37

11 2 0
                                    

—Señorita Satō— Chen se interpone delante con su maldita manía tradicional de tratarme, con una reverencia— buenas noches.

—Hola—muerdo la manzana que acabo de agarrar de la cocina, no he comido prácticamente nada en muchas horas. mi cuerpo se siente débil y sin energías. Una parte de mí desea estar en cualquier lugar menos aquí y la otra quiere aferrarse a un pasado y solo llorar hasta sacarme la culpa y todos los sentimientos negativos que me atacan.

Chen ha envejecido tanto dentro de estas paredes, ha consagrado su vida a esto y después de tantos años de conocerlo me pregunto por primera vez si tiene familia, si tiene algún ser querido que en algún momento lo espera. ¿Por qué sigue aquí? Aoki no está, su gran y autoritario jefe se ha ido y aún sigue aquí, a mi lado, mirándome con ojos cansados y preocupados.

Sostengo con más fuerza la manzana entre mis manos parpadeando muchas veces alejando las lágrimas de mí. Nunca supe ver lo bueno, me aferré a lo malo como salvavidas y me hundí en la oscuridad.

Chen es lo poco bueno que debe quedar en esta casa y aunque no lo demuestre, me importa. Siempre estuvo ahí para mí, para dejarme a la escuela, para acompañarme en la distancia y aún con ella sabía que no estaba sola, que a unos quince pasos exactos casi siempre hubo un auto negro cuidando de mí, velando porque a la chiquilla rebelde que cuidaba no le fuera devuelto todo el odio que lanzaba a los demás. Chen siempre evitó que todo el fuego que escupía me quemara, se ensució las manos por mí muchas veces y lamento recordar que me divertía ver cómo alguien tan honesto sufría perder su decoro por mi causa, me daba paz todo mal ajeno, porque llenaba mi agujero con eso, odiaba al mundo para poder ganarme su atención, porque sin mi ruido, nadie me hubiese notado, hubiese sido dejada de lado, nuevamente.

Odiaba sentirme vigilada, odiaba encontrarme ese auto, odiaba que invadieran mi espacio, tarde me di cuenta que Chen no era culpable de nada, que nadie era culpable de nada, ni siquiera yo, solo hoy entiendo que me volví apática y con mala cara, que solo yo alejaba a todos con mi mala leche.

Mis padres tal vez se equivocaron pero yo decidí seguir adelante con el ciclo, desarollé una personalidad arisca que tal vez alejó a algunos que se acercaron de forma sana. Alejé a muchos de mi lado y por eso en un momento dado estuve desoladamente sola y espero que no sea tarde para bajarle un dos porciento a mi mal actuar. Ya jodí mucho en el camino.

—¿La acompaño?—repite y parpadeo volviendo a la realidad.

—No— doy otra mordida— es al otro lado de la calle.

—Puedo — lo corto con un gesto.

—Quiero ir sola Chen— le sonrío para suavizar mis palabras.— tal vez no regrese— beso una de sus mejillas de forma impulsiva y se pone rígido al instante, retrocediendo un paso, marcando la distancia.

Japón no es Estocolmo, pero mientras la vida me ata aquí debo comenzar a adaptarme, a convivir, le sonrío nuevamente y abro la puerta principal aspirando todo el aire que puedo.

Acepto que muero de nervios y no paro de atar y desatar mi cabello mientras camino.

Nunca antes me sentí así de insegura, nunca tuve estas ganas inmensas de querer comerme el mundo y al mismo tiempo temerle a saltar al vacío.

Este hotel es pequeño y conocido por su acogedor servicio así que no me sorprendo cuando me están esperando, me brindan un abrigo por mi mala facha y me dejan delante de una puerta en el segundo piso.

Vuelvo a atar mi cabello mientras sonrío a una puerta de madera oscura que no me deja margen a arrepentimientos.

Está abierta.

Me refugio en ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora