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Sumire caminaba por los senderos del jardín secreto, que sólo ella y Boruto conocían, con el corazón lleno de una preocupación silenciosa. Sabía que el Príncipe Boruto estaba sufriendo en silencio por la pérdida de su padre.  El aire olía a jazmín y tierra húmeda.  Decidió que era hora de consolarlo, de ofrecerle su apoyo incondicional en este momento tan difícil.

Al llegar al jardín, Sumire buscó a Boruto entre las flores y los árboles.  Finalmente, lo encontró sentado en un banco de piedra, con la mirada perdida en el horizonte, un reflejo de la profunda tristeza que lo embargaba. Se acercó lentamente, sin querer interrumpir sus pensamientos, sus pasos suaves sobre la hierba.

"Príncipe Boruto," dijo Sumire, su voz suave como el susurro del viento entre las hojas. "He venido a verle. Estoy preocupada."

Boruto levantó la cabeza lentamente, sus ojos, normalmente brillantes, estaban apagados y llenos de una tristeza profunda.  Al verla, una leve sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios.

"Sumire," dijo Boruto, su voz apenas un susurro. "No sabes cuánto significa para mí que estés aquí.  Mi padre…  era un gran hombre… ha dejado un vacío inmenso."

Sumire se sentó a su lado y tomó su mano con ternura, sintiendo la frialdad de sus dedos.

"Lo sé, Su Alteza," respondió Sumire, su voz llena de compasión. "El Emperador Naruto era un gran líder, amado por todos. Pero también era su padre, y entiendo el dolor que siente."

Boruto asintió, luchando por contener las lágrimas.  La imagen de su padre, su sonrisa cálida, su abrazo reconfortante, flotaba en su mente.

"Siempre pensé que tendría más tiempo con él," susurró Boruto. "Hay tantas cosas que quería decirle, tantas cosas que quería hacer juntos."

Sumire apretó su mano con fuerza, transmitiéndole su apoyo silencioso pero firme.

"Aunque ya no esté físicamente, su espíritu siempre estará con usted, Su Alteza," dijo Sumire, su voz firme y llena de esperanza. "Y yo estaré aquí para usted, para ayudarle a superar este dolor."

Boruto miró a Sumire con gratitud en sus ojos, una gratitud sin palabras.

"Gracias, Sumire," dijo Boruto, su voz más firme ahora. "Tu presencia… me reconforta. Saber que no estoy solo significa mucho."

Sumire sonrió, una sonrisa cálida y reconfortante.  Acarició suavemente su mejilla.

"Nunca estará solo, Su Alteza.  Yo estoy aquí para usted, siempre."

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Sarada se sentía abrumada por la emoción y la responsabilidad que acababa de caer sobre sus hombros. Mientras sus damas de compañía la arreglaban para la ceremonia de coronación, su mente estaba llena de pensamientos sobre lo que significaba ser la emperatriz de Konoha.

"¿Estás lista, princesa?" preguntó una de sus damas de compañía, ajustando el broche de su vestido.

Sarada asintió, tratando de mantener la compostura a pesar de los nervios que la invadían.

"Sí, estoy lista. Pero... ¿realmente estoy preparada para esto?"

Sus damas de compañía intercambiaron miradas antes de que una de ellas se acercara a ella con una sonrisa tranquilizadora.

"Por supuesto que lo estás, Princesa Sarada. Eres fuerte, inteligente y compasiva. Konoha no podría tener una mejor emperatriz que tú."

Sarada se sintió reconfortada por las palabras de su dama de compañía, pero aún así no podía evitar sentir la presión de llevar el peso de todo un pueblo sobre sus hombros. Ser la emperatriz significaba tomar decisiones difíciles, representar a su pueblo con dignidad y liderar con sabiduría.

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El sol brillaba sobre el imperio de Konoha mientras los ciudadanos se congregaban en la plaza principal para presenciar un evento histórico: la coronación de Boruto y Sarada como Emperador y Emperatriz de Konoha. La multitud estaba llena de emoción y expectación, ya que este día marcaría el comienzo de una nueva era para Konoha.

En el Gran Salón del Palacio Imperial, Boruto y Sarada se preparaban para su coronación. Vestidos con túnicas ceremoniales, se miraban el uno al otro con determinación y confianza. Estaban listos para asumir el peso de la corona y liderar a su pueblo en tiempos de incertidumbre.

La emperatriz viuda Hinata observaba desde un rincón, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón lleno de recuerdos. Recordaba con cariño la ceremonia de coronación de su amado Naruto, el hombre que había sido su compañero y su amor durante tantos años. Ahora, él yacía en su tumba, dejando un vacío imposible de llenar.

Boruto se arrodilló ante el gran sacerdote, listo para ser coronado como Emperador de Konoha. La corona brillaba en las manos del sacerdote, esperando ser colocada en la cabeza del joven príncipe.

"Por la autoridad que me ha sido otorgada, te nombro Emperador de Konoha", declaró el gran sacerdote solemnemente.

Boruto cerró los ojos brevemente, sintiendo el peso de la corona sobre su cabeza. Se levantó lentamente, mirando a su alrededor con determinación. Sus ojos se posaron en su esposa, Sarada, quien estaba de pie a su lado.

La emperatriz viuda se acercó a ellos, sosteniendo la corona de la emperatriz en sus manos temblorosas. Con un gesto suave, colocó la corona en la cabeza de Sarada, reconociéndola como la nueva emperatriz de Konoha.

"Que los dioses os guíen en vuestro reinado", susurró Hinata con voz temblorosa.

Boruto tomó la mano de Sarada con delicadeza, sintiendo una conexión entre ellos más fuerte que nunca. Juntos, se enfrentarían a los desafíos que les esperaban como gobernantes de Konoha.

En medio de los aplausos y vítores de la multitud, Boruto y Sarada se miraron el uno al otro, sabiendo que su determinación los llevarían a través de cualquier adversidad que se interpusiera en su camino.

Después, hinata se acercó a su hijo, con los ojos brillantes de orgullo y tristeza. Lo abrazó con fuerza, susurrándole palabras de aliento y amor. Sabía que Boruto estaba listo para asumir su papel como emperador, pero también sabía que el camino que tenía por delante sería difícil y lleno de peligros.

Mientras el pueblo de Konoha celebraba la coronación de su nuevo emperador, la emperatriz viuda Hinata se retiró, con el corazón lleno de nostalgia y esperanza. Sabía que el futuro de su reino estaba en buenas manos, pero también sabía que el legado de Naruto viviría para siempre en el corazón de su pueblo. Y en el corazón de su hijo, el nuevo emperador Boruto.

Los nuevos Emperadores se inclinaron ante el Gran Sacerdote y luego se dirigieron al balcón del palacio, donde miles de ciudadanos los esperaban con entusiasmo.

Boruto miró a la multitud y dijo con tono firmé:

¡Ciudadanos de Konoha! Hoy comienza una nueva era para nuestra nación. Prometo que trabajaré incansablemente para proteger y servir a cada uno de vosotros. ¡Que la paz y la prosperidad reinen en nuestras tierras!

La multitud estalló en aplausos y vítores, mientras Boruto y Sarada se miraban fijamente, sonriendo.

Continuará...

𝑬𝒎𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒓𝒊𝒛 𝑼𝒄𝒉𝒊𝒉𝒂 • |Borusara|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora