Capítulo 17

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Salir tan tarde de la casa de Nati resultó ser un error que ahora me pesaba más de lo que imaginaba. El agotamiento se apoderó de mí, y apenas llevábamos una semana en la universidad. ¿Cómo era posible que me sintiera tan exhausta? Tal vez sea mi estado emocional desastroso, o el trajín de ayer con los bailes, pero hoy fui un caos en la clase de teatro. Pensándolo bien, ¡qué vergüenza!

El entusiasmo de la profesora no me llegó a mí cuando propuso un ejercicio de improvisación para mejorar la espontaneidad. ¿En qué estaba pensando cuando escogí esa clase? La idea en escena era imaginar estar en una cita a ciegas, simulando no conocer al chico frente a mí, pero esto resultó ser más incómodo de lo esperado. Mi torpeza era tanta que hasta la profesora creyó que estaba actuando bien; nadie podría pensar que yo era así en realidad.

Debido a que mi plan para el resto del día era pasearme por toda la ciudad y aplicar en cada puesto de trabajo que encontrara, necesitaba recopilar toda la energía posible. Esto me llevó a la cafetería, que por lo visto se ha convertido en un lugar que visito con más frecuencia de lo que imaginé.

Mientras esperaba en la fila, me topé con uno de los amigos de Miguel, el pecoso de la nariz larga del que no recuerdo el nombre. Intenté sonreírle, pero recibí una mirada extraña y desaprobadora. Tenía el ceño fruncido, y juraría que me estaba juzgando porque me estudió sin escrúpulos.

Me senté en la mesa más apartada a esperar que se enfriara mi café. Permanecí casi en un trance, sin pestañear, mirando el humo que se elevaba del vaso. El vapor ascendía con delicadeza, creando una danza. Nunca había notado lo hermoso que era eso. Inicialmente, apenas perceptible, como hilos formando pequeñas espirales, creando una neblina sutil. Levanté la mirada de aquella coreografía que se disolvía en el aire, y mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando el pecoso volvió a aparecer, ¿me estaba mirando?

—¿Necesitas algo? —Le pregunté con intensidad, levantando las cejas

—No —respondió, pero su tono sugería lo contrario.

—¿Entonces? —Hice un gesto con mis manos para expresar mi confusión.

Y sin más, empezó a hablar. Reveló que había tenido una percepción equivocada de mí a raíz de lo que le había contado Miguel.

—¡Pero, si apenas me conoce! —exclamé perpleja y apreté los dientes.

—Sabes qué, te lo voy a decir, porque sin cuidado me tiene. —Se acercó más—. Creo que te gusta hacerle creer a muchos que estás interesada a ver cuál cae primero.

—¿De qué coño tú estás hablando? —Mi voz se elevó de manera tan abrupta que varios estudiantes dirigieron sus miradas hacia nosotros.

—No te hagas la mosca muerta que, si el profesor de literatura la tomó contra Miguel, fue por algo —murmuró inclinándose hacia mí.

Una oleada de preguntas inundó mi mente, mientras sentía cómo cada músculo, tendón y ligamento se retorcían en mi cuerpo. ¿Que Daniel qué?

—¿Se puede saber de qué carajos...?

—Ah, ¿que no lo sabes? —Interrumpió para luego hacer una pausa, esperando mi respuesta. Al no obtenerla, continuó escupiendo veneno—. Ayer, después de tu papelito aquí, tu profe —hizo un gesto con los dedos para enfatizar unas comillas en el aire— "se encontró" con Miguel y lo amenazó.

Parece que mi expresión de sorpresa lo convenció de que ignoraba de qué demonios hablaba y ante mi silencio siguió.

—No me sorprendería que el profe malinterpretara tus sonrisitas, porque agarró a Miguel por la camisa y le dijo bien clarito que te dejara en paz. Si fuera tú, me cuidaría mucho si no quieres que te acusen de andar con provocaciones a diestra y siniestra.

Y así, sin más, se fue, dejándome con un sabor amargo, los ojos húmedos y sin palabras. ¿Será cabrón?

Me quedé sentada en la misma posición durante varios minutos, tensa y horrorizada. ¿Por qué Daniel no me habló de esto? ¿Por qué amenazó a Miguel? Qué estúpida soy. Debe de estar en problemas por mi culpa. 

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora