32 Lienzos

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Un almohadazo lo despertó bruscamente, obligándolo sentarse con torpeza y velocidad, lo que arrojó al gato fuera de su espalda. Tardó en comprender dónde era que se encontraba, y que su cuerpo seguía doliendo en donde sus músculos estaban inflamados. Estaba en su casa, en el departamento, y a juzgar por el brillo oscuro que entraba por la ventana había dormido todo el día. El reloj de luminosos números blancos que había puesto sobre el escritorio marcaba las seis de la tarde.

Frente a la cama estaban Tomello y Marice. El primero con la almohada aún sujeta entre sus manos, el segundo con el celular de Giulio frente a su rostro, revisándolo.

—Descubriste otra bóveda.

—¿Qué? —preguntó Giulio con la voz rasposa. Se talló los ojos al sentir la vista aún adormilada.

—Descubriste otra bóveda —repitió Marice—. Otra bóveda de Brelisa. ¡Y no nos dijiste!

—¿Cómo saben eso? —Giulio bajó los pies al suelo para sentarse con más comodidad. El gato no perdió la oportunidad de subirse a su regazo, ronroneando tan alto que por un momento fue todo lo que pudo escucharse en la reducida habitación.

Se espabiló enseguida. Si bien aún le dolía el cuerpo entero, la fiebre parecía haber retrocedido. Se sentía mejor en general, salvo porque moverse aún parecía una tarea complicada. Se preguntó si el sitio para el que Emma trabajaba había decidido hacer público el hallazgo y por eso sus amigos sabían de la bóveda. La tarde anterior... ¿o había sido ese mismo día?

Miró hacia la ventana, confundido, y sacudió la cabeza al sentir que su mente terminaba de aclararse.

La tarde anterior Emma había sido muy insistente al repetir continuamente que nada de eso debía ser revelado antes de tiempo. Giulio no había tenido muy claro a cuánto podía ser eso, ¿días, meses años? Tampoco tenía un interés en particular por hacer saber su condición al resto del mundo. Presentía que el departamento de Emma había sido bastante bondadoso con él hasta ese momento. Era una sociedad poderosa que disponía de mucho dinero y libertad para actuar por su cuenta. No quería averiguar lo que podían hacer en su contra si llegaba a fastidiarlos.

Aunque no había tenido mucho tiempo para romper el silencio. Les había entregado la ubicación de la bóveda la tarde anterior y había dormido gran parte del día actual. No había atendido su celular en ningún momento y ni siquiera había tenido la oportunidad de hablar con alguien más que Leo.

—¿Cómo, preguntas? —preguntó Tom con una ceja enarcada—. Enséñale.

—Tienes como mil mensajes sin leer, por cierto —dijo Marice, sacando su propio celular del bolsillo frontal de su sudadera. Manipuló un rato el dispositivo ante los adormilados ojos de Giulio y le mostró una grabación.

Giulio no ocultaría que aún se sentía sorprendido por la facilidad con la que la humanidad había descubierto la forma de capturar eventos que podían hacer una diferencia en la historia. Y verse a sí mismo en la grabación lo hizo estremecer. Ahí estaba él, junto a Leo y dos obreros, sobre los restos escombrados de las caballerizas de su casa, retirándolos con las manos bajo el sol. Detrás un hermoso cielo azul, a los costados un paraje de piedra, árboles y arbustos. La toma se movía un poco, como si la mano que había grabado temblara. Giulio estaba sudando y se limpiaba la frente ocasionalmente con la manga de su sudadera roja (que había olvidado en el hotel, por cierto). Leo trabajaba como si estuviera removiendo plumas y no pesadas maderas y hojas de piedra.

Miró cómo la grabación cambió y el cielo oscureció de súbito. Un reflector alumbraba directamente hacia Giulio, que estaba concentrado mirando al suelo y contando sus pasos. Cuando iba a cavar un obrero se acercó ofreciendo hacerlo él, y encontraron el acceso a la bóveda.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora