𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐓𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐂𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨

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Penélope balancea suavemente la silla donde está sentada. La comida que había llevado el conejo blanco, se triplicó con la que ellos mismos llevaban y ciertamente le dolía ver la situación.

Recordaba sus días en la calle, antes de que el duque le rescatará, era difícil. Su nana, quien había trabajado para poder sacarla de ahí, había enfermado un día y le había suplicado que jamás tomara algo que le ofrecieran, de hecho, Penélope recordaba muy bien lo que sucedía con aquellos niños que tomaban las comidas que se le proporcionaban. Sus destinos eran horribles, prostitución, contrabandistas o mercenarios.

Su nana nunca permitió que ella tomara las ofrenda de los demás, prefería trabajar hasta desfallecer que permitir que se les diera algo de manera «amable».

Sus ojos verdes griseases se posan sobre los niños pequeños que hay alrededor, le duele verlos así, duele ver como devoran la comida que se les ha servido, d inconscientemente, siente como una lágrima baja de su mejilla.

—¿Maestra?— interroga Eclipse, mientras se acerca a donde esta ella.— ¿Por qué llora?

—¿Llorar?— cuestionó Penélope, pasando sus dedos pálidos por su rostro.— Lo lamento, no me di cuenta, es solo que estaba pensando y recordando todo lo que pase cuando vivía con Nana en los barrios bajos

—Maestra, ¿Cómo se las arreglo para sobrevivir?— interrogó Eclipse

La sonrisa de Penélope es triste, es como si recordar aquello, le doliera, la matara de manera lenta.

—Mi nana nunca dejo que tomara las cosas que nos ofrecían— comentó ella, ganando la atención de los presentes

—¿Por qué?— cuestionó Jeannette, sin poder imaginar a su prima sufriendo de hambre y no poder tomar un trozo de pan

—No hubiera sido fácil, Nette— dice ella, sus ojos reflejan una inmensa tristeza.— Las niñas que tomaron los alimentos que ofrecían, eran llevadas a los prostíbulos o eran tomadas en ese mismo instante, incluso varias veces, se llevaban a los niños

Los hombros de Reynold temblaron ante la idea de que Penélope hubiera parado en algún prostíbulo o que alguno de esos bastardos; hubiera puesto sus manos sobre ella, y agradeció a la memoria de la Nana de Penélope por haberla protegido. 

Winter por su parte tuvo que mirar a otro lado, justamente a donde estaba Roan repartiendo comida, sabía la situación de los barrios bajos, él mismo había visto a niñas de diez años embarazadas por aquellos bastardos que ansiaban probar «carne fresca» y no podía imaginar algo así para sus niños.

—Lo peor venía en invierno, cuando el frío nos rodeaba y la comida escaseaba aún más de lo que ya lo hacía— dice ella, mientras tomaba un plato hondo y servía más comida, dándosela a un niño.— Varios hombres llegaban a comprar a los niños...

—¿Comprar?— cuestionó asustado Kiel, sin poder creer aquello

—Si, compraban a los niños — asintió Penélope —Recuerdo que le ofrecieron a Nana cien monedas de oro por mi

—¡¿Qué?!

La voz de los presentes se mezclan, están furiosos ante la idea de que alguien se hubiera atrevido a pedir la virtud de Penélope.

—Es pasado— asegura ella con calma, pero en sus ojos, el miedo baila.— Al siguiente invierno, ya me encontraba en el ducado 

«Y lo pasaste peor» pensó para si mismo Reynold. No era un secreto lo que había pasado Penélope, y quería saber si ese era el motivo por el que pidió que Ivonne no volviera, ahora lo comprendía, Penélope temía volver a esa situación, tenía miedo de volver a las calles, de ser tomada a la fuerza y él nunca había comprendido aquello, hasta ahora. 

𝐓𝐨𝐦𝐚 𝐌𝐢 𝐌𝐚𝐧𝐨 «𝐏𝐞𝐧𝐞𝐥𝐨𝐩𝐞 𝐄𝐜𝐤𝐡𝐚𝐫𝐭»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora