Un cielo de fuego, oscuro y profundo, coronado por un sol que resplandecía como si se ahogara en la inmensidad, se extendía por encima de ella. «Ella», con su manto traslúcido, con su silueta en una caída grácil desintegrándose en una pira de maderos encendidos, mirando hacia un costado, con el cabello ondeando detrás de su espalda, por el frente los mechones rebeldes acariciando sus senos. Una de sus manos alzada, rozando su pecho, la otra, laxa, sujetaba una flor blanca que comenzaba a marchitarse. Los maderos parecían a punto de salir del borde inferior convirtiéndose en un sinfín de cuerpos que entre alas, manos, telas y cabello formaban un mar de lamentos que intentaban alcanzarla, o que huían de ella. Las luces sobresalían a las sombras, resaltando los contornos más importantes. Entre los huesos emergían pequeñas flores, de entre las flores brotaban bichos.
Y más allá, detrás del suave y sedoso cabello que escapaba inmune a las pavesas que borroneaban la visión, un hombre se erigía sobre un trono, lejano, frío, observando la escena con porte imperioso, difuminándose en aquel paraje que Giulio sentía que había salido de su alma misma.
Había hecho falta el rostro de «Ella», una mezcla de recuerdos que habían asaltado de golpe la mente de Giulio cuando se había dado a la tarea de terminarlo.
Afuera aún llovía, los relámpagos iluminaban el interior del taller con fugaces resplandores y los truenos hacían titilar las hileras de lámparas instaladas en el techo. El cuadro estaba hecho, una obra de de un metro y medio de alto y ancho, detallada a profundidad, inundad de color y al mismo tiempo de oscuridad y desolación.
Dio la última pincelada, perfeccionando el contorno del cabello que enmarcaba el rostro pálido y la luz volvió a parpadear como respuesta a un trueno. Entonces «Ella» apareció, emergiendo de la obra como si la imagen cobrara vida propia.
Giulio retrocedió, tomado por sorpresa. Chocó con una mesita de metal donde ponía las pinturas en uso y un montón de cosas cayeron al suelo. Por un momento le pareció ver el fantasma fugaz de un abrecartas lleno de sangre entremezclándose con el desorden. Otro destello, y la silueta apareció finalmente a su lado, con una fisicidad engañosa. Su cabello se agitaba como si el viento que azotaba los árboles al otro lado de la ventana lo sacudiera. Su rostro, humano completamente, miraba hacia el cuadro. Giulio casi pudo sentir la esencia de la vida en ella, notar cómo su carne siempre pálida había adquirido una tonalidad trigueña, y los poros en su piel se matizaban hasta hacerse reales, humanos.
—Hermoso —dijo su voz suave y cavernosa.
Un relámpago más. La luz se apagó por un segundo, retornando con un chasquido. Decenas, tal vez cientos, de figuras oscuras y sin rostro se dibujaron al otro lado de los ventanales. Carecían de ojos pero él estaba seguro de que veían hacia adentro.
«Ella» rondó el rededor del cuadro. Sus pies flotaban, su manto se deslizaba con vida propia. Miró desde todos los ángulos, tocó la pintura con sus dedos etéreos sin alterar la pintura fresca en lo mínimo. El tiempo se congeló en ese momento, mientras dentro de su pecho el corazón de Giulio retumbaba, su respiración se entrecortaba. Las cicatrices de las heridas infligidas por su padre punzaban como si un agente corrosivo estuviera reabriéndolas.
—Quiero quedarme —dijo entonces, con firmeza. «Ella» se detuvo y giró lentamente el rostro hacia él. Sus ojos negros, intimidantes, se entornaron con la curiosidad—. No quiero regresar a... donde sea que estuve antes de venir aquí.
Las sombras humanoides al otro lado de los ventanales se agitaron. «Ella» bajó su brazo y se volvió por completo hacia él. Era extraño, pero Giulio juraba que podía ver su pecho subir y bajar como si respirara.
—No puedes saber lo que deseas si no eres capaz de recordar que has perdido más al regresar a este mundo que permaneciendo en el descanso. Sólo eres una herramienta prestada, Giulio Brelisa, y lo prestado debe devolverse.
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El Lienzo Incompleto (Completa)
General FictionGiulio Brelisa es un prodigioso pintor de la época del Renacimiento que ve su existencia trágicamente truncada en el año de 1520, a la edad de 25 años, a manos de su propio padre, sólo para despertar en el tempestivo siglo XXI, exactamente en el 202...