𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐂𝐮𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐍𝐮𝐞𝐯𝐞

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Gabiel Robane se podía considerar una persona tranquila, pacífica y despreocupada. Se había casado a los veinte años con su amada esposa, Shelly Robane y de esa unión, llegó su querido hijo Félix.

Gabiel había amado a su hijo apenas había nacido, cuando lo vio, tan pequeño y frágil, supo que ese pequeño sería su perdición. Cuando perdió a su amada Shelly, se prometió que nunca iba a permitir que nadie tocará un solo cabello de su hijo, y cuando Verónica llegó, supo que ella sería la persona adecuada para cuidar a su hijo.

La llegada de Penélope fue más de una sorpresa. La familia Robane había tenido muchos hijos, pero rara vez nacía una niña, Penélope había sido la primera niña en doce generaciones, y aquello lo llenó de alegría. Su pequeña nieta era hermosa, de cabellos magentas por su sangre mezclada por la magia de la familia Heka (la familia de su esposa), el maná Robane y la habilidad espiritista que Verónica había heredado gracias a su madre.

Su nieta había sido su punto de fuerza junto a su hijo, pero cuando la perdió aquel día trágico, fue muy duro para ella. Había visto a su hijo llorar, lo había visto caer miles de veces, incluso, lo había visto tratar de soltar la cuerda de la vida, pero siempre le daba el recuerdo de su hija, de su nieta. La niña que perdieron.

Cuando la vio, por primera vez en años, pensó por un momento que estaba viendo a su esposa, y que veía a su hijo cuando tenía diecisiete años. Largos cabellos magentas, ondulados y hermosos, con pequeños mechones que le hacían recordar mucho a su Félix. Sus ojos verdes grisáceos eran la perfecta combinación de Félix y Verónica, pero tenía dos brillos, uno que asustaba a Gabiel, ya que uno de esos brillos estaban perdido, como un faro de luz que se perdía, como una joya, que aceptaba el destino de no ser querida, ni deseada.

Amo a su niña apenas la vio, era sangre de su sangre, carne de su carne. Con su carita delicada y la forma de la nariz de su esposa, la sonrisa de su hijo, esa sonrisa que tanto amaba. Estar con ella era algo dulce, agradable, como si de un soplo de liberación se tratará, y no era para menos, ella era el aire nuevo del ducado, la flor más delicada, una de las joyas de la corona.

Sentado en la mesa de conferencia y a la derecha del emperador, su piedra de comunicación comenzó a brillar, llamando la atención de él y del regente.

—¿Félix?— preguntó el regente, haciendo que la princesa, quien se hallaba también ahí, lo mirara —Actívala

Podría ser algo mal visto por los nobles, pero sabían lo que estaba pasando, la situación que la princesa perdida estaba viviendo y si podían ayudar, lo harían.

—¿Félix?

Hay un silencio, hasta que alguien habla.

Amo— era Sebastián —Dice el joven amo que se preparen, la guerra contra el demonio Leila, comenzará dentro de poco

No sería algo raro, ha decir verdad. Gabiel sabía que le pedirán un pequeño ejército, por lo que se apresuró a ponerse de pie, no fue el único, los demás nobles siguieron las órdenes que Claude, su emperador y regente (e hijo adoptivo) les estaba dando.

Tal vez era la habilidad que poseían para organizar a los ejércitos, porque en cuestión de tiempo, la primera y segunda división del ducado Robane estaban listos, junto al emperador y la princesa heredera, esta última sería quien daría aviso a los demás imperios aliados que Obelia tenía.

—Su majestad, ¿Listo?
—Siempre...

Claude estaba serio, Gabiel podía comprenderlo. Félix era un hermano para el regente, habían estado juntos prácticamente desde que nacieron, por lo que era lógico que estuviera preocupado por el mayor de los dos.

𝐓𝐨𝐦𝐚 𝐌𝐢 𝐌𝐚𝐧𝐨 «𝐏𝐞𝐧𝐞𝐥𝐨𝐩𝐞 𝐄𝐜𝐤𝐡𝐚𝐫𝐭»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora