51 Lienzos

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Karline se había mostrado entusiasmada durante los primeros minutos del viaje hacia La Arboleda, conversando con Giulio sobre la infinidad de cosas que haría una vez que arribaran. Ya conocía la casa y ella misma se había encargado de decirle a Emma cómo quería la decoración de su habitación (llena de caballos y ponis). Después, un dejo de nostalgia la había apabullado y había comenzado a llorar, balbuceando que extrañaría a sus abuelos y que no podría dormir si no estaban con ella para desearle las buenas noches. Sólo Bodegón, dentro de su transportadora y acomodado entre ella y Giulio, había logrado tranquilizarla con sus maullidos roncos.

El viaje fue corto y sin contratiempos, con Leo en el volante, Emma de copiloto y una comitiva de tres vehículos más rodando detrás de su camioneta, encargados de la vigilancia, por supuesto. Giulio se preguntaba si todo aquello habría de continuar eternamente. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la gente decidiera dejarlo en paz y él pudiera subir a la ciudad de La Arboleda o ir a Artadis sin temer por su integridad?

El perímetro que abarcaba por entero la propiedad Brelisa también había sido cercado. Tras un intenso debate con Emma, Giulio había terminado por aceptar que se levantara una reja de protección que daba la sensación de haber partido el bosque por la mitad. No sólo las sectas podrían intentar hacerle daño, le habían dicho, sino entidades de otros gobiernos que querrían poner sus manos sobre él para estudiarlo como a un animalillo de laboratorio. El regreso a la vida después de la muerte era un tema encantador no sólo para los curiosos, sino para los científicos y los investigadores de lo paranormal y lo extraño.

Llegaron, entonces, ante un alto y grueso portón frente al que custodiaban dos hombres en equipo táctico que permitieron el acceso una vez que Leo bajó la ventanilla y habló con ellos. Ambos se dirigieron a él con respeto y se hicieron a un lado, dejando que la caravana de vehículos accediera. Algunas lámparas con mucha potencia de iluminación habían sido instaladas en distintos árboles, alumbrando diversas secciones del bosque. El camino central, que había sido cubierto con piedras para evitar el hundimiento de las llantas cuando lloviera o nevara, estaba flanqueado por una hilera infinita de farolitos atados unos a otros con cadenas doradas más a manera de adorno que de precaución, y cada tantos metros alguien había montado esculturas muy hermosas de ángeles y otras entidades que Giulio planeaba visitar pronto con Karline, cuando empezara a enseñarle a montar a caballo.

—¿Lio, ya hay caballos? —preguntó la pequeña cuando el vehículo dejó de sacudirse y accedieron al patio lateral—. ¿Tus caballisas ya tienen caballos?

—¿No te lo dije? —le sonrió él, apurándose a desabrochar las amarras que la sujetaban a su tosca silla de protección una vez que aparcaron—. Llegaron hace una semana. Son los caballos más bonitos que he visto en mi vida, te lo aseguro.

Karline dio un brinco de emoción que estuvo a punto de hacerla caer de las manos de Giulio cuando la cargó para sacarla del vehículo. Emma lo ayudó con llevar la transportadora de Bodegón.

—¡Quiero verlos! ¿Puedo verlos? ¡Quiero verlos ya! ¡Quiero ver a los caballos!

Para eso, tuvieron que rodear el amplio de la casa, dejando atrás a la comitiva de vehículos y personas de seguridad que descendieron y se quedaron por ahí, dándoles privacidad. La propiedad completa estaba cubierta y no había necesidad de que caminaran detrás de Giulio por todos lados. Afortunadamente, Giulio había ganado el debate sobre el enrejado alrededor de la costa del lago y el área había quedado despejada, si nada que obstruyera la visibilidad del hermoso paisaje que terminaba al fondo con la salpicadura cremosa de las copas enmarañadas del Bosque Blanco, en la región de Bronza.

Sólo Emma fue con ellos, después de entregar la transportadora de Bodegón a una mucama que había salido para recibirlos. El gato tardaría en acostumbrarse a su nuevo hogar, por lo que Giulio había pensado en mantenerlo únicamente en su habitación y en su taller por un tiempo, siempre cerca de él para que no sufriera mucho estrés. Seguro que pronto lo verían explorando por todos lados y retozando al sol en la terraza. También había pedido cuatro mastines que llegarían en los próximos días y que pensaba criar él mismo como las bestias gentiles pero fieras en la seguridad que podían llegar a ser, y un perro salchicha que fuera completamente negro porque Karline así lo había deseado. El espacio sobraba para todos ellos en esa casa.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora