Y así se sucedieron los días, o tal vez sólo fueron horas y su consciencia, desesperada por encontrar un escape, ralentizó los segundos como si cada noche y mañana que había soportado tirado sobre la dura piedra del suelo se hubieran convertido en años.
Vassé y sus hombres regresaban continuamente, impidiéndole conciliar el sueño por más de una o dos horas, se abocaban en interrogarlo y en poner confesiones en sus labios que Giulio cada vez negaba con menos énfasis cuando la recompensa por ceder a las acusaciones era un sorbo de agua.
Estaba cansado. Los latigazos y las golpizas estaban mermando su temple. El hambre y la sed estaban enloqueciéndolo. Había leído un poco sobre los crueles métodos de tortura que la Santa Iglesia solía emplear en sus víctimas para extraer confesiones de ellos. Vassé usaba métodos similares, salvo que Giulio aún estaba entero y temía el día en el que idearan nuevas técnicas para someterlo o comenzar a cortarlo en pedazos.
Horas atrás (o la noche o mañana anterior, no estaba seguro), lo habían arrastrado fuera de su celda por primera vez en mucho tiempo. Había pedido agua sin descanso y a cambio lo habían arrojado en el interior de un claro, donde lo habían sumergido una y otra vez hasta que había perdido la consciencia y había despertado momentos después sobre el duro piso de su celda, empapado y tembloroso.
Su fuerza física y emocional disminuían con rapidez. Estaba seguro de que no saldría de ahí con vida y se arrepentía de todo lo que había dejado a medias por haberle temido tanto a ese nuevo mundo. Había estado plagado de cosas aterradoras que a su vez habían resultado fascinantes. Lamentaba jamás haber volado. No importaba el destino, le hubiera gustado entrar en uno de esos vehículos aéreos y mirar la tierra desde la inmensidad del firmamento, allá, por encima de las nubes, sentir que podía alcanzar las estrellas. En su lugar, un grupo de desconocidos lo había adentrado en las entrañas de la tierra, asesinándolo lentamente.
Las preguntas de Vassé eran casi siempre las mismas. Quería saber lo que había después de la muerte, quería saber en dónde había estado Giulio y con quién había pactado para regresar a la tierra de los vivos. Le desgarraban la piel de la espalda a latigazos en pos de que confesara que era un enviado del demonio cuya única misión era la de esparcir la mala palabra y la mala semilla sobre la humanidad, y lo sumergían en agua helada hasta que perdía la consciencia cuando se quejaba por la sed. Decían que era un saboteador de la resurrección divina, y que suplantaba al verdadero mesías, que engañaba a las masas que lo veían como una influencia positiva y milagrosa por haber regresado del mundo de los muertos.
Él lo negaba todo y el ciclo se repetía.
Se había repetido una y otra vez hasta que su cuerpo no pudo más y se rindió al cansancio y a la enfermedad. Durante la última de sus comidas fue incapaz de sentarse para llevarse la minúscula porción de pan a la boca. Se quedó en el suelo, con la mejilla sobre la losa y el cuerpo entero ardiendo en fiebre. Veía y escuchaba cosas que sabía que no estaban ahí, y soñaba, deseando volver a estar muerto. Lucilla llegaba recurrentemente a sus recuerdos durante sus lapsos más caóticos de delirios. Hablaba con ella y el corazón le daba un vuelco de alegría cuando la escuchaba contestar. Su risa era encantadora; la tibieza de su piel, de su cuerpo contra el suyo mientras yacían acurrucados en la cama era apabullante.
Luego todo terminaba abruptamente, cuando los hombres de Vassé aparecían para levantarlo y llevarlo arrastrando a enfrentar más torturas que en la última ocasión lo hicieron implorar a Dios por la muerte. Llamó a su padre y a Lucilla entre sus plegarias, también a Emma, hasta que la fiebre y el dolor lo habían hecho sucumbir, desgraciadamente no para siempre.
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La última vez que abrió los ojos lo hizo de nuevo en el interior de su celda, pero había una pequeña diferencia. Alguien le había puesto un suéter y le habían arrojado una cobija encima.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
General FictionGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...