

El simple contacto de nuestras manos generaba una conexión que encendía mi piel, algo que solo él lograba. Como si antes me hubiera estado moviendo por inercia, sin vida ni propósito, hasta que él apareció como el mismísimo Víctor Frankenstein para infundirme vida con una corriente eléctrica. ¿En qué demonios estaba pensando?

Ahora, los días se convertían en instantes llenos de anticipación y anhelo. Cada mensaje, cada llamada, tejía un hilo invisible entre nosotros. Me encontraba sonriendo sin razón aparente, sumida en los recuerdos de sus palabras y gestos que se convertían en... ni siquiera sabía en qué.

El sol se sumergía lentamente, pintando el cielo con tonos cálidos y anaranjados, mientras Daniel conducía sin un destino, como habíamos planificado, o más bien, no hicimos. He amado cada una de nuestras conversaciones, desde el desayuno con mi risa estrafalaria en un café local, hasta los susurros en la visita a la Galería de Arte, los silencios y miradas cómplices en el bullicioso mercado local repleto de colores, tesoros y cultura; incluso la cena desastrosa en un supuesto restaurante gourmet nos hizo reír a carcajadas.

Decidimos detenernos en una colina con una vista panorámica. Frente a nosotros se extendía un campo rebosante de flores silvestres y nos sentamos en la cima, contemplando cómo el sol se sumergía en el horizonte y teñía el cielo.

—¿Por qué la gente se sentirá tan atraída por los atardeceres? —Le pregunté sin quitar la vista del horizonte.

Me atrajo hacia él, sus labios rozaron mis hombros descubiertos mientras me envolvía con sus brazos.

—Creo que es porque cada atardecer es único, como cada persona. Cada día podemos descubrir uno nuevo; quizás eso es lo fascinante. O tal vez sean sus colores, o posiblemente sea con quién compartimos ese atardecer lo que lo hace especial.

Continuamos explorando las calles hasta que la noche cayó, y seguimos por la costa con las ventanas abiertas hasta que nos detuvimos cerca de una playa desierta, iluminada solo por la luz de la luna y las estrellas. Nos sentamos en la caja del Jeep, permaneciendo en silencio mientras escuchábamos cómo las olas rompían suavemente en la orilla.

—¿Alguna vez te has sentido tan conectado con alguien que el mundo parece desvanecerse a tu alrededor? —pregunté en un susurro apenas audible.

Lo vi mirarme con ternura.

—Sí, Lara, lo he sentido. A veces, las mejores conexiones son aquellas que no puedes explicar con palabras.

Pensé en el día que habíamos tenido, en el que aún no terminaba y no encontré ni un solo momento en el que no estuviera feliz. No hubo ni uno solo. Daniel fue mío de tantas formas, que no cabía duda de que efectivamente, con palabras no lo podía describir.

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora