7- PROMESA

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Piero

La forma en la que se marchó Celeste me sorprendió, pero tenía una cita en el bufete que no podía aplazar, por lo que llame a Marcus para que la buscara.

Al terminar con la cita, llame a Marcus que me confirmó que estaba con ella.

Unas manos masajearon mis hombros, supe que era lo que buscaba y por qué desaprovechar la oportunidad cuando no hay nadie en el piso y ella sabe que solo sexo es lo que puedo ofrecerle, por lo que no me ando por las ramas y voy al punto de la situación.

Lo que me llegó por sorpresa fue su aroma, la imaginé tomando su inocencia, que con sus delicadas manos se aferra a mí. En todo ese momento mantuve los ojos cerrados imaginándola a ella, sintiéndola. La decepción me golpeo al escucharla.

—Piero, nunca te habías comportado tan cariñoso, acaso... — su sonrisa me llevo a negar más que sus palabras, la esperanza nacía en ella, no se lo podía permitir.

—No hagas conjeturas que no son, desde un principio te dejé claro que esto, solo era esto — hice énfasis en lo que acababa de pasar, la sonrisa se le esfumo. No entiendo por qué razón pensé en esa pura mirada e inmaculado cuerpo.

Antes de marchamé le recordé los documentos que necesita el lunes a primera hora.

De camino a casa no puede sacar de mi mente el por qué llegó el recuerdo de Celeste en un momento como ese. Donde quería que fuera ella quien ocupará el lugar de Paula.



***

Me recibió un silencio abrumador, extrañe tanto la presencia de papá en el sofá fumando su puro.

Entre a la cocina encontrándome a Marcus cenando al que le hice un gesto para que se sentará, ya que se colocó de pie al verme entrar. Salude con un beso en la frente a Doris.

—¿Dónde encontraste a Celeste? — Quise saber, ya que no respondió ni devolvió mis llamadas.

—En el cementerio, señor, de allí me pidió que la llevará a su despacho para disculparse y luego regresamos.

—Desde que llego no ha salido de su recámara entré y estaba orando — mi nana suspiro y prosiguió — llego un tanto abatida.

Mi memoria me llevo al momento donde percibí su aroma.

—¿Qué hora eran cuando la llevaste al despachó? — solo espero no sea lo que imagino.

—Eran como las seis pasadas señor —. Confirmo mis sospechas Marcus.

Salí a su habitación imaginando lo escandalizada que puede estar si vio algo de lo que estaba haciendo con Paula. Solo espero que no.

Entre al no escuchar ruido alguno, y lo que vi me dejó horrorizado. No podía creer lo que estaba presenciando, esa chica dulce, ingenua sin pisca de maldad estaba por llevar la hoja del abrecartas que estaba roja por el tiempo que debió tenerlo en la llama de alguna de esas velas frente a ella.

Antes que pudiera impedirlo soltó el objeto, lloro desconsolada; mientras yo miraba detenidamente cada cicatriz. Se podía a preciar con claridad que unas estaban enzimas de otras.

¿Se las habrá hecho ella misma? ¿Qué problema tendría que la llevó hacerse tanto daño?

Al percatarse de mi presencia, su vergüenza fue evidente, quiso cubrirse, pero se lo impedí. Acorte la distancia que nos separaba lo que ella aprovecho para ponerse de pie.

Pasé uno de mis dedos por una de ellas, al ver que no rechazo mi toqué hice lo mismo con cada una. Unas más profundas que otras, el grosor me mostró que se las hizo o se las hicieron con diferentes objetos.

—¿Por qué? — me vi preguntando, su llanto aumento. No me había mirado desde que me acerque, la cubrí más no me aleje de ella.

—Juro, que no lo quería hacer, pero peque y solo así se limpian los pecados —. Sollozo con amas ahínco.

La hice que me mirara en contra de su voluntad. Su carita roja sus ojos hinchados su nariz sorbía de vez en vez.

—Una persona tan transparente como tú, dudo que haya pecado — desvío la mirada, sus dedos se enredaron en el largo de su vestido — ¿por qué dices que pecaste? — no obtuve respuesta, dudé en preguntar, pero tenía que hacer algo si ese era el motivo de su afligido estado. – ¿Me vistes en el despacho? — luego de unos minutos asintió y su llanto lo sentí, que desgarraba algo dentro de mí, un sentimiento que nunca había experimentado.

—No fue mi intención, solo quería pedirle disculpas por mi actuar incorrecto al salir del restaurante.

La abrace con las fuerzas que me lo permitió mi cuerpo y teniendo la prudencia de no lastimarla. Su rostro en mi pecho mientras acariciaba su espalda, sus manos no tardaron en rodearme, la calidez de su pequeño cuerpo me envolvió, naciendo un sentimiento protector.

—Oh, mi ángel, no has hecho nada malo, no has pecado por lo contrario no hay una pizca de maldad en eso ojitos — sequé sus lágrimas y la guie a su cama la senté y quité sus zapatillas, la recosté y la cubrí con la sábana.

—por favor no te vayas hasta que me duerma — susurró sin mirarme, su respirar era errático por el llanto.

—Lo prometo, aquí estaré cuando despiertes —. Me acomode a su lado dejando el espacio suficiente entre los dos.

Vigile sus sueños, estaba profunda. ¡No un ángel como ella nunca pecaría! Yo era el único culpable de su estado, pero tenía que averiguar qué había pasado en su pasado, cual fue la historia de Celeste antes de llegar con mi padre y cómo fue que dio con ella.

Me levanté con cuidado de no despertarla, salí al único lugar donde encontraría todas las respuestas a mis preguntas.

Entre a la habitación de papá que estaba como si el aun la ocupará, lo único extraño fue ver sus lentes de leer en la mesa de noche, no le di importancia y quite el espejo de la pared frente a su cama, allí, una caja fuerte me recibió, marque la clave dándome paso a los secretos que mi padre guardaba con tanto receló.

Un sobre con el nombre de Celeste era mi objetivo. Sin perder tiempo lo tome sentándome en el sofá que adornaba su habitación, unas fotos fue mi primera vista un hombre al lado de una mujer los dos parecidos, otras dos la misma persona marcadas con la perfecta caligrafía de papá con sus nombres. El hombre era el padre de Celeste y la mujer, su tía. En el sobre yacía una grabadora, le di reproducir reconociendo la voz de papá, recitando la fecha y hora dándole paso a la historia de la vida de Celeste por el mismo y en parte su voz relucía afirmando.

No podía creer lo que estaba escuchando, su tía la torturo desde los cinco años, y su padre nunca lo impidió, que clase de padre permite que maltraten a su hija sin mover un dedo para evitarlo.

Ella carga con una culpa que no es suya, una culpa infundada por la desquiciada de la hermana de su padre. Ahora entiendo por qué no mira a la cara a los hombres, para ella era o es pecado mirarlos a la cara.

Por qué su madre la abandonó, con un padre que nunca la quiso. Tal vez papá allá investigando, le preguntare a Melquiades él debe estar enterado de toda esta historia y si no hay investigación en curso la abriré.

¡Encontrare a su madre! Tal vez eso le traiga un poco de paz y mucho amor.

Solo espero no equivocarme, es un tema que se debe tratar con cuidado, lo que menos quiero es que sufra más. Ya ha tenido suficiente.

Volví a la habitación y estaba en la misma posición que la deje, quité mi saco y zapatos acostándome a su lado.


¡No permitiré que te lastimen, te protegeré hasta de ti misma si es el caso!


Una promesa lanzada al viento donde se guardará en las paredes de la habitación que ha sido testigo del sufrir de la mujer que yacía en la cama.

LA PUREZA DE SU MIRADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora