30 Lienzos

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Lo primero que hizo Emma fue ordenar que todos vistieran cubrebocas y que nadie tocara nada. Fue un poco contradictorio para Giulio, que inconscientemente continuaba considerando ese cuarto secreto como parte de su hogar. Muchas de sus pertenencias estaban ahí. De hecho, muchas cosas continuaban ahí. Akantore no se había molestado en vaciar el lugar ni tampoco en informar su ubicación a nadie.

Había repisas de madera aún de pie. Otras se habían caído por el paso del tiempo y habían regado muchas cosas por el suelo. Algunos jarrones y floreros se habían roto y estaban esparcidos en pedazos que crujieron cuando Giulio fue el primero en entrar linterna en mano. Era una habitación amplia, del tamaño de un salón pequeño. El escritorio de Akantore aún estaba al fondo, intacto, con documentos empolvados sobre él y un vaso de vidrio cuyo contenido desde hacía mucho que se había secado. En la pared de atrás estaba un dibujo borroso de Apolo jugando con el sol que Giulio había hecho con carboncillo una tarde que estaba aburrido. No había telarañas, pero sí restos de roedores y una capa espesa de mugre que lo abarcaba todo.

Emma y Crisonta expresaron su sorpresa y su emoción con diferentes sonidos y exclamaciones. Leo permaneció estoico. Giulio los escuchó moverse a su alrededor, inspeccionarlo todo con delicadeza, mientras él veía la acolchada silla vacía que no volvería a ser usada jamás. El aire era viciado, pero Emma se opuso completamente ante la idea de arrastrar un par de máquinas arroja aire para ventilar el interior. Muchas cosas no resistirían, había dicho. Tendrían que soportar con los cubrebocas. Sí aceptó, en cambio, colocar una lámpara de canasta sobre el último de los escalones. La luz ayudó a ver mejor.

La bóveda estaba repleta. Quizás el padre de Giulio había almacenado más cosas nuevas antes de que la tragedia ocurriera. Muchas ya no servían.

Una mano sobre su hombro lo hizo recular. Giró para encontrarse con Leo, que antes de soltarlo palmeó un par de veces, murmurando una felicitación.

¿Felicidades por qué?, le habría encantado a Giulio preguntar. Su mundo estaba desecho. Su realidad estaba alterada. Conocía gente nueva, gente buena, pero había perdido a cambio a la gente con la que había crecido y que lo había amado desde siempre.

Se acercó al escritorio y pasó la mano por la madera despintada del borde, donde su padre se apoyaba al trabajar en sus documentos y sus lecturas. Sus dedos trazaron líneas desiguales sobre el polvo. Detrás de él los tres historiadores cotilleaban, cada vez más y más asombrados. El descubrimiento del siglo, lo llamaban. Una pesadilla envuelta en terciopelo, lo sentía Giulio. Menos de cinco meses atrás había estado en ese mismo lugar, conversando con su padre sobre sus planes de mudarse definitivamente a Artadis para iniciar su propio taller y tomar un alumnado al cual enseñar sus conocimientos. Akantore se había mostrado distante y poco perceptivo y Giulio había optado por dejarlo en paz después de su plática se tornara en discusión.

Los rumores ya se escuchaban por cada rincón de La Arboleda para entonces; Giulio y Laurelle amantes, el hijo que Laurelle esperaba de Giulio, el viejo padre que salía sobrando en esa relación de jóvenes enamorados; Laurelle prostituta, Giulio traidor. ¡Depravación!

Dejó a un lado la vieja silla, que estaba inclinada contra la pared luego de que el tiempo hubiera vencido una de sus patas, y buscó a tientas entre la pared hasta encontrar un mecanismo que presionó y le arrojó un siseo de aire en la cara. Alguien jadeó de asombro detrás de él. Era un pequeño hueco elaborado completamente de piedra con entrepaños por un costado y una ranura vertical por el otro. Estaba lleno de documentos intactos, si bien un poco cubiertos de polvo. Giulio los extrajo sin prestarles verdadera atención y los puso sobre el escritorio, para pesar de Emma, que le rogó ser cuidadoso. Después se giró hacia los tres lienzos que recordaba haber visto a su padre guardar ahí.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora