veinticinco.

3.9K 254 45
                                    

Escuchaba la banda y veía a todos bailar; por otro lado, la prima de Gabriel no dejaba de hablarme. Aun así, no me concentraba en nada.

Mi atención completa estaba en lo que me había dicho él hace unas horas.

—Pero no sé, ¿tú qué opinas? —me preguntó.

No escuché nada de lo que me dijo; mi concentración estaba en Gabriel, que caminaba hacia el jardín.

—Espera, tengo que ir al baño.

Asintió y caminé rápido detrás de Gabriel. Lo vi sentado en una de las banquitas, hablando por teléfono.

—Pues nada más ve eso y ya —lo escuché decir—. Pero entonces, ¿paso por ti o no?

Me senté a su lado. Me miró extrañado, pero siguió hablando.

—No, no ando ocupado, ahorita te caigo —dijo—. Pero, ¿sí quieres o no? Dime bien.

¿Pues con quién tanto hablará o qué?

—Órale pues, chiquita, ahí te veo ahorita.

Abrí la boca, sorprendida. Cómo me cae mal.

—¿Qué pasó, Mar? —preguntó al verme—. ¿Ya te vas?

Asentí; ya no quería estar ahí.

—Solo venía a despedirme —suspiré—. Adiós, Gabriel.

Se acercó para darme un beso en la mejilla.

—Pues ya, no te preocupes —dije después de despedirme—. No volveré a acercarme a nada que tenga que ver contigo para que ya no andes así.

Sentía la sangre hervir; no que me extrañaba mucho y ya se iba a ver a otra morra.

—Bueno, ¿tú de plano sí estás loca o qué?

Lo miré molesta.

—Me traes de a tu pendejo por un mes, mientras quedas con el Óscar —siguió—. No me dices nada, solo dices que sí me quieres para después ir a besarte con él. ¿Y te indignas?

Rodé los ojos.

—¡No lo besé! —grité—. Te mentí, todo lo que te dijo Óscar fue mentira porque ya estaba harto, pero no es cierto.

Podía jurar que vi cómo sus ojos se iluminaron de nuevo. Sabía que quería sonreír, pero lo escondió.

—¿Por qué te gusta tanto complicar las cosas, Mar?

—¡Es que no sé cómo hacer para arreglar esto! —contesté desesperada—. Me da miedo que ya no seamos compatibles y que regresar solo me lastime.

—Bueno, ¿y por qué no me dices eso?

—Ya da igual, de todos modos ya te vas tú también por allá, ¿no?

Sonrió, ahora sí. Se acercó y me tomó por la cintura.

—Ya no estés de mamona, pues, chula.

Lo tenía a centímetros de mí; su cara estaba demasiado cerca.

—Si tú sí me quieres, tú crees que me haces pendejo, nomás.

Negué.

—Pero tú ya quedaste con otra morra, ¿no? —me miró divertido.

—Nada más lo hice para hacerte enojar —le pegué en su hombro—. Era el Nata.

Reí levemente, pero al sentir cómo me pegó más a él, me detuve.

—¿De verdad te da miedo regresar?

—Esto no es lo mismo que peleas pasadas —contesté—. Tú ya no eres el mismo.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora