4. Free

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Capítulo 4

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❄️


Evangeline apenas abrió los ojos al escuchar la reja de la celda.

―¡Ya basta! ― escuchó una voz masculina e infantil quejándose, así que levantó la mirada de entre sus piernas para ver lo que ocurría.

Justo en ese momento un niño caía al suelo empujado por Ginarrbrik. Era un niño humano, el primero que ella veía en su vida, o en lo que recordaba de ella. Ginarrbrik no tuvo que hacer mucho esfuerzo para encadenar sus pies, tal como había hecho con ella.

―Espero que disfrutes tus caramelos – gruño Ginarrbrik. El enano lanzó una ultima mirada hacia ella antes de abandonar la celda, dejándola sola con el muchacho.

Durante algunos segundos él no se movió, Evangeline llegó a pensar que se había desmayado, pero finalmente el niño se sentó en el frío suelo y abrazó sus piernas, enterrando el rostro en ellas.

―¿Estás bien? ― preguntó Evangeline en tono suave, llamando la atención del niño que levantó la cabeza, sobresaltado. Ni siquiera había notado que ella estaba ahí. ― Lo siento, no quería asustarte.

Claramente estaba asustado y no por ella. Temblaba casi de pies a cabeza y no era capaz de levantar la mirada. No sabía por qué, pero tuvo la necesidad de acercarse a él para consolarlo. Y eso hizo.

Se puso de pie con lentitud y se acercó al chico que aun no era capaz de mirarla. Se sentó a su lado y adoptó la misma posición que él tenía, abrazando sus rodillas.

―Lamento que estés aquí, seguramente no lo mereces.

―Si lo merezco ― murmuró el niño en voz baja para sorpresa de ella.

Poco a poco él levantó la mirada y en cuanto sus ojos conectaron con los suyos, Evangeline sintió un vuelco en el corazón y un leve calor recorriendo su cuerpo. Se sintió como si los primeros rayos del sol comenzaran a filtrarse entre las nubes luego de una devastadora tormenta.

―Te aseguro que no, Jadis suele encarcelar a las personas solo por entretención.

―¿Eso te pasó a ti?

Evangeline lo pensó por un momento.

Quizá las razones por las que Jadis la tenía encerrada no eran las justas, pero llevaba dos años haciendo daño al pueblo de Narnia. De cierta forma, merecía estar ahí.

―Es complicado.

El niño no contesto.

Ella aprovechó para inspeccionar su rostro. Su piel pálida estaba salpicada de pecas que le daban un toque inocente, su nariz respingada y los ojos oscuros como la noche. Su cabello negro le daba un tierno contraste a la palidez de su piel.

ECO DE HIELO | Edmund PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora