doce.

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—¿Y tú qué, wey? —preguntó divertido a Óscar.

Antes de que contestara, los interrumpí intentando salvarme del sermón de mi novio.

—Bueno, yo estoy muy borracha y cansada —miré a Óscar—. Gracias por traerme y cuidarme.

Me despedí de él con un beso en la mejilla y subí a mi cuarto. Entré al baño, me desmaquillé y pronto la puerta se abrió.

—No sé qué traes, pero se va a solucionar ahora mismo.

Lo ignoré, tomé mi cepillo de dientes y comencé a lavarme.

—Maressa, te estoy hablando —dijo mirándome en el espejo—. No estoy nada contento.

—¿Ah sí? ¿Por qué? —pregunté enojada—. Cuéntame.

—Te fuiste toda la noche, no contestas el teléfono y llegas borracha con uno de mis amigos.

Alcé los brazos.

—¿No te importa? —me preguntó.

—A ti te importó ir de antro a estar con más chicas?—respondí—. ¿Me avisaste que no llegarías?

No contestó.

—Tal vez si no me hubiera enojado, no hubieras llegado de nuevo y ni siquiera te hubieras dado cuenta de que no estaba.

Salí del baño, dejándolo ahí solo.

—Mar, tú sabes que he estado...

—Sí, yo lo sé, yo entiendo —abrí las cobijas para meterme—. Yo siempre entiendo.

—Vamos a hablar, chula —se acercó a mí—. De verdad que no me gusta estar así contigo.

Suspiré.

—Gabriel, ¿has pensado en qué va a pasar después? —pregunté seria—. Cuando todo esto comience a aumentar.

No contestó.

—Porque si ahora mismo, recién comenzando, estamos teniendo problemas, entonces no creo que tú estés disponible para una relación.

Me miró asustado.

—¿Estás terminando conmigo?

—Solo te estoy pidiendo que lo pienses.

—Pues pienso que estás tan enojada que te estás dejando llevar por eso —contestó—. ¿Ya no me quieres o qué?

Se recostó frente a mí, haciendo contacto directo. Tomó mi mano y comenzó a jugar con mis dedos.

—Sí te quiero.

—Entonces?

—Me da mucho miedo que todo cambie tanto que incluso nosotros lo hagamos —contesté—. Porque quien se iría eres tú, yo me quedaría aquí.

Mordí mi labio intentando no llorar.

—Nadie va a venir a mi desayuno de festejo, solo tu familia —Gabriel me abrazó—. Es que yo no tengo a nadie más que a ti, no sé si lo entiendes.

—Y con eso es suficiente, mi niña —acarició mi espalda de arriba a abajo—. Ese día vamos a festejar tanto que ni siquiera notarás que falta alguien.

—No es eso —dije en su pecho—. Hasta antes no me importaba que solo te tuviera a ti, pero ahora sí me preocupa porque siento que te irás.

—¿Cómo crees, mi amor?

—No tengo a dónde ir, es una ciudad enorme y yo no pertenezco.

Dejé escapar unas cuantas lágrimas.

—Perdóname, mi chula.

Gabriel me abrazó más fuerte y ahora sí me solté a llorar.

—Es que no quiero extrañarte nunca —dije abrazándolo—. No quiero sentir que te estás yendo de mí.

—No es así, Mar, jamás será así —frotó mi espalda—. Podrían pasar años completos y tú y yo seguiríamos siendo totalmente nuestros.

Me quedé en silencio, esperando calmarme.

—No quiero que pienses que soy una manipuladora —dije riendo y limpiando mis lágrimas.

—No, chula, esto es culpa mía.

Tomó mis piernas y me subió encima suyo.

—¿Tú sabes cuánto te amo? —me tomó de la mejilla—. ¿Sabes o no?

Reí levemente y limpié mi nariz.

—Todo lo que hago es por ti —continuó—. Porque me encanta llegar a casa y que estés tú aplaudiéndome.

—Pero tú podrías hacer cualquier cosa y yo siempre te aplaudiría, amor.

Me sonrió.

—Yo lo sé, mi corazón —me jaló hacia él haciéndome acostar encima suyo—. Mi Mar, yo nunca te dejaría sola, yo sé lo que has hecho por mí.

Así, recostada en su pecho, me dejé caer en un sueño total.

Gabriel seguía siendo el lugar al que regresaría corriendo siempre, mi lugar.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora