8. Warrior

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Capítulo 8

Warrior


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❄️


No fue hasta la mañana siguiente que Evangeline se animó a salir de su carpa, estaba asustada de la reacción de los narnianos con su presencia. Ellos podían odiarla y ella no los culparía por eso, no después de todo lo que había hecho.

Para su sorpresa, todos fueron amables.

Aslan le mostró todo el campamento y le presentó a distintas personas. Pudo ver como planificaban las estrategias, como forjaban armas y como entrenaban los soldados.

No es que nunca hubiera visto eso, en el palacio de Jadis solía ser parte de todas esas tareas. Pero era notable la diferencia del ambiente que había en el campamento de Aslan.

A pesar de la seriedad de la situación y de la inminente guerra, los narnianos se las arreglaban para lucir felices y animados. Sonreían, reían e incluso algunos cantaban. Todos estaban llenos de esperanza; esperanza de que por fin serían libres del dominio de la bruja.

Evangeline no recordaba haber estado nunca en un ambiente así. En el castillo de Jadis todo era frío, lúgubre y sin emociones. Estaba segura de que nunca había visto o escuchado reír a alguien ahí.

Para cuando había terminado de recorrer todo el campamento, Evangeline había probado los mejores dulces narnianos y había recibido una corona de flores que ahora se encontraba adornando su cabello.

―¡Evangeline! ― levantó la mirada inmediatamente al reconocer la voz de Edmund.

En cuanto lo vio sintió una calidez recorriendo su cuerpo, como si el verlo bien y a salvo le transmitiera tranquilidad. Estaba varios metros más allá y parecía estar apenas saliendo de su carpa.

Él levantó la mano y la agitó en modo de saludo, a lo que Evangeline imitó la acción con una sonrisa tímida.

―Ve con él ― dijo Aslan, a lo que ella le sonrío antes de dirigirse lentamente hacia Edmund.

―Hola.

―Hola.

Los dos se miraron en silencio por un momento, sin estar seguros de que decir. Querían hablar de todo y a la vez de nada.

―Te ves mucho mejor ― murmuró Evangeline, notando que los moretones en el rostro de Edmund comenzaban a perder color.

―Al igual que tu ― dijo él señalando el rostro de la chica― ¿No te duele?

―No, es como si jamás me hubiera pasado nada ―no podía ni imaginar lo poderoso que era Aslan, que con un leve rugido a su rostro hizo que la herida se cerrara y de ella quedara solo una fina línea, como si la cicatriz se la hubiera hecho hace años y no solo hace dos días―. Lo único que quedó es la cicatriz.

ECO DE HIELO | Edmund PevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora