Capítulo 31

22 3 6
                                    

Estaba casi convencida de que Celeste ya no tendría más historias que compartir durante nuestras sesiones de té, después de tantos días seguidos en los que la habíamos acompañado. Una ventaja inesperada de la huelga de esta semana era que me había brindado tiempo para reunirme con ella y Nati. Aun así, Celeste siempre encontraba algo nuevo para contarnos. Sin embargo, hoy la encontramos sumida en una melancolía palpable, mientras escuchaba las canciones de Elvis Presley, todas impregnadas en un desamor tan profundo que parecían resonar con las sombras de sus propias penas. Nos dio un discurso sobre la desconfianza, relatando cómo hace mucho se había visto obligada a alejarse de alguien debido a la incapacidad de soportar ni siquiera lo que imaginaba sobre él. Sus palabras iba cargadas de la pesadez de un pasado marcado por la desilusión y la traición.

Hablaba como si estuviera tratando de convencerse a sí misma de que había tomado la decisión correcta, aunque la duda aún pareciera pesar en su corazón.

Al escucharla, pensé que los celos y la desconfianza no solo eran producto de las acciones de los demás, sino también de nuestras propias experiencias y miedos. A veces, el mayor obstáculo para confiar en alguien no era lo que hacía esa otra persona, sino nuestras propias percepciones distorsionadas por el dolor del pasado, y este caso era quizás el más triste de todos. No quise hablar de eso, ni interrumpir su dolor. Esta vez no hubo demasiadas risas, solo la escuchamos.

Sentí lo que Celeste ocultaba. Ese que sentían aquellos que más anhelaban el amor, pero a menudo eran los mismos que estaban más heridos por su ausencia. Deseé con todo mi corazón que alguna vez pudiera encontrar la paz que tanto anhelaba, que se liberara de las cadenas del pasado, las que fueran, las que yo desconocía, las que solo veía ella.

—¡Hola! ¿Me estás escuchando? —Natalia agitaba la mano frente a mi rostro, tratando de captar mi atención mientras avanzábamos hacia el auto.

—Perdón. —Mis ojos se encontraron con los suyos, devolviéndome a la realidad tras mi breve ensimismamiento.

—Estabas en Júpiter. —Rodó los ojos con una sonrisa burlona—. ¿En qué pensabas?

—En lo que dijo Celeste.

—Ah, ya. —Dejó escapar un suspiro, aunque fue más como un susurro, como si quisiera solidarizarse con nuestra nueva amiga de plata, como le gustaba llamarse a sí misma Celeste.

Nos mantuvimos unos segundos en silencio, sin saber qué opinar.

—¿Qué decías? —pregunté, notando su expresión cansada mientras se detenía y me miraba.

Ella relajó su cuerpo, apoyando una mano en la cadera.

—No puedo más con mi hermana, está actuando como si estuviera en una tragedia de Shakespeare o algo así.

—¿Qué pasó ahora?

—Creo que está enamorada. Y no de una forma normal. Nunca la había visto así, es como si estuviera viviendo en un mundo aparte.

—Pero, ¿por qué te molesta tanto?

—No deja de hablar de Gabriel.

—Debes dejar a Marixa con sus asuntos, Nati —intervine despreocupada.

Natalia tenía el rostro descompuesto, y traté de empatizar con ella. Sabía que cuando se trataba de sus hermanas, que, a pesar de sus constantes peleas, lo eran todo para mi amiga. Pero el amor a veces nos hace actuar de forma irracional, y yo no comprendía cuál era el problema.

—Lo que pasa, Lara, es que en público Marixa se ve feliz, como si no le importara lo que hace Gabriel. Pero cuando se queda sola, la escucho llorar. Y eso me preocupa. Últimamente está todo el tiempo con Esteban, como si estuviera esperando el momento perfecto para encontrarse con Gabi.

—Déjala sentir. Sé que te importa esto, pero creo que debes seguir siendo tú, tratarla como siempre, incluso escucharla más, aunque estés harta del tema. Pero no invalides lo que siente.

Natalia apartó la vista y se puso las gafas. Era evidente que lo hacía para que no me percatara de sus emociones, pero decidí seguir la dirección de su mirada.

Al otro lado del jardín delantero se encontraba Jeremías, ocupado lavando el carro de Celeste. Desde nuestra posición, lo podíamos ver con su torso pecoso al descubierto, dedicándose con vigor a pasar un paño sobre la capota negra. Cuando levantó la vista, pareció reducir la velocidad de su tarea. Natalia sostuvo su mirada, como si estuviera en un duelo silencioso, hasta que le di un codazo en las costillas.

—¿Qué estás haciendo? —La miré con gesto de desaprobación.

—Estaba asegurándome de que no fuera a tomar la manguera y echar agua por aquí —dijo con un carraspeo, tratando de justificarse.

Ante mi incredulidad, añadió con urgencia:

—Mira mi pelo, Lara —dijo señalando unos mechones alisados—. Me tomó un buen tiempo peinarme hoy.

Decidí no prolongar la discusión y simplemente dije, llegando hasta la puerta de mi carro:

—Vámonos.


...

Playlist de Celeste

Playlist de Celeste

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Encuentro en las alturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora