41 Lienzos

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Despertó en una habitación blanca, con la luz del sol entrando plácidamente a través de la cortina traslúcida que ondeaba con sobresaltos juguetones. Había tres lámparas sobre el techo en forma de rectángulo que lo hicieron parpadear en una reacción fotofóbica. El primer impulso al que cedió fue el de levantar su mano al no sentir más el peso de los grilletes. Había en su lugar una venda en torno a su muñeca, y unas cuantas agujas clavadas en su piel que eran el motivo principal por el cual sentía hinchazón y picazón. Su otra mano, la izquierda, estaba inmóvil, como el resto de su brazo.

No tenía idea de en dónde se encontraba. En un nosocomio quizás. La suavidad debajo de su cuerpo y los inofensivos retenedores de metal que lo rodeaban sólo podía indicar que estaba sobre una cama y no más en un suelo de roca. Tenía pocos recuerdos de su ardua travesía de huida; la mayoría eran parpadeos de un camino pedregoso, túneles largos, fríos y oscuros, y un mar de árboles que se apretujaban contra su cuerpo y lo empujaban, obligándolo a arrastrarse cuando no podía levantar más las piernas.

Una máquina emitía un sonido constante. Por un momento la confundió con la gotera que le había hecho compañía durante su estadía en el infierno, aunque ésta no tenía eco, ni las alimañas coreaban su lento y parsimonioso tintineo.

Inspeccionó la habitación con un recorrido lento y cansado de su mirada. Había algunas cosas y máquinas rodeando su cama, y un montón de bolsas con líquidos en su interior colgaban de un perchero de metal, con cables y mangueras que sobresalían de sus extremos e iban en un camino desigual a conectarse su carne amoratada. No se quitó las agujas tanto porque sabía que de alguna manera estaban ayudándolo como porque su brazo izquierdo no respondía a sus deseos. Tampoco intentó mover su pierna derecha, que estaba elevada y abultada a la altura de la rodilla por más vendajes.

—Giulio —dijo una voz que había creído jamás volver a escuchar. Miró al lado opuesto de la cama, la única zona donde no había alcanzado a mirar al estar medio inclinado hacia un costado por un bulto suave que le levantaba la espalda—. Dios, estás despierto—. El rostro de Emma, un poco descompensado, se asomó para plantarse frente a él, bloqueando las luces del techo—. ¿Cómo te sientes?

Como un trapo viejo, habría contestado él de haber tenido el humor de bromear. Su cuerpo era una marejada de dolores, calambres y ardor. Sentía una incomodidad enorme en el hombro izquierdo y un picor insoportable en la cabeza. Respirar le escaldaba en el pecho, y aunque estaba sobre un colchón, cubierto con cobijas suaves y el aire que entraba por la ventana era cálido, aún sentía frío, tanto frío que los dedos de sus pies estaban helados y su cuerpo entero temblaba como si estuviera aún recostado sobre el suelo de roca.

—Estoy bien —respondió con voz desafinada—. ¿Dónde...?

—Estamos en Palatsis. —Emma se acomodó un mechón rebelde detrás de la oreja. Parecía no haber dormido en días y, por primera vez desde que Giulio la conocía, no vestía su pulcra ropa elegante, sino una sudadera deportiva de color rosa sobre una camiseta amarilla que le quedaba holgada, lo que intensificaba el verde lima de sus ojos y la abundante cantidad de hermosas pecas que tenía en las mejillas y la nariz y que Giulio no recordaba haber visto antes—. Hemos estado aquí desde hace cuatro días. Los médicos autorizaron tu traslado luego de seis días de tu aparición en Sicoma, en la región de Ilásica. Estuviste intubado mucho de ese tiempo. Estabas... no podías respirar por tu cuenta... Dios —su voz se quebró ligeramente y Giulio la buscó con su mano, que ella tomó rápidamente—. En verdad me alegra verte despierto.

Entonces habían pasado días de su milagroso escape. Había logrado huir contra todo pronóstico, a tan sólo unos cuantos minutos de que Vassé diera la orden definitiva para que lo ataran contra un mástil y le prendieran fuego. No tenía experiencia muriendo quemado, pero no la necesitaba para saber que sería mil veces más agonizante que las quince puñaladas que había recibido en el vientre y el pecho.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora