• Cuarenta •

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ALEKSANDER

Decir que me encontraba preocupado era poco. ¿Como pude distraerme y perder por completo la ubicación de Kassandra?

¡Joder!, ¡Es mi hermana!

Soy un imbécil.

Imbécil.

Imbécil.

Imbécil.

Y mil veces más imbécil.

Paso mi mano por mi cabello con frustración. Yo más que nadie se el riesgo que corre mi familia a mi lado y por esa razón es que los tengo vigilados las veinticuatro horas del día, y más a Kassandra quién se encontraba en otro país.

—Yoshida— llamé, él inmediatamente se me acercó

—A sus servicios, señor Aliev— dice al estar frente a mí 

—Encuentra el paradero de Williams y James, esos imbécil pagarán por no reportarme lo sucedido— ordené.

—Como ordene señor— con una leve inclinación dió medía vuelta y se marchó para atender mi orden.

Cuando lo veo marcharse mi mirada cae en mi preciosa mujer, se encuentra dormida en el sofá de espera, de verdad me siento tan agradecido que esté conmigo en este momento y sobre todo, que haya salvado a mi hermana aún sin saber que era ella.

Camino hasta acercarme a la hermosa mujer la cual me trae completamente enamorado, me pongo de cuclillas frente a ella. La admiro dormir por unos minutos, su cercanía me brinda mucha tranquilidad.

—Mi amor— murmuré tratando de despertarla —Cariño— llame una vez más, ella abrió sus ojos deleitándome con su precioso color de ojos.

—¿Ya despertó?— pregunta con voz adormilada

Sonreí con ternura al verla bostezar. Hasta el más mínimo gesto logra hacerme sonreír.

—Aun sigue dormida. Mientras, vamos a comer algo, son más de las diez y no has ingerido nada.

—Tú tampoco has comido nada. Vamos a desayunar.

Asentí leve antes de ponerme de pie y ayudarla a ella a ponerse de pie. Caminamos fuera del hospital y cruzamos  la calle donde se encontraba un pequeño restaurante muy diferente a lo que acostumbro.

Pedimos huevos revueltos, tostadas y jugo de naranja. No era la gran cosa pero no tenía mucho apetito y al parecer mi mujer tampoco.

—No comprendo el por qué está aquí ¿No se supone que se encontraba en Filadelfia?— comenta su inquietud

—También me hago la misma pregunta, cariño. Ya mandé a investigar qué fue lo que sucedió y el porqué no fuí informado de su viaje.

Ella asintió leve antes de beber un poco del jugo de naranja. Nos quedamos en silencio en lo que resta del desayuno, al terminar pagó la cuenta y volvemos nuevamente al hospital.

Al llegar al piso donde se encontraba mi hermana, el doctor sale de su habitación justo cuando hemos llegado.

—Señor y señora Aliev, llegan a tiempo. La señorita ha despertado— informa

—¿Puedo pasar a verla?— pregunté rápidamente. Ansiaba verla lo más pronto posible

—Por supuesto, pero solo una persona puede entrar— accedió.

Fruncí el ceño al decir eso último. No me gusta dejar a Catania sola

—Entra, te estaré esperando aquí— murmura mi mujer, giró mi rostro para verla

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