treinta y seis.

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—No mames, ni cayéndome de pedo le haría eso a Mar—negué con la cabeza, sintiendo el peso de mis palabras—Yo lo que tengo que hacer es ir a convencerla.

—¿A poco le vas a rogar toda la vida?—Nata me miró incrédulo—Mándala ya a la verga.

—Si le tengo que rogar toda la vida, pues ahí me tendrá—respondí.

—Eh, wey, espérate, apenas vas empezando, pero ya verás cuántos culitos te caerán.

Lo miré fijo, sintiendo una mezcla de enojo y tristeza.

—Y al final, ninguna será Maressa. A la verga.

Busqué mi chamarra para después ponérmela.

—Ahí nos vemos, wey—me despedí—Que te diviertas.

Nata rodó los ojos antes de despedirse con un gesto desinteresado. Salí de ahí, sintiendo el frío de la noche en mi rostro mientras caminaba hacia mi hogar.

—Eh, ¿ya comiste?—le pregunté al verla lavando los trastes, su figura iluminada por la luz tenue de la cocina.

Ella negó con la cabeza, sin voltear a verme. Me recargué en la barra, mirándola trabajar en silencio.

—¿No quieres ir a comer?—pregunté, la timidez arrastrando mis palabras—Y de ahí vamos al cine?

Sentía un nudo en el estómago y no podía mantener la mirada fija en ella, mis ojos encontraban consuelo en el suelo.

—Estoy bien aquí en casa, gracias—contestó seca.

—Vamos a donde quieras—respondí rápido, tratando de ocultar mi desesperación—Es más, si quieres no me acerco a ti, nos sentamos en lugares distintos y...

—No quiero, Gabriel—me interrumpió desesperada.

Me quedé callado, sintiendo una punzada de dolor. Nunca imaginé cuánto podía doler la indiferencia de Mar.

—Voy a dormir un rato, hay comida en el refri—dijo sin más y subió las escaleras sin mirarme.

Ni madres que me voy a quedar así, pensé decidido. Fui por el proyector del estudio y lo acomodé en la sala. Moví los sillones para que tuviéramos una buena vista.

Subí para avisarle a Mar que saldría, pero como dijo, estaba dormida. Salí para su restaurante favorito y compré comida para llevar, luego pasé por su café y postre favorito.

Estuve media hora estacionado frente a una florería, dudando si era demasiado. Decidí comprar las flores por si acaso, aunque no estaba seguro de que aceptara estar conmigo.

Acomodé todo, puse nuestra película favorita, me persigné antes de subir.

—Mar—toqué la puerta del cuarto—¿Puedo pasar?

Apenas escuché un leve "Sí" y me asomé.

—¿Puedes ayudarme con algo?—pedí—Creo que me lastimé.

Se levantó de inmediato de la cama y yo corrí escaleras abajo.

—A ver, ¿qué tienes?

Se quedó parada al ver todo apagado y el proyector acomodado. Vi una pequeña sonrisa asomarse en su rostro y me sentí aliviado.

—Con razón, no entendí cómo te lastimaste si subiste y bajaste las escaleras—dijo divertida—¿Qué es esto?

—Pues ya que no quisiste ir a comer ni al cine conmigo, traje todo aquí—respondí, nervioso—Los asientos están separados y yo no me acercaré a ti.

Al no tener respuesta, continué:

—O puedes tomar la comida y subirla, no tienes que aceptar si no quieres, chula.

Me lamí los labios nervioso.

—Pero me gustaría mucho que, aunque sea, podamos estar unos momentos juntos, por favor, te lo ruego.

Me miró dudosa.

—Yo te extraño mucho, Mar, y cualquier interacción, aunque sea mínima, te la agradeceré mucho.

Suspiró y asintió.

—Solo porque tengo ganas de ver la película.

Sonreí emocionado.

—Siéntate donde quieras, mira aquí está tu comida y también te traje postre—le señalé—Lo que no te puedas comer, lo guardamos, o si no quieres también dime y...

—¡Gabriel!—me detuvo—Siéntate y come.

Sonreí y asentí para poner play. Apenas comenzó la película, mi mirada se fijó en Mar. La verdad es que esa siempre fue mi película favorita por las reacciones de ella cuando la veíamos.

—¿Qué traes?—me preguntó—No me veas así.

—Es que estás bien chula—rodó los ojos—¿Pues quieres que te mienta o qué? Tú ya sabes cómo me pones, Mar.

Me ignoró y tomó de su café, pero sus mejillas rosas la delataron, lo que me hizo sonreír de nuevo.

No hubo un minuto de la película en que no la estuviera viendo. Sentía que estaba viendo a una muñequita.

El sonido de su celular nos distrajo. Cuando la vi contestar, detuve la película.

—¿Bueno?—se quedó callada—Qué tonta, lo olvidé.

Fruncí el ceño.

—No, está bien, ¿ya estás aquí?—asintió y se levantó—Ahí voy.

Colgó y me miró apenada.

—Perdón, pero olvidé que hoy iba a salir. Estoy tan cansada que solo pienso en dormir.

Sonreí forzadamente.

—No, no te preocupes—contesté—¿Te están esperando ya?

—Sí, Oscar ya está afuera.

Sentí como si me hubieran tirado una cubeta de agua fría.

—Está bien, chula, diviértete.

Asintió y fue a buscar sus llaves. Comencé a recoger todo lo de la sala con el corazón roto.

—Mar—la llamé cuando vi que estaba por abrir la puerta—Yo sé que ya te tienes que ir, pero te compré algo.

Me miró esperando. Corrí a la cocina y saqué las flores, respiré y salí.

—Mira, me traicionaron porque ya se andan escondiendo, pero sé que son tus favoritas.

Las tomó entre sus manos y después las olió.

—Yo sé que esto no significa nada, chula, solo pues es un regalo—dije nervioso y con voz temblorosa—Bueno, pues es un agradecimiento más bien, por aceptar. Yo sé que ni en pintura me quieres ver, pero algo es algo.

Me sonrió levemente.

—Puedes ponerlas en la cocina y cuando vuelva las pondré en agua, ¿sí?—asentí—Gracias, Gabriel.

Volvió a sonreír para después salir.

Subí rápido las escaleras para asomarme discretamente. Ahí estaba Oscar otra vez con un ramo enorme de rosas.

Perra madre y las mías luego luego se murieron. Me recargué triste en el ventanal viendo cómo se iban.

Nada me estaba saliendo bien, a la verga.

Evadí mis emociones limpiando todo lo que desacomodé en la sala. Me sentía profundamente desanimado. Cuando terminé, me recosté y entré a Instagram. Vi que Mar había subido una historia y con el dedo tembloroso, la abrí.

Fueron al cine.

Qué innecesario estaba siendo en la vida de mi Mar.

Suspiré y apagué el celular para meterme entre las cobijas, quedándome solo con mi corazón sumamente roto.

fendi;gabito ballesterosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora