35 Lienzos

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—La liaste en grande —dijo Tomello, apoyado en el barandal de piedra de la azotea, desde donde también Giulio y Marice miraban hacia la calle. Bodegón estaba con ellos, manoteando en un intento frustrado por cazar una polilla—. ¿Qué mierda quieren? ¿Lincharte?

—Pues una de las pancartas dice "hazme un hijo" —observó Marice con los ojos entrecerrados y el cuello estirado para mirar mejor.

Tom también se estiró por fuera del barandal, muy interesado.

—¿Y está bonita quien la escribió?

—Me pidieron quedarme en la casa mientras esto se tranquiliza —suspiró Giulio, recargado de espaldas en el barandal. Prefería mirar a Bodegón jugar con las polillas que a la multitud aglomerada a las puertas del edificio—. Pero no saben cuándo podría ser eso.

—Puedes entretenerte jugando videojuegos. Eres millonario ahora, ¿qué importa si trabajas o no?—. Marice se encogió de hombros al tiempo que Tomello asentía.

—No quiero estar encerrado todo el maldito tiempo.

—¿Qué diferencia hay en que estés encerrado en la casa a que lo estés en el taller? —preguntó Tom—. Sólo compra lo necesario para que pintes en tu habitación y listo.

—¿En serio lo preguntas? Me gusta estar en el taller —bufó Giulio, volviéndose hacia la multitud, que ya no gritaba pero se movía como una enorme colonia de hormigas buscando al insecto que deseaban despedazar—. Artadis es hermosa, no es una ciudad para desperdiciarse ignorándola mientras estoy encerrado en mi habitación.

—Estás literalmente quinientos años atrasado en historia y tecnología, ¿por qué no usas un poco de ese tiempo encerrado actualizándote? —intentó ayudar Marice.

—O sal disfrazado.

—O por la puerta trasera.

—O sal disfrazado por la puerta trasera.

Los dos se rieron.

Giulio los miró a ambos con aburrimiento antes de sacudir la cabeza y recargar la barbilla sobre sus manos apoyadas en el barandal y mirar sin mucha atención hacia la azotea del edificio de enfrente, donde le pareció distinguir dos siluetas oscuras, de pelo largo y ojos brillantes que lo veían fijamente. Después se esfumaron, en cuanto levantó la cabeza para mirar mejor y no encontró nada.

Tonterías. El estrés estaba enloqueciéndolo.

No tenía muy claro lo que la gente reunida afuera de su casa quería de él y eso lo asustaba. Podían adorarlo o lincharlo, como había dicho Tomello, y no tenía intención de bajar para averiguarlo. Emma había hablado largamente con él por teléfono para pedirle que no abandonara el edificio hasta que las cosas se tranquilizaran, el problema era que ya habían pasado dos días de eso y la multitud sólo había cambiado para aumentar.

Los equipos de vigilancia en torno a las puertas y al perímetro del edificio había aumentado. Los otros inquilinos estaban comenzando a quejarse y habían llamado a la policía tantas veces que los vehículos con luces azules y rojas en sus techos estaban estacionados en el mismo sitio desde la tarde anterior. Era comprensible, Giulio mismo estaba atemorizado. Si bien en esa época las masas no ejecutaban a la gente empujadas por el miedo que la iglesia solía infundir en ellas, no dejaban de ceder ante la histeria y la curiosidad.

—¿Cómo mierda supieron dónde vivimos? —preguntó Marice luego de un rato en el que los tres miraron con ojos ausentes a la creciente multitud que exigía mirar a Giulio—. ¿Qué creen que eres? ¿Una especie de zombie o vampiro artista?

—Bueno, un resucitado no es menos interesante. —Tomello se encogió de hombros—. En todo caso que se vayan a la mierda. Giulio es nuestro zombie. No permitiremos que lleguen a él tan fácil.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora