38 Lienzos

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(Precaución: mención de tortura sin llegar a ser explícito, pero sí podría generar malestar).


El eco de un goteo constante lo trajo de regreso a la consciencia. La acústica era tan dispersa que parecía que sonaba demasiado cerca. Era repetitivo y rítmico. Retumbaba en sus sentidos como tambores de guerra marchando a la batalla, apabullándolo.

Lo primero que hizo cuando logró coordinar el movimiento de sus manos fue sujetarse la cabeza. Estaba tirado sobre una superficie dura y desigual, con pequeños bordes afilados que se le enterraban en la espalda y la cadera. Pero no fue eso lo que lo llevó a intentar sentarse con prisa, sino el tintineo de algo metálico cuando movió sus manos, y el peso frío del metal envolviendo sus muñecas. Grilletes. Pudo verlos entre la semioscuridad de donde fuera que había sido arrojado. Estaban en sus muñecas y también en su cuello, conectados por gruesas cadenas que chasquearon en respuesta a su exabrupto.

La gotera no era de una tubería averiada, como había pensado al inicio, recordando el tubo perforado en un rincón de la cocina de la cafetería de Sofía. El agua se filtraba de algún lado entre las formaciones de piedra, caía en un charco que amplificaba el sonido a lo largo de las formaciones de piedra. Parecía una caverna. Un único foco brillaba en un rincón, alumbrando paredes mohosas y desiguales de colores pardos y grisáceos. A su derecha, según le dijo su adormilada visión, había barrotes. Estaba dentro de una celda, tirado en el piso, con las cadenas que lo apresaban aseguradas en un aro metálico incrustado en la roca detrás de él.

No tenía idea de la hora. No entraba ningún resquicio de luz natural por ningún lado. Sólo pudo distinguir que la celda era rectangular. Terminaba a su costado derecho en una especie de retrete con terrible aspecto que a duras penas él podría alcanzar. Al otro lado de las rejas de su izquierda había un pasillo largo y curvado, con una mesa de madera y dos banquillos mal acomodados. Sobre la mesa había una jarra y dos platos con restos de comida. En el piso, apoyada contra una de las patas de uno de los banquillos, estaba tirada una mochila que Giulio confundió con la suya en un acceso de estrés que lo hizo pensar lo peor. Después notó que el color de esa era rojo y la suya, que Marice afortunadamente había puesto a salvo al estar también él a salvo (esperaba), era negra.

Frente a él, a un par de metros de distancia, había una puerta compuesta por tablillas gruesas de madera unidas por bandas de acero.

Hacía mucho frío. Su piel estaba fría y húmeda. Descubrió con desmayo que lo habían cambiado de ropa. Le habían quitado el pantalón y la camiseta deportivos con los que solía dormir para reemplazarlos con unas mallas y una túnica de color blanco que le llegaba poco más arriba de las rodillas, ambas prendas tan delgadas que el frío de la roca debajo de su cuerpo le calaba hasta los huesos. Sus tenis eran ahora unas zapatillas de tela con suela diminuta que no impidió el casi congelamiento de sus dedos.

No tenía idea de cómo eran los calabozos de esa era, pero empezaba a darse a una idea. Emma y el internet le habían asegurado que las prisiones no eran nada parecido a como él las conocía. La gente que cometía delitos también tenía derechos que le permitían conservar íntegra su humanidad sin importar la gravedad de sus crímenes. Eso quería decir que tal vez él no estaba en una prisión, sino en un lugar distinto. Las personas que lo habían llevado ahí lo habían tomado por sorpresa y jamás le habían leído sus derechos como había visto que ocurría en las películas o en las novelas de esa época.

Tosió, sintiendo los pulmones aún muy resentidos por el abuso que el humo había ejercido sobre ellos. No podía escuchar nada más que el goteo constante y el ocasional siseo de las alimañas deslizándose entre los agujeros al otro lado de los barrotes. Alguna vez le había preguntado a sus amigos lo que podía ocurrir con él en caso de que la gente de ese mundo le pusiera las manos encima, ambos habían dudado que sucediera. La iglesia ya no estaba al mando de la sociedad y, en todo caso, la gente lo veía más como una maravilla que como una criatura maldita.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora