El incondicional

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Guillermo caminaba por la ciudad de México mirando el cielo donde la fina lluvia le hacía pensar, que tan lejos estaba Lionel Messi de él y no solamente hablando de distancias kilométricas donde un gran océano los dividía. Estaba también aquel lazo que se quebró por su inmadurez, donde la gente venía y se iba, un largo suspiro fue lo que salió ante el recuerdo de esa sonrisa, abrió su paraguas al notar como le lluvia se tornaba más fuerte.

Por suerte estaba cerca del trabajo y al abrir la puerta resonó una suave campanilla atrayendo la atención de Antonella quién terminaba de acomodar algunos postres en el exhibidor, le regaló una débil sonrisa para irse a la cocina a preparar los postres que tenía bajo su encargo recordando como es que terminó atado a esas exparejas controladoras.

De forma irónica Karla Mora se presentó un día en su nuevo apartamento donde se quedó incomodo en la puerta, mirando a una de sus conquistas del pasado e iba a rechazar cualquier tipo de propuesta hasta que la fémina habló emocionada — Estás sin empleo, eso escuche — dijo de golpe provocando que Memo frunciera el ceño.

— Gracias por cruzar la ciudad solo para recordármelo, tenía dudas — respondió mientras se apoyaba en el umbral de la puerta cruzando sus brazos mostrando su defensiva ante el tema y presencia.

— Te ves más guapo con ese corte, pero prefiero tus rizos — dijo divertida Karla.

— Gracias Karlita, pero cualquier idea sexual que tengas la rechazo. — dijo con simpleza Memo quién iba a cerrar la puerta, pero aquella alfa simplemente lo detuvo para ingresar a la residencia, mirando a un Santiago Giménez comiendo un mango amarrillo y que tenía parte del rostro manchado de aquel fruto. El omega prefirió irse a la cocina para seguir comiendo con calma.

— No vengo a eso, tonto. Vine para hacer negocios contigo — respondió Karla mientras tomaba asiento — ¿No me vas a ofrecer algo? Se qué no soy tu pulga, pero debes ser cortés con todos — y sin desearlo le clavó una estaca justamente en el corazón al mexicano, quién hizo un leve puchero para irse rápidamente a la cocina.

Karla supo que hablarían de muchas cosas adicional a la parte del trabajo.

Memo regresó con un par de bebidas y se sentó frente a Karla donde ambos se pusieron al día de sus vidas, Karla no se sorprendió en lo absoluto del amor de Guillermo a Lionel, aunque si de la gran idiotez que había hecho y lo único que hizo fue mostrarle su apoyo, suficiente ya había tenido — En realidad estoy aquí para invitarte a trabajar conmigo. Escuché rumores que has perdido tu sazón pero que tienes magia para los postres ¿Qué dices? — dijo emocionada.

— No lo sé, no es mi especialidad. No tengo mucho conocimiento en esa rama de la cocina... —

— Anto está dispuesta en enseñarte lo básico... — Y Guillermo alzó una de sus cejas dudoso de aceptar al saber que estaría con dos exparejas juntas en una cocina, donde habría miles de utensilios afilados — Somos pareja, no pienses nada tonto — y Memo abrió la boca por sorpresa.

— Al final le entraron al mundo de las tijeras... no me sorprende, tienes medio pito por ahí escondido. — dijo con todo el afán de molestar a Karla — Pero acepto el trabajo, necesito dinero. No puedo continuar siendo mantenido de Henry, suficiente con vivir en su misma casa. — dijo cansado.

— ¿Puedes ayudarme a llevar estas cajas al auto del cliente, Memo? preguntó Antonella interrumpiendo sus recuerdos, solamente caminó por las cajas para llevarlas hasta la camioneta que se encontraba estacionada en la puerta, pero por momentos sintiéndose observado. Quedó en el olvidó cuando Henry llegó minutos después junto con Santiago para llevarle el almuerzo, unas tortas de cochinita con su respectiva coca bien fría y para la argentina que estaba en gestación, unos malvaviscos yucatecos — Owww, gracias. Prometo traerles mate cuando vaya a Argentina — dijo emocionada Antonella.

Pequeños cortos Mechoa y demás shipsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora