Epílogo

371 46 11
                                    


Estaba a punto de vivir un acontecimiento muy importante, una celebración como ninguna otra, un día que se quedaría grabado en su memoria para siempre. 

Y ni siquiera él era el protagonista, al menos no por el momento pues las circunstancias terminarían poniéndolo en el foco de todo comentario ajeno, en el centro de todas las miradas del reino. Pero Manjiro era ajeno a ello, totalmente indiferente a los acontecimientos venideros y que tan desconocidos se percibían entonces. 

El tiempo había pasado rápido y ese día se cumplían tres meses desde la fructífera batalla en Bonten. Todo había ido tan bien desde entonces que no había pasado un solo día en el que no tuviera tiempo para recordar esos malos momentos que le hicieron temblar de miedo durante aquellos terroríficos días de cautiverio. Su familia y, sobre todo, su alfa se dedicaban en cuerpo y alma a que no tuviera que hacerlo. Y estaba tan agradecido, tan feliz, que la dicha se reflejaba día y noche en la luz que proyectaba su hermosa y brillante mirada. 

Y se sentía tan bello... Manjiro nunca había sido de esos que se ponían felices al demostrarle al mundo su nivel en el escalón social, siempre había aborrecido las muestras de poder, fardar de su sangre noble, y también había odiado durante toda su vida portar esos vestidos y trajes largos y ostentosos, caros y llamativos que tan envidiosos les hacía sentir al resto. Pero ahora... Oh, ahora era totalmente diferente. 

Caminaba por los pasillos de palacio portando un precioso traje de capa larga que se arrastraba varios centímetros por el suelo, de una tonalidad azul turquesa con bordados dorados. Su melena rubia estaba completamente suelta pero los tirabuzones resplandecían más de lo normal. Se sentía espléndido, pletórico, y es que, de nuevo, la vida no podía dejar de sonreírle para ese momento. 

Estaba feliz, contento, y eso se notó en el momento en el que fue a reunirse con su familia en la Sala del Trono. Shinichiro no estaba pues él sí que era el protagonista de ese hermoso día soleado. Su hermana Emma vestía un precioso vestido con los mismos colores que el suyo. Tan iguales físicamente pero tan distintos en personalidad que cualquiera se sorprendería gratamente. 

Las campanas sonaban, los invitados llegaban y el tiempo pasó volando.

Takemichi, como siempre, pegado a su espalda, siendo su sombra y su otra mitad al mismo tiempo. Compartiendo miradas ladeadas y sonrisas nerviosas cada vez que tenían la bonita casualidad de cruzarse. 

La celebración en la catedral privada en las hectáreas que cubrían los jardines de palacio fue hermosa. Seishu no pudo evitar llorar a moco tendido al ver a su pequeño, su tesoro, su precioso hijo Shinichiro esperar en el altar a Wakasa. Era el primero de sus tesoros en casarse, el primero en decidir con quién quería pasar el resto de su vida, y su corazón no dejaba de estrujarse como debidamente debía estrujarse el corazón de un padre al ver esa escena. Y se veía a leguas, se percibía en los dos pares de ojos de ambos, esos dos estaban enamorados y el sueño de Seishu a lo largo de toda su vida siempre había sido la plena felicidad de sus hijos. 

Pronto estuvieron de vuelta en palacio.

Un gran banquete, cientos de personas aglomeradas en un espacio increíblemente amplio repleto de mesas y sillas, comida y bebida por todas partes, música de orquesta, charlas y risas que alegraban el ambiente de ese hermoso día. 

Y llegó el momento perfecto. 

-Estoy tan feliz -comentó Emma a su lado. Ella se limpió una lagrimita rebelde que caía por su mejilla mientras contemplaba a Shinichiro y Wakasa bailando en medio de toda esa enorme sala y bajo la atenta mirada de todos los invitados de todos los reinos. Manjiro la miró un segundo y asintió con una sonrisa -. ¿Crees que Shin será un buen rey?

-No lo creo -contestó mirando a Shinichiro con la misma felicidad que su hermanita -. Lo sé -y sin poder evitarlo su mirada miró sobre su hombro a la persona que no se había apartado de su lado en todo el día. 

Más tarde, tan solo unos minutos, Emma volvió a tomar la palabra. 

-¿Estás nervioso? -inquirió y al instante Manjiro supo a lo que se refería -. Izana debe estarlo también.

-No... -admitió y esa respuesta era completamente cierta. No estaba nervioso, no tenía miedo, de hecho, estaba impaciente -. Y dudo que Izana lo esté. 

-Sois muy valientes los dos -dijo en voz baja y entonces Mikey sintió cómo ella tomaba su mano con la suya para darle un ligero apretón que devolvió del mismo modo. 

No dijeron nada más, no hacía falta. 

La canción terminó para dar paso a una nueva. A un nuevo momento, un nuevo instante para el que todos los invitados estaban ansiosos de presenciar. 

Era una tradición que después del baile del nuevo matrimonio tomaran ese mismo lugar los hermanos del heredero con aquellos que eran sus pretendientes y, en la mayoría de los casos, las futuras parejas que los llevarían al altar en un futuro. Una forma inequívoca de reflejar frente al resto de los reinos quiénes serían los futuros líderes de ejércitos, gobiernos y ministerios. Quiénes serían aquellos que dieran descendencias reales que gobernarían mundos y universos. Y ahí, en medio de todas esas miradas de impaciencia, Manjiro compartió una mirada rápida con Izana antes de que una presencia se pusiera justo delante de él.

-¿Bailarías conmigo, mi queridísimo príncipe? -Mikey no tardó en sonreír ampliamente al contemplar la belleza desbordante de su guardia personal, de su alfa. Hizo una pequeña reverencia y asintió, tomando la mano del contrario y dejando que este le guiara al centro de toda la sala, al medio de todas las miradas, a escuchar a su alrededor los suspiros, las exclamaciones y los comentarios sorprendidos por semejante revelación. 

Emma caminaba tras ellos de la mano de un joven apuesto heredero de un reino lejano, llamado Henry, bastante amable y educado. Y, tan solo dos pasos por detrás de ellos, lo hacía Izana.

Y puede que esa fuera una revelación mucho más grande que la del príncipe omega, puede que la demostración de amor de dos alfas impactara más que cualquier otra cosa, sin embargo, aquello no pareció importarle ni a Izana ni a Kachucho, quien mantenía en sus labios la sonrisa más grande del universo. 

Manjiro puso cautelosamente las manos en los hombros de Takemichi y sintió a este poner las suyas en su cintura. Ambos se miraban relucientemente, compartiendo un momento de privacidad a pesar de distar mucho de ser privado, convirtiendo ese instante en el que todos les miraban en un instante de soledad. Solo de ellos dos, de su amor. La música comenzó y sus piernas empezaron a moverse por sí solas.

Y, de verdad, Takemichi no podía comprender aún qué es lo que había hecho para terminar tomando entre sus brazos al mismísimo hermoso príncipe de Tenjiku, qué había hecho para poder tomar su mano y compartir un baile con él en medio de todas las miradas, qué había hecho para que Hajime, el rey del reino más poderoso del mundo, estuviera mirándoles de esa forma tan cálida y orgullosa. 

Y esa mirada que no dejaron de compartirse en ningún momento decía tantas cosas...

Porque estaba claro. 

La vida les había otorgado ese instante de felicidad, ese futuro juntos que tanto habían ansiado desde el principio. Por un momento ellos se convirtieron en los dioses del mundo, de su mundo, y estaban dispuestos a construir un universo al que solo ellos dos y los cachorros que trajeran al mundo podían pertenecer. 

Esa fue la primera vez que Manjiro estuvo contento de ser príncipe.

Porque también había hecho príncipe a un pedacito de su alma que ahora mismo le observaba con el precioso océano infinito y azul de su mirada. 

Infinito... Tan infinito como esa conexión que les había salvado la vida a ambos. 

Tan infinito como la vida que les quedaba aún por vivir. 

Paradise [Takemichi & Mikey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora