La cripta de los Daberessa no era menos ostentosa que aquella que su padre había ordenado levantar para él. Era una construcción amplia, de piedra y mármol que el paso del tiempo había envejecido considerablemente sin restarle belleza. A un costado de la puerta principal que tenía el marco en forma de triángulo y una enorme cruz en la cima, estaba la escultura finamente tallada de Lucilla, con su rostro y el cuerpo eternamente cubiertos por un velo que aquel día de tormenta que había mirado por primera vez no había sido capaz de detallar como lo había hecho en ese momento.
Giulio intentó no pensar por qué Lucio, el padre de Lucilla, habría creído consolable plasmarla de esa forma, sola allá afuera, mirando con añoranza hacia el infinito del vacío que rodeaba la colina. Desde la ciudad de Taras debía verse como una doncella distante, melancólica, que los vigilaba con misericordia.
Le había pedido a Leo si podía llevarlo a La Arboleda. Había sido algo que quería hacer solo, pero aunque su rodilla ya estaba dada de alta tras atender el descanso como los médicos y Emma le habían exigido, su hombro continuaba inmovilizado, y así estaría por un par de meses más. Además, no lo decía en voz alta porque era vergonzoso incluso para sí mismo reconocerlo, pero salir solo a la calle le daba temor. Era una situación que debía trabajar y mejorar por su cuenta, lo sabía, el problema era que todo había transcurrido demasiado rápido últimamente que tiempo era lo menos que tenía, y también aquello que sentía diluirse entre sus dedos conforme pasaban los días.
Se acaba el tiempo, le decía una voz diminuta y sofocante dentro de su cabeza. Se acaba el tiempo y tú estás haciendo planes e involucrando a más y más personas en tu vida, e inevitablemente tal vez tengas que dejarlas atrás. Estás haciendo los mismos planes que hacías con Lucilla y que nunca cumpliste. Mira todo lo que pasó a causa de eso.
Poner un pie fuera de su departamento siempre iba acompañado con una comitiva de vigilancia (mucho mayor que al inicio) y su celular comenzando a sonar con el número de Emma o de Leo si no les indicaba con antelación que quería salir. Era un acuerdo tácito entre ellos y él. Giulio decía a dónde iba y ellos preguntaban indirectamente si quería su compañía. Si decía que no, enviaban un vehículo con vigilantes anónimos a bordo para que lo llevaran a donde deseaba. Si decía que sí, le pedían que esperara e interrumpían sus labores para estar a su disposición, haciéndolo sentir como un inútil además de un aprovechado.
Ya nadie más allá de sus seres cercanos y del gobierno sabía en dónde vivía. No había más gente aglomerada afuera del edificio en donde estaba su nueva casa y las únicas personas que lo visitaban eran aquellas que se preocupaban genuinamente por él. Los demás, había dicho Emma, eran trabajadores del departamento de historia o de seguridad y tenían complejos contratos que castigaban duramente cualquier filtración de información al mundo de las redes sociales. Aun así, poner un pie fuera por su cuenta traía una serie de recuerdos terribles y escandalosos a su memoria que lo hacían retroceder y esperar a que alguien se ofreciera a acompañarlo.
Vassé estaba muerto. Su presencia, su recuerdo, su voz y sus amenazas no. Así como él había más, muchos más, e imaginarlos esperando, acechando desde los rincones, lo amedrentaba. Habían sido tres semanas de una pesadilla inenarrable dentro de una montaña las que habían dejado estragos en la memoria y el cuerpo de Giulio. Para esas alturas la mayoría de sus heridas estaban curadas, quedando únicamente como cicatrices difusas que fungían a la vez como un recordatorio de lo que podía volver a suceder si se confiaba o descuidaba. Sólo su hombro estaba tomando tiempo para sanar, también su cabello, que después de unos cuantos meses de haber sido rapado formaba ya rulos diminutos alrededor de su cabeza, cubriendo vagamente el camino de los puntos de sutura ya retirados. Pasaría un poco de más tiempo antes de que volviera a crecer hasta su nuca y sus orejas y a alborotarse en esponjosos rizos como siempre lo llevaba. Quizás el mismo tiempo que le tomaría a él hacer las paces con su nueva realidad y aceptar lo que fuera que el destino extendiera ante su camino.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
Ficção GeralGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...