𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐓𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐒𝐞𝐢𝐬

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Félix observaba a su hija dormir. Habían pasado dos días desde que volvieron ese día y sus majestades habían sido estrictos con el hecho de que tenían que descansar y si podía llevarle la contraria a Claude sin problema alguno, también sabía como se volvía el rubio cuando se trataba de un problema de salud, al menos cuando los rodeaba a ellos. 

Sus dedos, largos y suavemente callosos, pasaron por los cabellos magenta de su hija y lo único que podía hacer, era suspirar. La imagen de esa mujer llega nuevamente a su cabeza y siente la irá apoderarse de él, siente los deseos de ir por aquella maldita y romperle el cuello. 

Recuerda el momento en que el cuerpo de su esposa llego a él, con la piel pálida llena de manchas oscuras, como si algo la hubiera devorado, como si alguien hubiera ocupado su cuerpo para experimentar magia oscura y lo comprobó, cuando la suma sacerdotisa limpio su cuerpo para poder velarla. Se lo habían confirmado y con dolor, las peores calamidades llegaban a él. 

Su vista bajo hasta el rostro dormido de su hija, sus delicadas facciones, la forma de su nariz, tan similar a la de su amada Verónica, y un miedo se apodero de él. Temía perderla, temía que Evelyn se la quitara, tenía tanto miedo que de tan solo pensar en que su hija pudiera morir; sabía de ante mano lo que haría. 

Quemaría todo el lugar.
Mataría a cada persona.
Les arrancaría el corazón,

si algo le llegaba a pasar a su hija. 

Sumergido en sus pensamientos homicidas hacía un evento que no ha pasado y reza que no pase, no nota que la pequeña que esta en la cama, a su lado, comienza a despertar. 

—¿Papá?— interrogó con voz adormilada, sus ojos verdes griseasos no están abiertos en su totalidad.— ¿Por qué estas despierto? ¿Ya es de día? 

Félix suelta una risita y antes de tan siquiera poder responder, Sebastián hace su aparición.

—Buenos días joven amo, pequeña ama— dice con calma, como ya es costumbre, lleva un carrito de té en su total control.— El té del día de hoy es té blanco con suaves gotas de anís y acompañado con pequeñas galletas de nuez 

El olor del té mismo les llama la atención, huele tan delicioso, y las galletas de nuez atraen la atención de Penélope, quien se sienta de manera correcta y mira con atención la bandeja que hay cerca. 

—Sebastián, dime, ¿Cómo están los demás?— interrogó Félix, recibiendo la taza de té 

—Sus altezas están todavía en recuperación, por suerte el príncipe Anastacius no fue herido de manera mortal, aunque el duque Alpheus prefiere que permanezca en cama, opinión compartida por la princesa Jeannette— dijo el azabache, mientras le daba en un plato, algunas galletas a su joven señorita.— Los niños han sido revisados uno a uno y el emperador ha decidido que el puerto ya no estará bajo la supervisión del segundo príncipe, sino que pasara al príncipe Callisto 

La mención del segundo príncipe hace que la atención de ellos vaya a su mayordomo. 

«Debe de estar llorando como un niño pequeño» pensó Penélope, y si bien no le agradaba el segundo príncipe, sabía muy bien que Óscar Regulus no servía sin su madre a lado. Perdida en sus pensamientos, reacciona cuando escucha a su padre hablar. 

—De ser así, tenemos que hacer una reunión urgente— comento su padre con calma, mientras se paraba de la cama, dejando ver que no llevaba algo que cubriera su pecho y espalda.— Nelly amor, después de tomarte tu té, y te arregles, necesito que le escribas una carta a tu abuelo, solo tienes que decirle que necesitaremos al escuadrón delta y él se encarga 

—¿Q-Qué?— dijo nerviosa Penélope, dejando de lado la galleta que ya tenía un mordisco.— Pero papá, ¿C-Cómo ha-haré eso?

Enternecido por los nervios de su hija, Félix se apresura a darle ánimos con un suave beso en su frente.

𝐓𝐨𝐦𝐚 𝐌𝐢 𝐌𝐚𝐧𝐨 «𝐏𝐞𝐧𝐞𝐥𝐨𝐩𝐞 𝐄𝐜𝐤𝐡𝐚𝐫𝐭»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora