Capítulo 12

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Estaba perdida en la profundidad de aquellos ojos azules hasta que una ligera sensación de vértigo comenzó a invadirme. No quería tener que mirarlos, pero allí estaban. Tenía el pelo algo encrespado, como si sus esfuerzos en alisarlo se hubieran visto derrotados por la humedad del día. Me pregunté por qué mi atención estaba en todas partes, menos en sus palabras; simple, porque no me interesaba lo que decía. Pese a ello, no quise ser grosera con ella cuando me detuvo en el camino mientras disfrutaba de mi propia compañía. La última clase me había dejado con tan buen sabor, obvio; hubiera preferido que nadie me interrumpiera. Pero esa chica, Rachel, decidió dañarme el paladar.

—Me parece que la profesora avanza muy rápido en el tema. No creo que estemos preparados para empezar a crear diseños tridimensionales. ¿Y tú en qué trabajarás?

¿Respiraba siquiera cuando hablaba? ¿Por qué quería saber? Mi respuesta, una mentira sin titubeos, pretendía cerrar ese intercambio.

—Voy a diseñar un restaurante. —Disfruté la fugaz decepción en su rostro.

—Yo igual. —Ella también mintió.

Aunque apreciaba su entusiasmo, la avalancha de palabras de la chica eclipsaba mi felicidad después de haber visto a Daniel en clase. Mientras seguía con su monólogo, me preguntaba cuándo decidió que yo quería una charla en pleno camino. Mis límites personales estaban siendo desafiados.

Entonces lo vi, a Daniel, caminaba absorto en un libro que parecía antiguo. Mi salvación.

—Discúlpame, tengo que hablar con mi profesor de la otra clase. —La interrumpí sin remordimientos, sin despedirme.

Daniel levantó la mirada cuando sintió mi presencia. Sus ojos se encontraron con los míos, y una chispa de complicidad se cruzó entre nosotros.

—Montalván —saludó con una sonrisa amable.

—Hola, profesor. Me gustaría saber si puedo crear mi Bitácora en un cuaderno, quiero decir, escrita a mano.

—Bueno, la escritura de esa forma es excelente, pero para poder evaluarte necesito que subas la Bitácora a la plataforma. A menos, que decidas digitalizar por completo tu cuaderno.

Intenté no mirar sus labios mientras hablaba. Una tensión flotaba en el aire como corriente eléctrica. Daniel se alejó un poco, y eso me incomodó; no había nada malo en hablar de temas académicos. Pero nuestra charla se vio interrumpida, y deseé que no se notara mi antipatía hacia quien me había llamado.

—¡Lara! —exclamó Miguel acercándose.

Lo saludé con la mano y esbocé una sonrisa amable a las otras dos personas que venían con él. Quizás eran sus amigos, porque no los recordaba del curso de Arte Culinario.

Parecía que todo el mundo quería socializar conmigo hoy. Daniel no se movió, y me sentí extraña. No sabía si debía presentarlo o qué hacer.

—¿Ya estás lista? —Miguel dirigió la pregunta hacia mí, aunque su mirada se mantenía fija en Daniel.

—¿Para? —indagué con curiosidad, tratando de descifrar a qué se refería.

—Todos se están organizando en la entrada principal, van a comenzar la huelga en unos treinta minutos.

—¡Ah, sí! —Recordé la conversación de la cafetería y luego miré de reojo a Daniel— Te veo allí en breve, tengo que consultar algo antes.

Esperé a que Miguel se marchara para hablar con tranquilidad. Noté que Daniel evitaba mi mirada y tenía el ceño fruncido.

—¿Vas a participar en la huelga? —preguntó con un tono diferente al de hace un rato, mientras miraba su celular.

—Sí. Quiero apoyar, además...

Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora