𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐂𝐮𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐃𝐨𝐬

838 77 103
                                    

Había una vez, en un imperio muy lejano, una dulce bebé nació en una de las familias más nobles. Su llegada provocó la alegría de su familia, el amor incondicional de sus padres y un rayo de esperanza y prosperidad para su padrino, él en ese entonces, olvidado, príncipe, pero aunque muchos estaban felices con su llegada, otros, la detestaban.

En las sombras, una mujer llena de maldad acechaba la felicidad de la pareja, con una niña en sus brazos, quien aseguraba ser la legítima heredera de aquel pequeño reino que se arrodillaba frente de la princesa de cabellos magenta. Había sido en una visita a su familia materna, cuando fueron emboscados.

La pequeña princesa había sido entregada en los brazos de su nana, mientras su madre le decía cuánto le amaba, susurrando palabras de despedida e implorando a los dioses que cuidaran de su hija. La pequeña niña de cinco años vio por última vez a su madre, antes de caer en un río y ser arrastrada por la corriente.

La princesa creció, primero en las calles, donde perdió la memoria, después dentro de las paredes frías de un ducado, donde era maltratada e ignorada por no ser la «verdadera hija», y durante ese tiempo, creía que moriría cuando la verdadera hija volviera, pero cuando ya se estaba rindiendo con sus esperanzas de vida, los dioses se apiadaron de ella.

Primero llegó un príncipe, de cabellos rubios dorados y hermosos ojos rojos, tan rojos como un rubí, vistiendo ropas blancas que resaltan su belleza y una inteligencia inimaginables. Después llegó aquello que por mucho tiempo, parecía que se le negó, que se le arrebató. Una familia.

La huérfana Penélope pasó a ser el perro rabioso de los Eckhart, pero ahora era conocida como la princesa Penélope Robane, y era un título que jamás se le debió de haber quitado, y ahora, ahora todo el mundo reconocería aquel título.

—Buenos días querida— habló una voz, suave y varonil

Penélope comenzó abrir los ojos y vio a su padre, quien le dio la sonrisa más brillante que tenía y que parecía hacerlo brillar.

—Es hora de levantarse— comentó con calma Félix, notando que su hija aún tenía sueño, pero parecía que había otros planes para la pareja de padre e hija. 

—¡Princesa, es hora de levantarse!— exclamaron de pronto

Aquel llamado sacó a Penélope del poco sueño que aún conservaba. Desorientada, Penélope Robane comenzó a ser rodeada por las doncellas que estaban a cargo de su vestimenta aquel día, mientras su padre era sacado de la habitación con tal de que le diera privacidad..

Sinceramente, Penélope se sentía un poco perdida, no por el hecho de haber sido despertada de una manera poco agradable, sino porque aun estando en el palacio imperial, su cuidado seguía permaneciendo en Emily, y tener a más personas a su alrededor, era algo preocupante, al menos hasta que Sebastián apareció.

—Buenos días señorita— sonrió alegre el mayordomo, mientras se acercaba a ella —He vino a supervisar que todo esté bien

—Sebastián— susurró, sus ojos estaban destellando de cierto pánico que le estaba rodeando

—¡Atención!— exclamó fuertemente el de cabellos negro— El día de hoy es la debutante de nuestra princesa y tiene que deslumbrar a todos con su belleza

Penélope siente las ganas de querer llorar. No es que se quejara de la atención que Sebastián le estaba pidiendo a todos, sino que estaba el hecho de que se sentía muy nerviosa, asustada para decir verdad.

—Mi señorita, ¿Todo bien?— interrogó Emily, quien estaba quitando los listones que permanecían en su cabello—. Luce muy pálida

—Todo está bien Emily, puedes estar tranquila— comentó con calma ella, mirando un mechón de cabello magenta que había pasado por su hombro—. Solo estaba pensando en algunas cosas

𝐓𝐨𝐦𝐚 𝐌𝐢 𝐌𝐚𝐧𝐨 «𝐏𝐞𝐧𝐞𝐥𝐨𝐩𝐞 𝐄𝐜𝐤𝐡𝐚𝐫𝐭»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora