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Tengo una herencia de la puta hostia, un enamoramiento extraño con un pervertido, un hermanastro con quién compartí gemidos, una confusión extraña en mi mente, un agujero en el pecho, estoy sola, caminando por las calles de un frío Japón que no se harta de gritarme que aquí no pertenezco. 

Empujo la puerta con fuerzas y solo alcanzo a colarme por una rendija. Cuento los pasos que doy hasta mi objetivo. El sonido de mi tacón de aguja sobre el suelo de madera es un torturante tic tac que me recuerda que sigo aquí, que no es un sueño. 

Mis manos tiemblan cuando alcanzo a agarrar lo que mi mente me ha pedido esta última hora y le he negado una y otra vez para terminar fracasando. 

Me acerco a la caja, aún dudando y odio que no haya fila, no hay tiempo de arrepentirse.

–¿Desea algo más? – la chica joven tras la enorme y antigua caja me sonríe.

–Solo eso– le ofrezco mi tarjeta rascándome el cuello. 

–Perdón pero, solo aceptamos efectivo.  Lo... Lo siento. 

La caja de cigarrillos sobre el pequeño mostrador casi que me sonríe y resoplo. Es esto una señal. Me abstengo de maldecir porque la niña no tiene culpa de mi suerte. ¿Desde cuándo creo en señales? Me pregunto. Es solo coincidencia. Me respondo. 

–Las chicas guapas no fuman– me giro en dirección a la voz y el corazón me da un vuelco cuando veo a Alexander justo detrás, sonriendo. No un holograma, no mi imaginación, Alex a medio paso de mí, emanando calor y colonia de hombre.

–Ahora me sigues– enarco las cejas intentando no hacer visible mi ritmo cardíaco acelerado debido a la sopresa.

Lo observo pagar por mi antojo asesino y meterlo en el bolsillo interior de su chaqueta y no puedo evitar morderme el labio de la molestia, de la vergüenza. 

– ¿Vienes? – sostiene la puerta para mí con su sonrisa de oreja a oreja y me molesta no saber si es burla o simplemente nació así, sonriendo. 

Me cuelo por el agujero estrecho entre la puerta y su cuerpo y me congelo cuando su mano libre aterriza sobre mi espalda. Un simple toque. Me roba la respiración. 

–¿Te sorprende?– saca un encendedor con dibujos incrustados en plateado y un águila en el centro– No parece que lo haga– responde a su propia pregunta mientras me pasa un cigarro que no dudo en agarrar. 

–Un poco– termino por decir– pensé que te habías largado– llevo el cigarrillo a mi boca y por segundos dudo pero acerca su mano a mi cara y lo dejo estar. 

Mi mirada y la suya coinciden y rápidamente desvío la mía al fuego del mechero. Paso por alto su sonrisa, sabe que está disipando mi estabilidad, lo sabe y se aprovecha. 

Aspiro mi primera calada cerrando los ojos. Bienvenida de nuevo al tabaquismo Kyoto. La sensación es familiar y tranquilizante, pero también quema. Quema porque la calma no tarda más de medio segundo en desaparecer. No hay cosa que llene un pecho frío y vacío.

Cuando abro los ojos ya Alex no está frente a mí, está justo a mi lado con un cigarrillo encendido. 

– No sabía que fumabas.

– No estoy orgullosa de eso– doy otra calada y lo tiro al suelo para luego aplastarlo con fuerza. No caeré. No más. No más refugiarse en algo que no arregla nada. 

– ¿Cómo estás?– pregunta expulsando el humo lentamente y no puedo evitar querer estar más cerca de lo que estamos, no puedo evitar imaginarme cerca, más cerca de ese humo tóxico que desprende su boca.  Más cerca de esa fiera interna que se asoma en sus ojos oscuros.

– Asimilando, supongo. 

Miro al suelo dudando y cabilando. ¿Qué hacemos teniendo esta conversación tan estúpida y sin contexto en medio de la calle. 

–¿Sales sin móvil? — asiento —Te busqué por medio país.

Me dirige una sonrisa torcida y pestañeo  observando cuánto ha crecido su cabello y cómo lo lleva atado con un moño. En otro momento odiaría que lo lleve así pero algo me hace pensar que se le ve sexy y candente a Alexander. No sé si perdí la cordura, si el hueco en mi pecho me está impulsando a intentar olvidar. Solo sé que me siento atraída físicamente a él como si fuera un jodido imán. 

Nunca me negué que era atractivo pero desde aquel beso salvaje en su casa me cuesta concentrarme y no saltarle encima o decirle que lo quiero más cerca que lejos , me cuesta disimular que no deseo quitarme las ganas, me cuesta no gritarle que no huí porque no me gustaba lo que empezamos, que huí porque tenía miedo de mí.

—¿No piensas cortarlo?— apago mis pensamientos— Tu cabello— aclaro.

— Quiero experimentar. ¿Me veo mal?

—Experimentar— repito mirando mis piernas. Empiezan a doler.

—Me gustabas más cuando me plantabas cara.

—Si comienza a aburrirte mi depresión eres libre— tuerzo los ojos indicándole el camino a la lejos.

—Ahí está , esa es la chica que me gusta.

—Te gusta el maltrato verbal.

—Me gustas tú— sonríe— y un poquito de Fifty Shades.

No puedo evitar reír un poco y suspirar y un cosquilleo me recorre el cuerpo. A veces, este hombre sabe a medicina.

—¿Un paseo? — señala con un dedo unas bicicletas en la calle próxima.

— No sé — dudo.

— Vamos, vamos. Te juro que desde el accidente no me he acercado a una.

—Creo que... mejor...

—Venga, vamos— agarra mi mano y prácticamente me arrastra al lugar. 

— Two bycicles, please.

—Alex, Alex— grito intentando ganar su atención para que no pague por algo que no vamos a utilizar, no quisiera robarle la ilusión pero... escaneo su cuerpo y ¿Accidente? 

—Venga mira, esta para ti— me hace sostener una bicicleta un poco más pequeña y con pequeños letreros en colores y se sube en la suya y sigo paralizada en el lugar. No sé nada sobre él. Absolutamente nada. 

—Vamos.

Me sudan las palmas de las manos cuando con demasiado esfuerzo logro aterrizar sobre la dichosa bicicleta con los pies en el suelo bajo la mirada de —Alex— expulso el

sudan las palmas de las manos cuando con demasiado esfuerzo logro aterrizar sobre la dichosa bicicleta con los pies en el suelo bajo la mirada de Alexander.

—Alex— expulso el aire resignada— no sé cómo mierda hacer esto— muerdo mi labio mirando hacia abajo— no he montado una en mi vida.

Me refugio en ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora