¿Por qué conspiraba el universo para empañar mis momentos perfectos? No recordaba la última vez que me había sentido así. Al mirar hacia abajo, el vértigo jugaba con mis sentidos, como si el suelo se volviera líquido bajo mis pies. La adrenalina fluía y mis músculos se tensaron, revelando la conciencia de la distancia entre mi cuerpo y la tierra firme. Mi corazón latía con una intensidad que me hacía sentir ridícula.
—¿Estás bien? —Daniel buscó mi atención con urgencia, sin apartar la mirada de mis ojos—. Necesito que me escuches.
—Lo... lo siento, lo siento —balbuceé con voz temblorosa, sin moverme de mi posición.
Daniel asintió, comprendiendo mi estado.
—El cambio en el viento nos tomó por sorpresa, pero estamos bien. Necesito que te mantengas tranquila. —Su mirada reflejaba preocupación mientras seguía manejando el globo.
—Lo estoy intentando —musité con apenas un hilo de voz, agachándome y aferrándome con fuerza a la canasta.
—Entiendo que estás asustada... —Empezó a decir, pero tuve que interrumpirlo.
—No estoy asustada.
Me miró con escepticismo, pero sus ojos reflejaban una calma que me reconfortaba.
—Lara, el globo sigue bajo control —afirmó, ignorando mi intento de valentía fingida—. Confía en mí, ¿sí?
Alzando la mirada hacia él, asentí con determinación.
—Bien. Ahora, necesito que estés lista para el aterrizaje —continuó, con tono serio.
—¿Ya? Pero... —Empecé a objetar, tratando de controlar mi respiración entrecortada.
Daniel me miró con firmeza, repitiendo sus palabras anteriores:
—Confía en mí, encontraré un lugar seguro.
—Vale —respondí, resignándome a la situación.
Lo vi concentrado, con la mirada puesta en el horizonte. Sabía que él tenía la habilidad para arreglar todo esto, pero, por supuesto, yo no.
—Solo mantente firme, lo haremos bien —añadió, intentando infundirme calma.
Daniel estuvo casi diez minutos buscando un espacio plano y seguro para poder descender. En todo ese tiempo, no me atreví a mirarlo a la cara, quería evitar que notara cómo me sentía.
—No tienes de qué preocuparte. Me apena que no pudieras disfrutar de la experiencia completa. —Me reconfortó con gentileza.
—Lo siento, de verdad —respondí, sintiendo el peso de mi malestar.
Una vez que el globo tocó tierra firme, me alejé a toda prisa y, con el estómago revuelto, vomité mi almuerzo. ¿Algo más para mi lista de momentos vergonzosos frente a un desconocido amable?
—Lara, ¿necesitas ayuda? —preguntó en voz baja.
Sentí que se acercó, aunque mantuvo distancia. No sé si por timidez, asco o si me daba espacio.
—¿Tienes agua? —Fue lo único que pude decir.
No lograba mantener el equilibrio, tenía la garganta irritada y respiraba como si hubiera corrido 5 kilómetros sin parar.
Daniel no solo me trajo una botella de agua, sino que puso en mis manos un par de chicles, y se lo agradecí en el alma. El contacto de sus dedos con la palma de mi mano fue como un destello eléctrico en mi piel.
Se alejó para hacer una llamada y yo me tumbé en la hierba. Supongo que no me llevaría volando, tendría que pagar el regreso en carro, como si me sobrara el dinero.
ESTÁS LEYENDO
Encuentro en las alturas
RomanceLara se siente perdida en un mundo que parece moverse demasiado rápido para ella. Incapaz de encontrar su lugar en la vida, se sumerge en un estado de desánimo hasta que un encuentro fortuito en las alturas cambia su perspectiva. En uno de sus días...